lunes, 24 de diciembre de 2018

SERRAT Y EL DESPISTADO

Joan Manuel Serrat acaba de ofrecer su enésima lección de sensatez. Ha exhibido ese seny del que tanto alardearon los catalanes hasta que el virus independentista inoculó el tejido social y afloró los contrasentidos y los comportamientos más inconsecuentes que se recuerdan, nada que ver con aquel vanguardismo europeísta que distinguía a una sociedad emprendedora y avanzada que eclosionó en los Juegos Olímpicos de 1992.
El cantautor, de próxima aparición en Canarias el inminente enero, interrumpió en Barcelona un concierto incluido en la gira 'Mediterráneo da capo', cuando un espectador le pidió que cantara en catalán, “que estamos en Barcelona”. Serrat no se arrugó y con ese temple que caracteriza a los elegidos y a los que ya han sido todo en su desfile incesante por los escenarios, pidió al público que no aplaudiera sus palabras y dijo que “siempre viene algún despistado a los conciertos”.
A buen entendedor... Pero, por si necesitara abundar en explicaciones, recordó que compuso y grabó Mediterráneo en 1971, un tótem de la música moderna española con diez canciones, todas en castellano y que ahora en esta gira, las interpretaba en orden. Serrat lamentó esta recriminación, la primera que le hacían en su larga carrera, y visiblemente molesto dio con la tecla definitiva: “Sé perfectamente que estoy en Barcelona, seguramente lo sepa antes que usted”. Añadió: “Desde antes que usted, estoy trabajando por hacer cosas en esta ciudad, así que le pido que deje hacer mi trabajo”.
Nos imaginamos cómo se habrá quedado el despistado, después de la ovación que el auditorio dedicó al poeta. Y lo que son las cosas: Serrat, en pleno franquismo, fue reprobado por no poder interpretar en catalán la canción con la que representaba a España en Eurovisión. Temps era temps.... por emplear para la ocasión el título de una de sus canciones. Ahora, queriendo o sin querer, ha reivindicado el castellano, manteniendo el original de aquel formidable bagaje poético registrado hace cuarentaisiete años.
Pero sí, despistados los hay en los conciertos y espectáculos públicos de toda índole. Algunos no se conforman y exteriorizan su distracción o su extravío con un grito o un desafuero, si es de reproche al protagonista, mejor. No discrepan porque haya hecho una mala interpretación o haya desafinado sino porque no canta en el respetable idioma que prefiere, “que estamos en Barcelona”.
Pues el despiste se paga con sentido común, con una réplica cargada de templanza para seguir cantando libremente. Últimamente, en foros y espectáculos abundan esas 'extravoces' que alteran el desarrollo de de una intervención que ha conllevado preparativos, se supone que considerables y costosos. “¡Libertad de expresión!”, exclamará alguien en defensa del espontáneo despistado. Hay que defenderla, pero siempre que se respeten las reglas del juego o no se interrumpa o no se insulte o se rompa la deslealtad. Los despistados deberían ser más conscientes y entender el lugar donde se encuentran antes de acreditar, motu proprio, esa condición.
Se exponen que alguien, simplemente con sensatez, les ponga en evidencia. 


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