El
canto, casi a la desesperada, en una red social, del presidente del
Club Natación Martiánez, José Carlos Báez, nos ha retrotraído a
los años sesenta del pasado siglo, cuando los entusiastas
integrantes del club aguardaban a que se marcharan los turistas que
habían disfrutado de las “populares piscinas de Gilbert” (San
Telmo), para poder entrenar en la de treinta y tres metros con
treinta y tres centímetros, medidas suficientes para homologar
marcas. Eran los tiempos de ondinas y tritones, como escribía
Alfonso Hernández (Herga), en aquellos dípticos (un DIN-A4 doblado)
que servían de boletín -¿cuál era el título, caramba?- para
informar de las actividades del club. Tiempos de frío invernal para
entrenar de noche, cuando disponer de un albornoz era ser un
privilegiado; y de ilusiones ilimitadas cuando se competía en la
recién construida 'Acidalio Lorenzo' de la capital.
Tiempos
de escasez, efectivamente, que no impidieron tener deportistas
titulares de récords ni los sueños de contar algún día con
instalaciones propias y dignas, no supeditadas a la retirada clientes
extranjeros ni a las tareas de limpieza y mantenimiento que también
condicionaban lo suyo.
Báez,
el mismo día en que se cumplía un año del cierre de la piscina
deportiva municipal, construida junto al campo El Peñón en la
segunda mitad de aquella década y motivado por la rotura irreparable
de la sala de máquinas, ha expresado con toda franqueza su desazón
sin renunciar a la esperanza de una rápida finalización del
proyecto de redacción del Centro Insular de Natación que surgió
por iniciativa del Cabildo Insular en medio de la crisis de la
clausura de las instalaciones.
El
Club Natación Martiánez cumplirá en 2017 setenta y cinco años de
historia. Mucha prisa tendrán que darse los responsables -recordemos
que la terminación del proyecto no es el último paso; luego habrá
que presupuestar la financiación- para que ese aniversario pueda
celebrarse en la nueva infraestructura. Sería formidable, pero... la
realidad es la que es.
Mientras
tanto, tendrán que sufrir la escasez y las penurias. José Carlos
Báez habla de un año, el que se agota, muy duro, con los
deportistas desplazándose a las instalaciones de otras localidades o
tratando de no perder la forma con entrenos en el muelle, donde
hicieron efectivo el verso popular: “¡En el muelle no hay
piscina!”. El presidente señala que “las ayudas del Ayuntamiento
están prometidas y aprobadas desde hace meses, pero no hemos
recibido nada”. Recuerda que el club ha sido y es imagen de la
ciudad, de Tenerife y de Canarias, con representaciones premiadas y
distinguidas en natación, waterpolo, salvamento y sincronizada. “Más
no se puede pedir a un club deportivo”, lanza su grito cansado y
desesperado. Ya no es escepticismo sino consciencia de que habrán de
seguir moviéndose entre estrecheces y favores.
Y
es que las respuestas sobre las soluciones del concejal-delegado de
Deportes, Javier González, tan voluntarioso como maniatado con las
limitaciones presupuestarias y económico-financieras del
consistorio, casi invitan a la resignación pidiendo “unos años de
paciencia” para disfrutar después unas cuatro o cinco décadas de
una gran infraestructura, y clamando por una varita mágica “para
tener la piscina ya”. Pero él mismo, después de reconocer que son
los deportistas quienes lo están pasando mal, admite con realismo
que “eso no es posible” y espera que las ayudas compensatorias
para el Martiánez y otros clubes puedan ser agilizadas en breve.
Lo
dicho: en cierto modo, volver a los sesenta. Y no menos cierto: en el
siglo XXI, más de un año sin piscina y sin subvenciones. Que no
decaigan, Martiánez, el ánimo ni las ganas de seguir practicando y
compitiendo. 75 años bien merecen un esfuerzo.
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