El
mismo día que la revolución bolivariana derramaba más sangre con
tal de prolongarla en su viaje a ninguna parte, se cumplían
cincuenta años del violento terremoto que azótó el litoral
venezolano y la ciudad de Caracas. La coincidencia inspira una
reflexión sobre los modos de comunicar y las diferencias visibles.
Quedó
dicho: el seismo tuvo un especial impacto. Eran muchas la familias
con parientes en el país sudamericano y se trataba de saber qué
había pasado y en qué estado se encontraban. En la memoria personal
se almacenan los recuerdos de aquel gran problema: las dificultades
para comunicar, para disponer de información.
En
la evocación de hace unos años sobre este mismo asunto, escribimos
que “las líneas telefónicas, como consecuencia del seismo, se
habían visto afectadas. La marcación automática directa estaba muy
restringida. Y entonces surgieron las alternativas: Radio Nacional de
España, por ejemplo, a través de su centro emisor del Atlántico,
en Santa Cruz de Tenerife, estableció un servicio especial de
identificación de personas que habían facilitado su identidad al
consulado o a la embajada de España, dando cuenta de su estado. Otra
vez la radio como servicio público, como medio directo de saber la
suerte de los demás, de amigos y familiares. Largas horas ante los
receptores escuchando con atención y aplausos de júbilo cuando
nombraban al ser querido que se encontraba bien o fuera de peligro.
Después, las llamadas telefónicas de quienes participaban de ese
contento.
“El
otro gran canal de comunicación fue el de los radioaficionados cuyo
papel, en esa y en otras catástrofes, ha resultado decisivo. Se
buscaba un contacto, a alguien que dispusiera de emisora y que, en
noches y transmisiones interminables, conectara con algún colega, le
facilitara dirección o teléfono y le requiriese información. En
Caracas y en cualquier otro punto del país”.
En
aquellas fechas -escribíamos- pudimos contrastar personalmente el
valor de la comunicación y de la interactividad, de modo que si ya
había vocación, aquella situación terminó de consolidarla y de
inclinar la ocupación del futuro.
Porque
no sólo era saber sino sortear todos los obstáculos y todas las
circunstancias para conocer. Comparadas con las actuales, las
comunicaciones convencionales de entonces eran arcaicas y muy
limitadas en su accesibilidad. De ahí la importancia de los
radioaficionados que veían amanecer o llegaban tarde a sus trabajos
facilitando sus indicativos y luciendo orgullosos las notas o las
postales en las que dejaban constancia de haber sabido la suerte de
paisanos, amigos y familiares. Eran las célebres ruedas en las que
se hablaba lo justo, sin bromas y sin rivalidades.
Los
acontecimientos más recientes en el país hermano -nada que ver con
movimientos telúricos- nos han permitido apreciar los contrastes en
la comunicación. Dando por sobreentendidos los avances tecnológicos,
el acceso rápido y directo a distintos canales ha propiciado seguir
aquéllos prácticamente en vivo, on line, en
tiempo real. La inmediatez, esa clave. Nada que ver con aquella
zozobra y aquella incertidumbre de mediados los años sesenta del
pasado siglo. Y lo que es más: con imágenes. Si entonces fueron
horas y horas, y días, pendientes del transistor o del teléfono,
ahora han sido horas y horas ante la pantalla asistiendo desde la
distancia a una crudelísima etapa de la historia de Venezuela. Ha
transcurrido medio siglo.
Entonces,
días y noches de incertidumbre pero también de profunda atracción
ante el entonces muy limitado poder de la comunicación. El actual,
todo lo contrario, ha propiciado, desde otras perspectivas, igual o
superior interés. Ha pasado medio siglo. Estamos tan cerca...
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