Hubo horarios que
condicionaron nuestras vidas, al menos algunas etapas. Servían de pauta, de
guía; forjaron hábitos y costumbres. Celebraciones, convocatorias, programas…
Algunos, por cierto, eran marcados por espacios radiofónicos cuyos comienzos
eran puntualísimos, por no decir
escrupulosos. Eran otros tiempos, claro que sí. De menos libertades, de
más convencionalismos, de menos opciones, de más imperativos. Buena parte de la
adolescencia y de la juventud se desarrolló con arreglo a esos horarios sobre
los que basculaba la cotidianeidad. No hay reproche: cabe interpretar la
puntualidad -y su cumplimiento- como una consecuencia de haberse desenvuelto
respetándola y cultivándola.
Puestos a recordar, por ejemplo, en el
Puerto, la actividad escolar se iniciaba a las nueve de la mañana y se prolongaba
hasta la una del mediodía. Las clases se reanudaban por la tarde, de tres a
cinco y también de cuatro a seis. Los comercios también hacían jornada partida,
con alguna flexibilidad según los ramos. A las ocho o nueve de la mañana abrían
sus puertas, casi siempre con los propietarios presentes. Los cines conocieron
dos épocas: una primera en la que las sesiones eran a las siete de la tarde y
diez de la noche; y una segunda, en la que se sucedían a las seis, ocho y diez.
Solo la duración de las películas alteraba este régimen. Los domingos se añadía
la de las cuatro de la tarde, reservada para la grey infantil.
Con los deportes, había una cierta
uniformidad. En fútbol, por ejemplo, hay que consignar que a las dos y media de
la tarde jugaban juveniles o infantiles -principalmente los primeros- que eran
identificados como preliminares. A las cuatro -y a partir de abril, las cinco-
comenzaba el encuentro de Primera categoría. En baloncesto, la cita dominical
en la cancha de tierra de la plaza del Charco era a las doce del mediodía.
Sobre esa hora, o un poco más tarde, también había peleas de gallos, en el
desaparecido teatro Topham o en el parque San Francisco, actualmente en desuso.
Muy cerca, en los locales de la Cruz Roja, también al mediodía de domingos y
festivos, se abría un juego de lotería con cartones que se hizo muy popular.
Por seguir en domingo y jornadas festivas, en las salas de fiesta, en la
segunda mitad de los años sesenta, fue habilitado un horario para jóvenes desde
las cinco de la tarde hasta las nueve o diez de la noche.
La vida social del pueblo tenía también
sus horas señaladas. A las nueve menos cuarto de la mañana, repicaban las
campañas de la Peña llamando a misa de las nueve. A las horas y cuarto y a las
menos cuarto, salían los micros (servicio ‘express’) para Santa Cruz. No tenían
menos importancia los trayectos urbanos que salían de la plaza del Charco a las
horas punta y a las medias. La célebre
tertulia del ‘Dinámico’ (cámara alta) solía levantarse a las nueve de la noche.
Luego, ya en los setenta, la que sustituyó era entre las dos y las cuatro de la
tarde.
Citamos al principio los usos derivados
de los horarios de programas radiofónicos o televisivos. Una buena hora para
regresar a casa, por ejemplo, era las ocho y media de la tarde o de la noche,
cuando sonaba la sintonía de Radiogaceta de los deportes (Radio Nacional de
España) y había que estar al tanto de la actualidad. Se suponía que, a esa
hora, ya había llegado desde Santa Cruz la remesa del periódico La Tarde, por
el que esperaban unos cuantos antes de retirarse. En los sesenta, en meses
invernales, a las nueve de la noche hay quien se daba prisa para seguir el
memorable espacio “Las tres columnas”, realizado en directo por el padre José
Siverio en La Voz del Valle. La primera cita seria con la información, para
quienes iban en coche a La Laguna o Santa Cruz, era España a las 8, con
Victoriano Fernández Asís, en Radio Nacional, que también tuvo otra
convocatoria muy popular en cierta época, a esa misma hora y a la una de la
tarde: Novedades musicales, de Juan María Mantilla. Ya en los setenta, el
programa que condujimos en Radio Popular de Tenerife (COPE), Radio-Deportes,
concentró a mucha gente en la esquina del bar El Capitán a las dos y media de
la tarde.
Durante
muchos años, el partido televisado de los domingos se iniciaba a las siete y
media de la tarde. Primero, los miércoles; y luego los lunes, a las nueve de la
noche, emitían en TVE el programa Trofeo (después Estudio Estadio), con los
resúmenes de la jornada futbolística.
En fin, horarios de entonces que, en
muchos casos, servían de pauta. Puede que muy rígidos pero téngase en cuenta
las circunstancias sociohistóricas de la época. Los más recientes y los
actuales tienen otro carácter, ¿verdad?
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