Declina
2016, el año que será recordado, entre otras cosas, por los
inesperados resultados de consultas populares en forma de referéndum,
convocadas en Reino Unido, Colombia e Italia. Triunfó el 'no' entre
los británicos que habrían de decidir su pertenencia a la Unión
Europea (UE), como también entre los colombianos a los que el
acuerdo de paz con las fuerzas armadas revolucionarias no satisfacía
del todo y entre los italianos a quienes la reforma constitucional
propuesta mereció el rechazo. Las consecuencias no han tenido -ni
tienen- una fácil digestión. Con estos antecedentes, si permiten la
digresión, a ver quién es el próximo que se atreve con otro
referéndum.
El
caso es que el voto, quintaesencia del funcionamiento de la
democracia y de la participación social, está siendo utilizado,
paradójicamente, para castigar a quienes promueven las consultas o
quieren depositar en la voluntad popular la supuesta solución de un
problema político de envergadura que, además, no les resulta ajeno.
Mientras no se discute el método escogido, se dirá que es cuestión
de cálculo o de visión política, factores entre los que hay que
incluir el rechazo a la política, la desconfianza que, en términos
generales, se está contagiando como una suerte de hartazgo. La
democracia está llamada a perfeccionarse, claro que sí. Y debe
utilizar los recursos de que dispone para hacerlo. Pero resulta que
las exigencias de las sociedades han ido más allá, especialmente
por parte de las nuevas generaciones que, más exigentes y mejor
informadas, no se conforman y se lanzan con decisiones cuyas
consecuencias parece que no les importan. Ahí es donde late ese
castigo de los electores del que hablamos.
Entonces,
la disyuntiva es: ¿soluciones a base de sufragio y mayoritarismo
puro y duro; o puesta en marcha de un proceso analítico, riguroso,
explicativo, consensuado, pedagógico y participativo para alcanzar y
aprobar acuerdos de forma no menos legítima desde el punto de vista
democrático? Cuando se habla de una democracia de más calidad, de
más cultura por parte de quienes conviven y, de alguna forma, la
usufructúan, se debe pensar en que no todas las situaciones deben
simplificarse o reducirse a la respuesta, afirmativa o negativa, de
una dicotomía que puede resultar hasta tramposa. Esa tentación
plebiscitaria... Los tres ejemplos de consulta popular que hemos
señalado son una buena forma de entenderla: intereses políticos
teñidos de personalismo.
Hay
un evidente inconformismo de la sociedad de nuestros días con la
democracia y su funcionamiento. Por ahí, en medio de esa
insatisfacción, no habrían de extrañar ciertas e inesperadas
respuestas. Entonces, que las experiencias, al coste que hayan
tenido, sean tomadas en cuenta porque cuando es el interés general o
el beneficio colectivo lo que prima no debe quedar desvirtuado por
operaciones añadidas o valores disfrazados. La democracia va más
allá de votar y aplicar de suyo las mayorías subsiguientes.
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