Jorge
Luis Borges confesó que, de niño, hablaba con una abuela en español y con la
otra, en inglés. Y que ello era un hecho natural. A su revelación hay que
remitirse para entender el empleo de las voces asimiladas de aquellos años de
infancia, cuando era común en los partidos de fútbol jugados en la calle
-confiando en que no aparecieran los municipales- o en cualquier descampado.
En efecto, en aquel paisaje hablado de
la infancia que definiera el escritor realejero Álvaro Hernández Díaz, decíamos
o gritábamos ‘fao’ (original, fault), para
señalar falta o infracción; ‘orsai’ (derivado de offside, fuera de juego) para indicar que se estaba en esa
situación antirreglamentaria; o ‘firriquí’ (supuesta castellanización del
inglés freekick), que en aquellos años, en la jerga futbolera, se aplicaba a
quien jugando de guardameta utilizaba las manos fuera del área o se salía de
ella al despejar de portería. En nuestra generación, no llegamos al wing (traducido como extremo o ala) y
tampoco al centre forward, fácilmente
identificado como delantero centro y señalado sin rechistar con el nueve.
Pero, de aquel tiempo, se quedó el
‘espíque’ (adaptación de speaker, orador
o locutor), el ‘suéter’, el ‘trailer’, el ‘tique’, el ‘cambullón’, las
‘quineguas’ y tantas otras voces hijas naturales utilizadas sin mucho esfuerzo
y que predominaron en el habla común después de haberlas bautizado sin
detenerse para nada en el origen, agrupándolas con el nombre común de
anglicismos. En los ámbitos familiares y en las conversaciones de los mayores
-allí donde permitían que escucharas- se aludía a la ‘Casa Yoba’ (por Yeoward), firma británica vinculada al
comercio y al transporte de mercancías. Y también a los empaquetados o salones
de ‘Faifes’ (por Fyffes), marca
británica identificada para la exportación del plátano canario al continente
europeo.
El ‘yespitinglis’ (se supone que una
asimilación del ‘you speak english’)
sirvió para intentar ligar extranjeras, no importaba su nacionalidad, o iniciar
una conversación quién sabe si a la espera de una recompensa. Acaso fuera el
arranque del ‘spanglish’. ‘Peni’ era la sencilla petición de penny, la moneda equivalente a la
centésima parte de la libra esterlina. Y ‘queque’, la voz española de cake, para comerse un pastel, dulce o
bizcocho. Con ‘flis’, adaptación de fleas,
depositado en artefactos rudimentarios, se supone que había que espantar o
acabar con los molestos insectos. Le gusta el ‘trinque’ (de drink, beber, tomar) servía para
disfrazar alguna afición o suavizar la expresión borracho. Seguro que hay
muchas más, que darían para un estudio lingüístico pormenorizado.
Lo cierto es que no se trataba de
expresiones rebuscadas. Hoy, tan solo con los boom tecnológicos, el enfoque sería distinto, principalmente en el
ámbito publicitario o de la mercadotecnia. El castellano trata de resistir
pero, entre querer proyectar una autosuficiencia de conocimientos o pretender
desprestigiar el español, difícilmente puede hacerlo. No se extrañen de quien
ya va a cualquier lado con un traductor simultáneo. Entonces, en el paisaje de
la infancia, chillábamos las adaptaciones.
1 comentario:
En la Villa decíamos friskí en lugar de firrikí.Claro que en cuestión de idiomas no se puede competir,pues por algo el Puerto es ciudad turística . Por cierto que el domingo 21 se cumplen 60 años del Consejo de Ministros celebrado en San Sebastián (el gomero no,el otro) , en el que se acordó que el Puerto pasara a ser Ciudad y su ayuntamiento Excelentísimo . Lo que todavía no sé es si eso es efeméride ó efemerides. Saludos,Angel García.
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