Ha
pasado prácticamente inadvertido en el vértigo informativo
cotidiano la tremenda filípica que soltó el presidente de la
Comisión Europea, Jean Claude Juncker, a un Parlamento Europeo (PE)
prácticamente vacío. Ante el considerado pleno de la institución,
espetó: “El Parlamento Europeo es ridículo, muy ridículo”.
Cuentan las crónicas que apenas eran treinta los eurodiputados
presentes de los setecientos cincuenta y uno que componen la cámara,
distribuidos entre veintiocho nacionalidades, cincuenta y cuatro de
ellos españoles. Se trataba de repasar y analizar el semestre de
presidencia de Malta. Se ve que interesaba muy poco, de ahí la
invectiva de Juncker que aludió a un escenario sustancialmente
distinto si estuvieran presentes Angela Merkel o Emmanuel Macron.
Hasta que llegó el presidente del PE, Antonio Tajani, y mandó a
parar, no solo afeando la que parecía ser una sincera confesión del
presidente de la Comisión sino recordándole que “el Parlamento
Europeo el que debe controlar a la Comisión y no al revés”.
Juncker no se arredró, pidió más respeto para las presidencias
(también de los países pequeños) y anunció que no volvería a
convocatorias como aquella tan poco correspondida.
Discernimientos
competenciales, peticiones y propósitos al margen, el caso es que
una estampa episódica como la de la Eurocámara, a la que el
presidente Juncker puso letra y música, posiblemente para evitar
males y desprestigios mayores, debe hacer reflexionar a los
representantes que la pueblan. No hace falta cargar tintas
demagógicas: se supone que allí van a trabajar, a propiciar
soluciones, a transar alternativas y a legislar eficazmente con
vocación de mejorar las condiciones de vida de cientos de millones
de habitantes de la Unión Europea (UE). Ausentarse de forma tan
ostensible es escandoloso. Esa foto de las bancadas vacías es
demoledora, tan apta para la crítica facilona de quienes repudian la
política y convierten a sus actores poco menos que en unos
aprovechados e incumplidores de sus responsabilidades y tan dada a la
reprobación -no solo la populista- que lo ocurrido invita a hacer
examen de ética política. Da igual que los reglamentos de los
respectivos grupos parlamentarios prevean sanciones por ausencia y
similares: no basta, no son suficientes para reparar el daño
causado.
A
menudo, los políticos de toda condición y niveles piden respeto a
los ciudadanos, sobre todo cuando muchos de éstos critican
abiertamente o sin mucho fundamento sus propias actuaciones.
Completamente cierto que a veces se pasan con insultos o denuestos.
Pero no acudir al puesto de trabajo, al honrosísimo lugar que
significa la expresión de la voluntad popular, es difícilmente
perdonable. La política en general no puede permitirse a estas
alturas -y menos en Europa- imágenes de instituciones vacías. Una
dejación tan masiva como la que nos ocupa es merecedora de
reprobación. Juncker no aguantó más y lo soltó. Los europeos ni
homogeneizan sus afanes ni se vertebran socialmente con inhibiciones
reales como las que brindaron los eurodiputados. A estas alturas, ya
deberían saber lo que duele.
1 comentario:
Lo peor son las explicaciones: "falta de coordinación de las agendas"; "ausencias por asistir a otras reuniones y/o comisiones"; "si no estamos en el pleno estamos trabajando"....... cuando lo que se quiere ocultar es el desprecio hacia un pequeño país como Malta.
Con Macron o Merkel el lleno estaría asegurado y se hubieran coordinado las agendas.
Un saludo
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