¿Creían ustedes que ya se había agotado la capacidad de asombro en la política canaria? ¿Creían haberlo visto todo? Pasen, señores, pasen por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y comprobarán lo contrario, que aún queda margen para la reconsideración, la contradicción, la incoherencia, las componendas, los repartos a conveniencia, los intereses partidistas aún a costa de la dignidad elemental, los personalismos mal entendidos y peor traducidos… en fin.
Ha sido un mandato municipal ciertamente convulso en la capital tinerfeña. La estabilidad de los gobiernos mayoritarios ha dado paso a sucesos políticos de todo tipo, rupturas de alianza política incluidas pese a que fueron concebidas para la defensa suprema y poco menos que sagrada de los intereses generales de los santacruceros. El día a día se encarga de dinamitar las grandilocuencias.
Puede entenderse que el desgaste y el agotamiento, tras tantos años en el poder, eclipsen las iniciativas y la ideas, la capacidad misma para sobreponerse a las adversidades, principalmente las derivadas de la crisis que es una situación que pone a prueba a gobernantes de cualquier signo. En el Ayuntamiento de Santa Cruz, cuando se han dado tantos tumbos y no se atisban las soluciones, queda la sensación de que andan exhaustos y sin resuello político quienes han de transmitir a la ciudadanía algo más que parches o soluciones poco consistentes, más aptas para salir del trance que otra cosa.
Porque no olvidemos que los problemas prevalecen. No son ya los residenciados en vía judicial, de suerte por tanto bastante incierta, sino los que ha ocasionado, sociológicamente hablando, la problemática aprobación inicial del Plan General de Ordenación (PGO). Consignada, por supuesto, aquella controvertida y aún vigente declaración de emergencia social -¿no sería mejor decir emergencia institucional?- que debería obligar a los gobernantes a concentrar sus esfuerzos y energías en la aplicación de medidas que favorezcan la resolución de algunos apremios cada vez más agobiantes. Y sin olvidarnos de que sigue pendiente la financiación resultante de la condición de cocapitalidad autonómica.
Ni siquiera con este último asunto, por cierto, tienen a su alcance los gobiernos locales que se han sucedido, incluido el minoritario de CC, el clavo ardiente de una instancia gobernada por otro color político al que atribuirle todos los males y el estancamiento.
En cambio, sí que les vale la habitual desmemoria del personal, el desapego de la ciudadanía hacia la política por tantos y tantos acontecimientos que le repelen y la inconsistencia estructural y programática -por no hablar de liderazgos carentes- de los adversarios políticos que, entretenidos en sus debilidades, sus cuitas y sus pugnas intestinas, se empecinan en desaprovechar las bandejas servidas plenas de errores, agotamiento y penuria.
Uno de ellos, el Partido Popular, no escarmienta. Con lo que pasa en Santa Cruz y en otros sitios donde tiene que hacer grandes sacrificios de dudosa rentabilidad político-electoral. Basta remitirse a posiciones tan dignas como las de Alfonso Soriano para entender no ya la supeditación y el cada vez más difícil mantenimiento de las propias señas sino lo que puede estar interpretando la gente del PP entre la que, seguro, hay más descontentos que los satisfechos con la última de las salidas encontradas, ese pacto recompuesto.
Otros adversarios, los socialistas, siguen errando, de yerro en yerro, sin rumbo, como perseguidos por una extraña maldición que les impide depositar la confianza en una persona más de un mandato. Una visión alicorta del hecho municipal, una manifiesta incapacidad para hacer y vertebrar equipos humanos… Y eso que su organización estructural y la experiencia de siete ciclos en la oposición -que se dice fácil el numerito- les debería permitir la materialización de una estrategia mínimamente orientada. Ni por esas…
Y no vale, conste, eso de refugiarse en las mayorías basadas en el abstencionismo o en la propia indolencia de los ciudadanos ya apuntada. Precisamente, por todas estas cosas y por muchas más, y porque Santa Cruz se merece otra cosita, ahora es cuando hay que afirmar que votar, más que un deber, resulta una obligación.
Ha sido un mandato municipal ciertamente convulso en la capital tinerfeña. La estabilidad de los gobiernos mayoritarios ha dado paso a sucesos políticos de todo tipo, rupturas de alianza política incluidas pese a que fueron concebidas para la defensa suprema y poco menos que sagrada de los intereses generales de los santacruceros. El día a día se encarga de dinamitar las grandilocuencias.
Puede entenderse que el desgaste y el agotamiento, tras tantos años en el poder, eclipsen las iniciativas y la ideas, la capacidad misma para sobreponerse a las adversidades, principalmente las derivadas de la crisis que es una situación que pone a prueba a gobernantes de cualquier signo. En el Ayuntamiento de Santa Cruz, cuando se han dado tantos tumbos y no se atisban las soluciones, queda la sensación de que andan exhaustos y sin resuello político quienes han de transmitir a la ciudadanía algo más que parches o soluciones poco consistentes, más aptas para salir del trance que otra cosa.
Porque no olvidemos que los problemas prevalecen. No son ya los residenciados en vía judicial, de suerte por tanto bastante incierta, sino los que ha ocasionado, sociológicamente hablando, la problemática aprobación inicial del Plan General de Ordenación (PGO). Consignada, por supuesto, aquella controvertida y aún vigente declaración de emergencia social -¿no sería mejor decir emergencia institucional?- que debería obligar a los gobernantes a concentrar sus esfuerzos y energías en la aplicación de medidas que favorezcan la resolución de algunos apremios cada vez más agobiantes. Y sin olvidarnos de que sigue pendiente la financiación resultante de la condición de cocapitalidad autonómica.
Ni siquiera con este último asunto, por cierto, tienen a su alcance los gobiernos locales que se han sucedido, incluido el minoritario de CC, el clavo ardiente de una instancia gobernada por otro color político al que atribuirle todos los males y el estancamiento.
En cambio, sí que les vale la habitual desmemoria del personal, el desapego de la ciudadanía hacia la política por tantos y tantos acontecimientos que le repelen y la inconsistencia estructural y programática -por no hablar de liderazgos carentes- de los adversarios políticos que, entretenidos en sus debilidades, sus cuitas y sus pugnas intestinas, se empecinan en desaprovechar las bandejas servidas plenas de errores, agotamiento y penuria.
Uno de ellos, el Partido Popular, no escarmienta. Con lo que pasa en Santa Cruz y en otros sitios donde tiene que hacer grandes sacrificios de dudosa rentabilidad político-electoral. Basta remitirse a posiciones tan dignas como las de Alfonso Soriano para entender no ya la supeditación y el cada vez más difícil mantenimiento de las propias señas sino lo que puede estar interpretando la gente del PP entre la que, seguro, hay más descontentos que los satisfechos con la última de las salidas encontradas, ese pacto recompuesto.
Otros adversarios, los socialistas, siguen errando, de yerro en yerro, sin rumbo, como perseguidos por una extraña maldición que les impide depositar la confianza en una persona más de un mandato. Una visión alicorta del hecho municipal, una manifiesta incapacidad para hacer y vertebrar equipos humanos… Y eso que su organización estructural y la experiencia de siete ciclos en la oposición -que se dice fácil el numerito- les debería permitir la materialización de una estrategia mínimamente orientada. Ni por esas…
Y no vale, conste, eso de refugiarse en las mayorías basadas en el abstencionismo o en la propia indolencia de los ciudadanos ya apuntada. Precisamente, por todas estas cosas y por muchas más, y porque Santa Cruz se merece otra cosita, ahora es cuando hay que afirmar que votar, más que un deber, resulta una obligación.
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