martes, 30 de marzo de 2010

MARASMO

A ver cuánto dura esa ‘pax política’ que parece resultante del debate sobre el estado de una Comunidad Autónoma que el pasado mes de enero sumó otro registro negativo que pone de manifiesto que la recuperación, si es que se produce, va tan lenta que apenas se nota: Canarias fue ese mes la comunidad donde más cayó la cifra de negocios del sector servicios (-9,4%), mientras el mismo concepto sólo descendió en el conjunto del país un 4,1% en comparación con enero del pasado año.

Otro dato del Instituto Nacional de Estadística (INE): Canarias experimentó una nueva caída en lo que a empleo respecta (-5,1%). Precisamente, ésta se agudiza en el mismo sector servicios y si a ello se añade que se redujo la facturación del comercio, y que las cifras en la aplicación de la popularmente conocida como ley de Dependencia, por muchas sumas inapropiadas que se hagan, siguen situando a la Comunidad en uno de los puestos bajos de la clasificación correspondiente, pues la conclusión es esa frase hecha tan ilustrativa que se emplea cíclicamente: no mejora el enfermo.

A ver si en ese clima de ‘pax’ se impulsan ahora las soluciones que la ciudadanía está demandando o todo se agota en la coyuntura: los representantes políticos deben ser conscientes de que el personal está bastante harto de sus diatribas (qué si no parece la reconvención de Australia Navarro tras su invocación a la divinidad) y de que han aumentado su escepticismo y el desapego. A estas alturas, con problemas latentes que afectan directamente a sus necesidades más perentorias y con muchas asignaturas troncales aún pendientes, la gente agradece que bajen el diapasón de los embistes y las descalificaciones pero quiere algo más. Quiere que ese clima propicie medidas y decisiones que favorezcan los intereses generales y permitan superar los escollos que atenazan a la sociedad canaria de forma cada vez más preocupante.

No mejora el enfermo cuando hay que aparcar de nuevo la reforma del sistema electoral o cuando reescribir el REF parece una mera declaración voluntarista. Dentro de nada, nos metemos ya en el último año de la legislatura, cuando los apremios de los partidos políticos (estrategias, recelos, listas, propagandas, relaciones, querellas internas, balances institucionales, robustecimiento del clientelismo, penetración en redes sociales y resoluciones judiciales) difuminarán el verdadero norte de las soluciones.


Y así, nos preguntaremos por el fomento del empleo y por la mejora de la competitividad. Como si lo primero fuera un hecho menor en las presentes circunstancias y lo segundo quedare para entretenimiento de técnicos y expertos que elaboraran los informes convenientes. Ojalá que dejen un hueco para llenarlo siquiera con alguna formulación teórica sobre la renovación del modelo de productividad. Revisar el sistema financiero seguirá siendo un logro complicado. Y reducir el déficit público, otra quimera, salvo reconversión (casi revolución) administrativa.

Unos, en el gobierno, esforzándose en mantener las apariencias y la sintonía, teniendo a eso que genéricamente llaman Madrid para redimir sus culpas; y otros, en la oposición, tratando de recuperar tiempo, espacio y crédito, con una estrategia que debe ir más allá de la escrupulosa fiscalización que exige un ejercicio del poder prolongado en el tiempo.

La ciudadanía queda a la expectativa, aunque poco espera de proyectos ya agotados y de traducción de discursos repetidos hasta la saciedad sin resultados prácticos. Canarias precisa algo más que una coyuntura política pacífica, consecuencia de un arrebato de madurez, y algo más que un revulsivo social y económico para salir del marasmo que la anquilosa.

El problema es que ya son muchas expectativas y pocos los avances.

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