lunes, 12 de diciembre de 2016

SENCILLA EVOCACIÓN DE LOYNAZ

Faltaba Othoniel Rodríguez, el pianista, pero previsor él, dejó la siemprevivas -en Cuba, sandiegos- bien colocadas sobre la placa del busto; mientras el profesor José Javier Hernández, el amigo de Eduardo Galeano, buscaba verodes para el belén de su casa y a duras penas mantenía la reserva del “cuentito” escrito para la ocasión en la noche del viernes. Elsie Ribal memorizaba el enésimo poema, recitado al estilo clásico; mientras el incansable Isidoro Sánchez rescataba de un par de antologías versos pintiparados, leídos, además, con énfasis emocionante. Abel Hernández grababa todo para el cada vez más copioso patrimonio del colectivo cultural 'La Escalera'; mientras Agustín Armas plasmaba en su cámara digital varios momentos del acto. Por allí andaban Melecio Hernández, Leoncio Estévez y esposa, Hans Kamelia y esposa... Amigos, admiradores...

Mediodía del sábado, atalaya del Taoro, donde está emplazado el busto de la cubana Dulce María Loynaz, de asombrosa exactitud con su fisonomía, original de Carlos Enrique Prado. Conmemoración del 104 aniversario del nacimiento de la escritora, Hija Adoptiva del Puerto de la Cruz desde 1951 y premio Cervantes de literatura en 1992. La sencillez por bandera de este grupo de clásicos, amantes de lo loynaziano -como gusta resumir a Sánchez- y del hecho cultural, al que han dedicado no pocos afanes, cada quien en su faceta, incluida la de espectador.

Sencillez para corresponder a la autora de Un verano en Tenerife, el libro publicado por primera vez en Madrid en 1958. La sensibilidad de su escritura tiene en esta fecha, desde hace algunos años, un reflejo sosegado y sin alharacas por parte de quienes la conocieron, la trataron y la estudiaron, siempre predispuestos a honrar su memoria. “Aquí adornamos la ciudad de literatura con su prosa y poesía”, diría Sánchez, entusiasta y gozoso para ofrecer “una cuota de cultura”.

Hay que agradecer la fidelidad de quienes, aún a costa de parecer pesados y monotemáticos, mantienen encendida la llama de muchas actividades culturales en el Puerto de la Cruz, donde tanto cuesta hacer cultura, donde tan difícil es abrazar alguna causa seria y donde tan escaso apego se dedica a figuras señeras del arte y de la ciencia que residieron durante un tiempo en la ciudad.

Loynaz nos dejó su poesía, su finura, la pulcra adjetivación de sus versos. Que la sigan recordando en cada 10 de diciembre, la fecha de su natalicio en La Habana, es digno de reconocimiento. “Los días en el Puerto vuelan como hojas de almanaque al viento del mar”, es ya una célebre frase de Un verano en Tenerife  que contribuyó a la proyección del municipio. El 104 aniversario fue otra hoja más que voló sobre el “echado” Atlántico desde la atalaya del Taoro, con versos renovados y reiterados, con creativa imaginación literaria y con la evocación de una autora que dejó huella. "El paseo  casual  de Dulce María Loynaz por el Puerto", título del cuento de José Javier Hernández.



Por eso, cobró vigencia de nuevo la frase del premio Nobel mexicano Octavio Paz: “Recordar es vivir”.

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