El desasosiego en la comunidad educativa, a medida que se acerca la fecha de septiembre inicialmente prevista para reanudar las clases, va creciendo sin horizontes favorables. Es de cajón: hay unas cuantas asignaturas pendientes. Aquí ya parece claro que todas las esperanzas se escriben con letras de vacuna. Y a ver. Luego, aprobarlas no va a ser fácil. Para colmo, van surgiendo problemas, como la convocatoria de una huelga de profesores, que se añaden a los existentes para enturbiar el panorama. Una papeleta.
En marzo, cuando eclosionaba la pandemia, el pasado curso escolar precipitó su final. La evolución no era muy favorable de modo que hicieron lo que pudieron para culminarlo, con mucho de improvisación y soluciones controvertidas, consideradas en muchos casos como insatisfactorias. Quedó claro, entre otras cosas, que la educación a distancia era un campo muy limitado, bien es verdad que fue el último recurso para llegar a evaluaciones y completar otras tareas. Dicen, por cierto, que la respuesta del alumnado, en tanto el esfuerzo de profesores no tuvo freno en medio del desconcierto y las dudas, fue bastante estimable.
El caso es que estamos en plena oleada de rebrotes, luego será muy difícil, por no decir imposible, garantizar que la enseñanza vaya a ser presencial. Los gobiernos de las comunidades autónomas tratan de avanzar o predefinir estrategias de actuación, con unos protocolos que deberán ser muy bien explicados por cierto pero el tiempo se agota entre escarceos y soluciones poco sólidas. Habrá que aguardar a la Conferencia Sectorial y a la de presidentes para conocer las determinaciones y su alcance. Se trata, suponemos, de fijar unas bases que hagan ver la situación delicada que hay que afrontar.
Seamos conscientes de que la educación, en su conjunto, es la afectada. No basta con que padres, madres y tutores afronten con responsabilidad la coyuntura. Ojalá se acerquen al meollo del problema, que hagan ver a los hijos y a los educandos la importancia de asumir unas dificultades que se añaden al guión cada vez menos rutinario. Cuando se habla de los cambios impulsados por la pandemia, en casi todos los aspectos, en el orden convivencial, hay que ser consecuentes con comportamientos más estrictos. El virus que lo cambió todo y que se ha llevado por delante vidas humanas y múltiples actividades, obligando a gobiernos y responsables públicos, a revisar o suprimir tantas cosas, sigue causando estragos. Y las consecuencias, sobre todo en el plano económico, están aún por ver. Los cálculos, desde luego, son muy pesimistas.
Quedan días, luego hay que obrar con diligencia y pragmatismo, lo que significa que hay que arriesgar lo justo. La educación es un asunto de Estado y exige, por tanto, medidas y alternativas claras por parte de las administraciones competentes. Cuando se lee el comunicado de la Unión Sindical de Inspectores de Educacuión (USIE) en el que reprueba que “todo se ha organizado no tarde, ni tardísimo, sino extremadamente tarde”, se eleva el nivel de preocupación. Y cuando, en otro comunicado, el Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia (Cedd) solicita encarecidamente a las consejería de Educación de todas las comunidades autónomas que “se analicen y atiendan todas las situaciones especiales de estos niños y niñas, ya que, dado su perfil, requieren de apoyos y protocolos especiales para preservar su salud y la de su entorno”, nos acercamos a la auténtica dimensión del problema que esperemos no se vea agravado con posturas contrapuestas de los gobiernos autónomos, alimentadas por concepciones políticas rígidas e inflexibles. Hay que pensar en la colectividad, en esa comunidad educativa plagada de incógnitas y necesitada de sólidas certezas. Nadie, ni docentes ni padres, nadie del personal vinculado a la educación, puede mirar para otro lado. Hay que aportar y cumplir. Si existe un extendido consenso en torno a la necesaria presencialidad del alumnado, hay que obrar con realismo y ello pasa por la aplicación de criterios sanitarios y educativos claros, asumibles por todos, independientemente de una mayor dotación de medios materiales y humanos. ¿Serán suficientes los dos mil millones de euros que están sobre la mesa?
Las aulas esperan. El desasosiego se palpa.
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