En Santa Úrsula dieron el lunes cristiana sepultura a Genaro
Gómez, propietario de uno de los establecimientos más populares en esa ruta norte tan rica en carne, pescado, pucheros, quesos,
vino y otros manjares. Un guachinche, vamos; una venta; un salón de
considerable altura en un edificio probablemente autoconstruido; uno de esos
lugares donde ir a comer o cenar tiene los mismos estímulos de siempre. Más de
una vez nos dimos cita en aquellas paredes acogedoras, donde se llegó a cantar,
casi al unísono, La Internacional y
el Cara al sol, tal era la
heterogeneidad de su fiel clientela. Allí celebraban cumpleaños y algunas
fechas señaladas, como la víspera de San Andrés, cuando el olor a castañas
asadas se detectaba desde la calle.
En julio de 1989, le saludábamos, “A la sombra”, desde
aquella columna que mantuvimos durante años en Diario de Avisos. Con el mismo título de esta entrada, decía así:
“Genaro
es de esas personas que puede ir por el mundo
sin
apellidos pues todos le conocen y le identifican por su
nombre
a secas, más que popular en Santa Úrsula y contornos,
más
que pintoresco en esas escapadas que se ha dado
por el
extranjero.
Genaro
tiene dos habilidades: la de guardar un exquisito
equilibrio
cuando tiene que servir a los del pueblo y la
Villa
al mismo tiempo —los de-abajo dicen que siempre
guardan
la mejor carne para los otros; en tanto que éstos
no se
explican por que los de abajo siempre
tienen el mejor
vino—;
y la de utilizar un peculiar método de sacar cuentas
que
nada tiene que ver con calculadoras; pero que invariablemente
se
cierran con números redondos para los
comensales.
Por
la primera, Genaro siempre logra que las gentes de
arriba
y abajo sigan coincidiendo en su "cátedra" ursulera,
con el
arbitraje, por cierto, del alcalde de la localidad, al
que le
reserva, por supuesto, algunas exquisiteces. Con la
segunda,
sin más instrumento que el lápiz y el ojo del buen
cubero,
mantiene el interés de los visitantes hasta el último
minuto,
revisa por si las moscas y hay algún comentario de
disconformidad
para terminar sirviendo, "animus compensandi",
el
medio litro de la despedida.
Genaro
es de esas figuras que pueblan la geografía interior
isleña,
distinguiéndose por su quehacer, porque en solitario,
con
los métodos más tradicionales, han sacado adelante
sus
negocios y conservan un tipismo y un sabor que
erigen
en los más significativos reclamos. Genaro brinda
con
todos, de mesa en mesa, y termina siendo uno más en
aquellas
donde la heterogeneidad de pensamientos o militancias
ideológicas
cede ante la cordialidad, la amistad y el
entendimiento
de gentes de pueblo que encuentra en casas
como
la de Genaro, allá en Santa Úrsula, un primoroso refugio
en el
que se recrean entre vino (s), carne y cuentas de
lápiz
largo”.
Luego, Genaro
hizo una fotocopia gigante de aquella columna, la enmarcó y la colgó de un
estante tras el mostrador. Se convirtió en un motivo de diversión popular,
claro. Como cuando le pilló el cambio de moneda y muchos se preguntaban ¿cómo
sacará ahora las cuentas, acostumbrado como está, a manejarse con un fleje de
billetes en el bolsillo? Pues él, habilidoso comerciante, lo hizo. Y siguió
adelante. En la primavera de 1995, un grupo de sus clientes fijos le trasladó a
medianoche a un hotel del Puerto de la Cruz donde los militantes socialistas
quisieron que ganara unas elecciones internas, todavía no llamadas primarias.
Genaro llevó una garrafa para brindar. Años después, la salud y la edad
determinaron su retiro. Genaro se convirtió entonces en una referencia de ese
peculiar modo isleño de disfrutar la gastronomía y compartir la amistad. Ahora,
evocando sus métodos, le decimos el adiós definitivo.
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