Uno
de los rasgos predominantes en la maraña informativa y opinativa que
sigue al dinero multiusos del fútbol es la limitación de los
mandatos en los máximos cargos de responsabilidad en todos los
órdenes, acaso barruntando que es una forma de prevenir
enviciamientos, abusos y propensiones a saltarse normas elementales,
dirigir o administrar en plan caciques.
Albergamos
nuestras dudas sobre si tal limitación chocaría con algunos
principios o derechos constitucionales. Se requeriría un gran pacto
político que fructifique en una ley de amplio respaldo o consenso
para plasmar un acuerdo de esas características. Los partidos se lo
pensarán una enormidad: un alcalde es un activo, una potencia
electoral. Si lo está haciendo bien y los ciudadanos le otorgan
nuevamente su apoyo, ¿por qué cambiar? Hace casi tres décadas,
escuchamos atentamente los testimonios de dos alcaldes franceses de
pequeñas ciudades que habían sido elegidos tras la Segunda Guerra
Mundial y revalidaron con mayoría su condición en las urnas en tres
o cuatro convocatorias. Ellos lo interpretaban como buena prueba de
gestión que merecía la confianza renovada de los electores, antes
que un mero afán de perpetuarse en el poder. Criterio respetable
pero seguramente hoy, con el vértigo sociológico, insostenible.
Se
puede admitir que mucho tiempo en un mismo cargo aburre, cansa,
desgasta, incide en lo rutinario. Merma la iniciativa y hasta la
misma capacidad de gestión. No es menos cierto que la experiencia
atesorada permite ver las cosas con sosiego y propiciar una toma de
decisiones más ajustada. Al menos, mientras se conserve el respeto y
así sea reconocido. El poder político -pero también el deportivo,
el asociativo, el orgánico, el de cualquier orden- precisa de
renovaciones, de acuerdo. Otra cosa es saber cómo hacerlas.
Por
eso, tan importante o más que la limitación de mandatos como
fórmula higiénico-preventiva, sería la disponibilidad de recursos
estatutarios o reglamentarios y su exigible cumplimiento como
dinamizadores de funcionamientos democráticos. Eso y unos severos
cauces de fiscalización que hagan saltar los resortes a las primeras
de un desvío o infracción en la contabilidad de resultados. Dar
cuenta periódicamente de los ámbitos de gestión, informar con
cierta regularidad y someterse al control de órganos o asambleas no
solo es saludable desde todos los puntos de vista sino que contribuye
a la transparencia que debe caracterizar cualquier responsabilidad
conferida en los ámbitos público o privado. O sea, más democracia,
más participación, más colegiar determinaciones...
Es
cuestión de autodisciplinarse para ganar credibilidad, para
fortalecer la propia capacidad de gestión. Y entonces, acreditando
aptitudes y actitudes, desenvolviéndose a la altura de las
exigencias de la sociedad de nuestros días y de los mismos
ciudadanos, socios o miembros y afiliados, se evitarán muchos
riesgos o incurrir en los vicios que, auspiciados y refugiados en la
impunidad, terminan descomponiendo, quebrando confianza y todo lo
demás, hasta hacer ver que sustentan el afán por perpetuarse.
Cuando
se vienen a dar cuenta, puede que ya sea tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario