En medio del
ya crónico desbarajuste venezolano, ¿qué importancia puede tener que el
Ministerio Público (Fiscalía) haya imputado al coronel de la Guardia Nacional
Bolivariana (GNB), Bladimir Lugo Armas, como incurso en la presunta violación
de derechos humanos cometida recientemente en la Asamblea Nacional Legislativa?
Hombre, aparentemente ninguna, o escasa, sobre todo teniendo la gravedad de
otros hechos en plena crisis política, institucional, social y económica que no
se sabe dónde y cómo desembocarán. O si este otro dato, una inflación acumulada
en el país en lo que va de año que ya alcanza el 176 %, no fuera lo
suficientemente delicado como para hacernos una remota idea de lo que
significará reequilibrar esa economía productiva o recuperarla para proporcionar
una mínima estabilidad y trazar los horizontes de futuro, también muy incierto,
sobra decirlo.
Pero es que
ese coronel Lugo, responsable de la seguridad del Parlamento venezolano, ha
protagonizado algunos hechos visibles en medios de comunicación y redes, uno de
los cuales es el manifiesto ejemplo de lo que no debe hacerse por parte de un
militar de alto rango. Resulta que va y se dirige al mismísimo presidente del
Congreso –se deduce que, protocolariamente, es el número dos del país-, en una
estancia del palacio legislativo y no solo rehúye las preguntas que este le
formulaba a propósito del maltrato que habían recibido algunas señorías –entre
ellas, varias mujeres- sino que se permite a voz en grito ufanarse de su mando
en plaza (“¡soy el jefe de la unidad aquí”!) y hacer gestos ostensibles de que
se retirase, zarandearle ligeramente y hasta empujarle por la espalda hacia la
puerta de la estancia. Totalmente fuera de lugar. Inadmisible. Por mucho
coronel que sea. Ese milico, en fin, es un cobarde. Por tal acción: eso no se
le hace a ningún ciudadano y mucho menos a todo un presidente del Congreso.
Por tal
acción, no se puede descalificar, desde luego, a todo un Ejército pero sí nos
da una idea de cómo un hecho ¿aislado? plasma la actual situación interna de
las Fuerzas Armadas venezolana. Y, sobre todo, su proyección al exterior. Lo
peor es que después de tan “ejemplar” comportamiento, el coronel Lugo fue
condecorado días después ni más ni menos que por el propio presidente de la
República. De chiste, si no fuera de lo que se trata.
El caso es
que, probablemente no contento con la “hazaña” –no hay más remedio que
entrecomillar estos términos- el tristemente célebre coronel Lugo tuvo un papel
cuando menos confuso en la invasión de la sede de la Asamblea por parte de un
colectivo de ciudadanos que transgredieron las medidas de seguridad, agredieron
a varios diputados, intimidaron a personal de la institución y ocuparon sus
dependencia durante casi seis horas. ¿Dónde estaba, qué hacía el coronel Lugo mientras
tanto? ¿Le condecorarán también por esa incierta función?
El Ministerio
Público, de momento, le cita y le imputa cargos por presunta violación de
derechos humanos. Hoy mismo tendrá que hacer su primera declaración. Quizás sea
vitoreado como héroe antes de acceder a la fiscalía. Seguro que no entrará
escondido en el maletero de un coche. Sus agresiones físicas y verbales serán
analizadas a la espera de determinar las responsabilidades a que hubiere lugar.
Pero, claro,
esos hechos no pueden quedar minimizados. Aunque la vida de las personas, en el
curso de las protestas, sea lo más importante. Y aunque las dificultades de
abastecimiento se vayan tornando insostenibles. Una inflación del 176 % en el
curso del año no es moco de pavo. Sobre todo, cuando los pensionistas –al menos
los que ya se han ido del país- ni siquiera reciben su paga, la recompensa
proporcional de toda una vida de trabajo y cotizaciones.
Pero un
coronel empujando y avasallando ante las cámaras a un dignatario, o no actuando
como debiera ante la invasión de unos bárbaros, no es de recibo, no. Por
fortuna –confiemos- ya tiene quien le impute.
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