No
sabemos qué será peor: si quienes se tomaron la condición de
testigo del presidente del Gobierno sigan jaleándole como si de una
comparecencia parlamentaria se tratare hasta descender a simplismos
inefables; o que la sociedad española, a raíz de sus respuestas y
evasivas, continúe sin conocer los entresijos de uno de los casos
flagrantes de corrupción política (Gürtel) que parecen
seguir causando poquísimo daño al partido gubernamental.
Quizás
por esta misma razón, uno de los elementos de defensa de su propia
estrategia sea hacer ver a la opinión pública -cada vez más harta
de la política y en vísperas vacacionales, aún más- que esto es
normal, que se puede convivir con la corrupción, que dan igual las
pruebas que se van amontonando y que no importan los cadáveres
políticos que no van a las cunetas, por supuesto. Es decir: hay un
juicio, declara como testigo el presidente del Gobierno y el del
partido afectado y no se altera prácticamente nada. Ni siquiera la
televisión pública, la única que no ofreció en directo la
comparecencia en sede judicial del 'ciudadano Rajoy' -así reseñado
y considerado por algunos, ya saben, para minimizar impactos- y trató
“convenientemente” (obligatorio entrecomillar el adverbio) el
asunto en los telediarios y en el Canal 24 Horas, provocando la
enésima y consabida protesta del comité representativo de los
profesionales. Es decir, el guión a la perfección, incluso el de la
post-testifical: inusitada actividad presidencial de menciones
positivas para liquidar los rescoldos -si es que hubo- de la
declaración.
Pero,
bueno, lo cierto es que el presidente del Gobierno se desenvolvió
como le gusta hacerlo desde el escaño o desde la tribuna de
oradores, es decir, con esgrima parlamentaria. Es su terreno
preferido. Tal soltura persuade a sus seguidores y a quienes le
ensalzan a camisa desabrochada, incluso dejando caer réditos
electoreros. Si, de paso, cosecha algunas réplicas desafortunadas o
precipitadas de cuadros de la oposición, la miel esa sobre hojuelas.
Que los analistas y observadores aprecian ciertos tratos de favor en
el presidente del tribunal, da igual, a beneficio de inventario.
Nadie hablará de eso en medio del fragor de la cosa juzgada pero es
una evidencia que lo ocurrido deja las puertas abiertas para un
ejercicio de autocrítica sobre la agilidad de los procedimientos y
estilos judiciales de nuestros país.
La
conclusión es que Rajoy aportó poco o nada para el esclarecimiento
de los intríngulis de Gürtel. Tras
esos tacticismos basados en la esquiva, las diligencias y las
próximas vistas proseguirán sin sustantivas aportaciones suyas, aun
cuando queda flotando esa cada vez más abstracta abstracción de las
responsabilidades políticas (en España, al menos).
Responsabilidades, por cierto, admitidas teóricamente en la propia
testificación y que resultan de Perogrullo después de haber formado
parte de los órganos de dirección de su partido, de numerosas
decisiones adoptadas durante décadas y de haber dirigido varias
campañas electorales. Las alusiones a los tesoreros, a Correa, a
González y a la mismísima Esperanza Aguirre así lo corroboran.
Cuestiones contables, no; por supuesto. Pero si en el conocimiento de
estas presuntas implicaciones prefirió el señor presidente utilizar
el tupido velo o mirar al infinito, a la hora de declarar tampoco ha
sido muy explícito, por lo que las incógnitas prevalecen. Y con
ellas, las sospechas.
A la espera de las
resoluciones judiciales.
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