lunes, 29 de mayo de 2017

FILÓLOGOS Y PERIODISTAS

El profesor Gonzalo Ortega Ojeda fue muy crítico y llegó a calificar de fracaso el desarrollo de las III Jornadas del español en Canarias, hecha por la Academia Canaria de la Lengua, a la vista de la escasa repercusión que había tenido entre los profesionales de la comunicación, reflejada en una reducida asistencia.

Asumimos su planteamiento -en realidad lo dijimos en la sesión de apertura- para engrosar la parte de autocrítica con que generalmente acudimos a estas convocatorias, siempre con ánimo de aprender, seguir curtiéndose y contribuir -esmerándonos- a la consecución de los objetivos propuestos.

Ya se ha dicho que los periodistas somos poco dados a la vida asociativa. Sus múltiples ocupaciones condicionan una enormidad dedicar tiempo a los menesteres de la formación y las relaciones profesionales. Si encima, las circunstancias predominantes en el trabajo no favorecen, falta humildad -como se reprochó- y no hay demasiado interés en reciclarse, actualizar conocimientos y acceder a nuevas fuentes o a fuentes alternativas, los resultados pueden ser decepcionantes.

Y eso que el profesor Humberto Hernández invitaba con una sugerente pregunta: “¿Qué pide el periodismo a los filólogos?”. Del necesario entendimiento entre ambas disciplinas hablaron en una ponencia José Luis Zurita y Ramón Alemán, el primero con afán de que los nuevos lenguajes, el de las redes y el de los móviles, no se pierda en economías baratas y vulgarismos que los deformen; y el segundo, con ganas de que haya más profesionales de la comunicación que le requieran para despejar dudas.

Les pedimos, profesor, que tomen la iniciativa”, fue nuestra respuesta. Habremos de ser ingeniosos y probar todas las fórmulas que sea con tal de estimular los conocimientos para mejorar el ejercicio profesional, para escribir y para hablar mejor. Para evitar que algún locutor exprese “andó”, en vez de anduvo, y encima un telespectador, cuando se le hace ver el error, manifieste que “lo dijo la tele”, otorgándole, poco menos, carta de categórica rotundidad. O que se escriba, ahora que se barrunta la posibilidad de ganar una competición señera, doceava en vez de dudodécima. Y que se escuche “nadien” o “nadies”. En fin...

Una solución podría ser acudir a la misma sede de los medios. Así se lo trasladamos a la Academia. Ya que es difícil armonizar y coordinar fechas y horarios, se trataría de convenir con las empresas jornadas de trabajo en directo, allí sobre las mismas mesas y las mismas pantallas donde se opera a diario, para corregir los yerros y los vacíos, las construcciones deslavazadas e insustanciales, la sintaxis disparatada y hasta las faltas de concordancia. Si la montaña no viene... Introducir y combinar elementos frescos, hacerlo de forma ágil y pragmática, es una de las opciones. Ganarían todos: las empresas, que tienen allí, en casa, a sus empleados; los profesionales, que dentro de sus horarios, pueden dedicar tiempo a la formación y al reciclaje y seguir la estela del aprendiz permanente; y los destinatarios del producto informativo que otorgarán la credibilidad y la confianza necesaria en función de cómo les sea presentado.

Tenía su razón, claro que sí, el profesor Ortega, de ahí que no caiga en saco roto el propósito encaminado a conocer y utilizar mejor una herramienta esencial para la convivencia, el entendimiento, las relaciones y la difusión de los mensajes. Fenómenos como el de las redes sociales -y antes, el de las televisiones locales- o la aparición de nuevos lenguajes obligan a no quedarse con los brazos cruzados. Se trata de no desaprender sino de estar a la altura de las exigencias de una sociedad que quiere comunicarse mejor.

Y en esa tarea, los filólogos tienen la llave y mucho que aportar.

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