Manuel Pérez Cedrés (Puerto de la Cruz, 1973) sorteó como
pudo la pregunta de los cinco sentidos aplicados a su novela y la terminó
definiendo, al tacto, como sedosa, aterciopelada. Su pretensión es clara:
sublimar la reflexión y expandir ésta a partir de la palabra como medio de
comunicación. Es una novela en la que se ausculta a las mujeres. Tanto, que si es interpretada en
clave de ensayo sociológico sobre el alma femenina, también es válido.
Apóstol (Nova Casa Editorial, Barcelona),
de Pérez Cedrés, fue presentada, por cierto, en un espacio que va ganando
enteros en la oferta cultural del Puerto de la Cruz, el hotel Marte, cuyos propietarios y dirigentes
se han empeñado en acoger a cuantos creadores -jóvenes, especialmente- tratan
de proyectar su obra de la manera más directa, esto es, cara al público,
coloquiando, haciendo revelaciones y ofreciendo matices complementarios a su
escritura o a su pintura. Un acierto del establecimiento, sin duda. Una manera
de cualificar la oferta propia o del destino y de comprometerse con la difusión
del hecho cultural. Ojalá se hubiera hecho antes.
Allí estaban
Emilia Vié para introducir y Yolanda Arenas, autora del prólogo, arropando al
novelista, entusiasmado éste con sus confesiones: la exaltación del amor
romántico, de los sentimientos, del mayúsculo amar y ser libre. “Estoy
descubriendo en mis lecturas recientes que soy una persona cada vez más
observadora”, reveló. Por eso, Lucas, el personaje creado, se convierte en “un
faro iluminado, es un espectador activo”, según describe.
Entonces,
desde la segunda línea, no se lee; se piensa. El amor como principio de todo. He
ahí el quid de la sublimación. Una
novela en la que la mujer representa la liberación. El autor exhibe, en la
presentación, un fragmento de la película Cinema
Paradiso como fuente de inspiración. La secuencia que reproduce invita a
pensar, a discernir sobre la carencia de límites en los sentimientos genuinos.
Y para que nada falte, hace una concesión a la pasión musical que ya se
advirtiera en su opera prima, El samurai
desnudo (Éride Ediciones), proyectando Insensatez,
una magistral interpretación al piano de Tom Jobim. Es, a ritmo de ‘bossa’,
la banda sonora de Apóstol.
Yolanda
Arenas, con voz pletórica de registros radiofónicos, intercaló entre sus
respuestas la lectura de fragmentos del texto de Pérez Cedrés, en los que fue
posible descubrir los afanes de Lucas, su búsqueda, su amargura trágica y hasta
la personalidad de las mujeres que van apareciendo en su vida. Con la misma
intensidad de su estreno novelesco, solo que menos caótica, es la profundidad
de la reflexión propiamente dicha; son las puertas de los sentimientos que se
van abriendo para despejar los momentos de duda y las incertidumbres que se van
concatenando, de forma invasiva y subyugante, con pretendida solución de
continuidad. El desenfado y el desparpajo de Emilia Vié, hurgando en las
entrañas del escritor y su obra, echaron el resto. El terciopelo de Apóstol estaba servido para la lectura.
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