No caben la
intolerancia ni la exclusión, dijo entre otras cosas cargadas de
razón, el Rey en su radiotelevisado discurso navideño. A ver si se
enteran unos cuantos, principalmente aquellos que practican esas
actitudes en los foros y ámbitos a su alcance, generalmente para
complicar la convivencia. Intolerancia y exclusión envuelven la
radicalidad, acaso porque con ellas se pretenda -y se procure- el
miedo y la intimidación. Quienes las alientan, también desde
algunos medios de comunicación, hacen un flaco favor a la sociedad.
Van más allá de posiciones críticas -que son legítimas- porque
eluden el respeto, propician el encono y la crispación y porque
fomentan los odios que tan fáciles son de prender en determinados
ambientes. Quizá por esto mismo, porque lo saben, siempre dan una
vuelta de tuerca.
La
intolerancia y la exclusión distinguen para mal a quienes hacen uso
de ellas. Aunque critiquen al monarca por decirlo. En un país como
el nuestro, tan necesitado de sosiego y de cordura, especialmente en
el vasto campo de lo público, se precisan otras virtudes bien
diferentes. Y alguien tiene que expresarlo.
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