Garrafal
e histórico fallo en la ceremonia de entrega de los Oscar. A estas
alturas, hasta los más profanos -y los que siguen sin explicarse lo
ocurrido- saben que La La Land no
es la mejor película del año, pese a que así fue anunciado por el
presentador Jimmy Kimmel. Un final esperpéntico que ni los mejores
guionistas de escenas cómicas hubieran escrito tan bien y los
actores hubieran interpretado mejor. Moonlight, la
ganadora. La ganadora y la derrotada, a la vez. Lo dicho:
esperpéntico, con una frase ya mítica: “Esto no es un chiste”,
dicha por el productor de la cinta inicialmente triunfadora, Jordan
Horowitz.
El
episodio nos ha retrotraído a una situación similar ocurrida en el
curso de una gala de elección de la reina del Carnaval que
presentábamos en el parque San Francisco, allá por los años
setenta del pasado siglo. El jurado se había reunido como siempre,
en un hotel cercano, y emitió su veredicho por unanimidad. El
secretario era Francisco Lasso Purriños que, como era habitual,
traía el sobre con el acta que habríamos de leer sobre el
escenario, ya con las todavía candidatas dispuestas a escuchar el
fallo. Lasso, celoso funcionario, llegó a ser oficial mayor del
Ayuntamiento y secretario accidental durante algunos períodos. Tenía
por costumbre adelantarnos verbalmente el veredicto que, lógicamente,
no desvelábamos.
Aquella
noche se equivocó. Escribió el acta como siempre, señalando la
composición del jurado. Y cuando llegamos al nombre de la reina, nos
percatamos de que había insertado, por error involuntario, el de la
presidenta del jurado. Lo advertimos sobre la marcha. Menos mal que
nos había anticipado la resolución y ya íbamos preparados, lo cual
no impidió que dijéramos para todo el recinto, en el tono más
respetuosamente jocoso posible:
-Esto
no te lo perdono, secretario.
La
frase resumía el desconcertante momento. Y pronunciamos el nombre de
la ganadora. Recordamos verle, entre serio y sonriente, en primera
fila esperando la ceremonia de coronación. Por fortuna, solo unos
pocos se dieron cuenta, tal era el entusiasmo que despertaba la nueva
reina y la unanimidad alcanzada en el jurado a la hora de deliberar.
Pero no hubo protestas ni expresiones de rechazo. El momento
culminante de la gala se desarrolló con toda normalidad. Las risas y
las explicaciones, una vez finalizada, se acumulaban de forma
incesante en los vestuarios, en la salida y en el cóctel posterior.
Fue
una anécdota sabrosa, digna de ser rememorada, como ha ocurrido, en
multitud de reuniones con funcionarios y amigos comunes. Es probable
que el acta original se conserve entre los legajos de los expedientes
municipales. Deberían rebuscar y conservarlo. Tan solo para
constatar que un error en un fallo de un jurado cualquiera comete en
la vida.
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