El
baloncesto en el Puerto se fue apagando, como tantas otras cosas. No
alcanzó los niveles de práctica y popularidad que el fútbol, allá
por la década de los sesenta del pasado siglo, pero tuvo algunos
escenarios, jugadores y entrenadores destacados. Recordemos.
En
la que fue sede del Frente de Juventudes (Falange), en la última
parte de la finca, tras pasar el taller de cerrajería de don
Salvador (Boro) Acosta, había una cancha de tierra que servía para
casi todo: estaban los aros adosados (nunca los vimos con red) y las
porterías, de dimensiones reducidas, claro, como si sirvieran para
fútbol y balonmano, aparecían pintadas sobre las desiguales paredes
de los inmuebles colindantes. Además de estos deportes, hubo algunos
intentos de voleibol y hasta de atletismo. Memorable la figura de don
Francisco Suárez, profesor de política y gimnasia, denominaciones
abreviadas de Formación del Espíritu Nacional y Educación Física,
asignaturas del bachillerato de entonces. Suárez vivía allí mismo,
en aquella vieja casona envuelta en tea y con un generoso patio en
cuyo centro una gigantesca palmera canaria no impedía que los chicos
jugásemos al fútbol. Allí, en aquella cancha, recalábamos casi
todos: los alumnos del desaparecido Instituto Laboral, los de otros
centros, los habituales de la plaza del Charco y hasta quienes, ya
adultos, apuntaban maneras para jugar en otros niveles.
Pero
el espacio por antonomasia para el basket era, fue, esa plaza, la
bendita plaza, la sempiterna. De tierra, parcheado con tierra seca o
arena del muelle cuando llovía y se formaban charcos de todos los
tamaños en aquella superficie en la que algunos botaban el balón
con singular maestría. La marcábamos con un ovillo de hilo y cal
viva cada domingo de partidos. Porque a veces se jugaban hasta tres,
de distintas categorías. Los aros, con soportes cilíndricos, eran
desmontables, sobre todo en determinadas épocas como carnavales y
Fiestas de Julio, para instalar pistas de coches o norias o tómbolas,
con gran disgusto para los usuarios pues perdíamos aquel escenario
deportivo donde se entrenaba, se disputaban encuentros de alta
competición, torneos de verano o 'partiditos en la plaza' a secas,
los chicos y los no tanto.
Tiempos
del Ucanca, enfrentándose al Náutico, al Hernán Imperio, al DISA,
al San Isidro y al Hércules. Tiempos de Espinilla, Perdomo y otros
dirigentes. Allí jugaron hasta Chagona Rodríguez, Juan Suárez y
Pepín Castilla. Y no faltó el cronista: Andrés Chaves, que firmaba
Achaso, se estrenaba en el periodismo deportivo con reseñas de lo
que allí acontecía. Nos asombraba el orotavense Arbelo con canastas
de todas las facturas, mientras Fife Hernández y José Antonio
Marrero se perfilaban como ídolos locales y Santiago Padrón hacía
méritos para dar el salto a la Villa. Pero el paso de los años iba
anunciando que en la plaza era imposible seguir. Las exigencias, de
todo tipo, eran muy elevadas y aconsejaban nuevos rumbos. La plaza
también conoció las primeras manifestaciones del mini-basket y
hasta acogió un par de ediciones de doce horas jugando
ininterrumpidamente.
Uno
de ellos era una zona de aparcamientos en el polígono San Felipe-El
Tejar, urbanizado a la espera de las edificaciones de viviendas y los
dotacionales. El baloncesto, de todos modos, al no disponer de
espacios adecuados que acogiesen una afición de mínimos, ya había
sufrido un bajón considerable. Los jugadores de mayor proyección se
fueron a La Orotava y Los Realejos. Hasta que construyeron una caseta
que servía para guardar unos aros peligrosamente abatibles y como
vestuario con duchas. El mencionado Francisco Suárez todavía tuvo
tiempo de conocer (y dirigir) esas andanzas. Parecía que renacía el
interés por el basket. En aquella nueva cancha, inaugurada con el
partido de una formación local frente al histórico Canarias de La
Laguna en el que aparecían Miranda, Villamandos, Carmelo Cruz, entre
otros, Víctor Luis Castañeda entrenó a una nueva generación de
baloncestistas portuenses. Pedro Enrique Toste, que pudo ser
presidente de la Federación Tinerfeña de la disciplina, ejerció
como directivo en aquellos años.
Desde
ahí, el salto al parque San Francisco. Medidas justas, casi al
límite de la exactitud exigida, pero ya con aire y ambiente de
recinto para tener algo distinto. El problema era su plena
disponibilidad pues los espectáculos y otras actividades no
facilitaban las cosas. Lo inauguró el Joventut de Badalona, en
ocasión de una visita al Náutico. Jugaban, a las órdenes de Josep
Lluis Cortés, Enric Margall y un jovencísimo Villacampa. A duras
penas, con aportaciones de antiguos jugadores, surgió un equipo
local al que llegó a entrenar Juan José Rodríguez Pinto, entonces
considerado un avanzado entre los técnicos de la disciplina.
Los
patios de los dos colegios religiosos de la ciudad también sirvieron
para que algunos y algunas anotaran sus primeras canastas. En
realidad, sirvieron para recreo, todo lo más para enseñar las
nociones del juego. En el antiguo centro de los padres agustinos y en
el de las monjas de la Pureza, casi siempre en horas de tarde,
entrenaban chicos y chicas, hasta que se hacía de noche. En el
primero aún pueden verse, sobre las piedras o baldosas, las rayas
despintadas de lo que fue aquella cancha. En la Pureza, desde hace
unos años casa de acogida de los hermanos franciscanos para la
atención de la diversidad funcional a varones, ya no queda rastro.
Los
polideportivos de La Vera y San Antonio acogieron los últimos
intentos de potenciar el deporte de la canasta pero no eran barrios
donde hubiera penetrado con decisión. Tampoco hubo mejor suerte,
ya en la fase y en las competiciones regulares de distintas
categorías más recientes, pese a contar con el pabellón Miguel
Ángel Díaz Molina, un
escenario muy apropiado si hubiera un trabajo mínimamente
planificado y con voluntad de continuidad.
1 comentario:
Mis primeras nociones de baloncesto (minibasket) fueron en el patio del Cima Club en la calle Iriarte y mi primer entrenador que nos enseñaba al hacer la entrada a canasta (triple) fuiste tú, todo si la memoria no me falla, por supuesto. De ahí jugué las 12 horas de minibasket, fui participe de los aros plegables de Suarez en el polígono y jugué en el Parque San Francisco. Hasta entrené en La Vera bajo las ordenes de Finfe, con la curiosidad de que nos equipábamos en el Puerto, poníamos la ropa en su coche (un 850) y nosotros subíamos corriendo. Eso era entrenar y lo demás bobería.
Saludos,
Martín C. Rodríguez
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