No
se tienen noticias de que estén elaborados los presupuestos
generales del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz ni vayan a ser
sometidos a aprobación próximamente. A estas alturas del ejercicio,
es obvio que ya llevan un considerable retraso. Y que, por tanto, si
hay nuevas cuentas, cuando sean definitivas, serán para unos pocos
meses. Cierto que, mientras tanto, se funciona con presupuestos
prorrogados: se puede, claro; pero con condicionantes.
No
son de extrañar la demora ni la inexistencia si tenemos en cuenta
que el gobierno local ni ha sabido ni ha podido ni ha querido dar a
conocer -y nos encaminamos a la mitad del mandato- el supuesto pacto
bajo el que decidieron asumir los destinos del municipio en el verano
de 2015. Se desconoce, en ese sentido, todo: qué modelo, qué
prioridades, qué recursos, qué innovaciones, qué obligaciones
hipotecarias, qué viabilidades y qué renuncias programáticas. Si a
ello se añade que no hay presupuestos, pues los vacíos equivalen a
unos horizontes muy inciertos. Hay un reparto, está claro. Se
respeta, se aparenta y... poco más. Pasadas las sombras de la
probable censura, tal reparto se consolida.
El
gobierno local va escapando con la implicación de otras
instituciones públicas, principalmente el Cabildo Insular, que ha
asumido algunas actuaciones infraestructurales tras cuya conclusión
veremos en qué términos se establece la gestión. ¿Nuevas cargas
para el Ayuntamiento? ¿Amenazado el patrimonio municipal?También se
nota la aportación del Cabildo en otras materias. Independientemente
de los intereses políticos, y hasta de la respetable voluntad de ser
solidarios con quien de verdad lo necesita en el siempre difícil
marco del equilibrio territorial, lo cierto es que los avances
parecen hechos ad calendas graecas (fechas
imposibles o plazos incumplibles) o a golpes de improvisación y
dilaciones para ir dando pasos tras los anuncios y calmar las
expectativas con informaciones aparecidas oportunamente que, en todo
caso, apenas tendrán interpretación crítica.
El
problema es que se va adueñando de la política local una suerte de
resignación preocupante. Es como un peculiar dejar hacer y dejar
pasar, aderezado con la aparición de datos sobre un notable volumen
de pagos reparados por Intervención -ya deben haber tomado medidas
correctoras, un suponer, a la vista del importe (siete millones de
euros) en menos de un año-, y de las obligaciones que hay que asumir
tras resoluciones judiciales de diversa índole. Así las cosas, con
un estancamiento evidente salvo honrosas excepciones que resultan
casi milagrosas, el Ayuntamiento es una referencia que se ha ido
apagando e inspira a la ciudadanía un sentimiento de desgana y de
menguante credibilidad. El gobierno seguirá a lo suyo, confiando en
afinidades políticas y tratos institucionales y mediáticos
generosamente favorables. Cuenta hasta con una oposición bastante
comedida, a veces atemorizada, que ya habrá comprobado que su
obligación fiscalizadora es insuficiente y precisa de más
creatividad para terminar siendo una auténtica alternativa, así
percibida por los portuenses.
Sin
presupuestos, sin saber por tanto qué se quiere y cómo se van a
administrar los recursos, es complicado intuir siquiera salidas
decorosas. Incluso para regular de una vez la ocupación de la vía
pública.
1 comentario:
En mi opinión eso no es gobernar, es no hacer nada en absoluto. Qué pena de nuestra ciudad!!. Saludos Gladys.
Publicar un comentario