Al final, Nicolás Dorta y Juan Cruz, con Agustín González como introductor/testigo activo, terminaron hablando de las interioridades humanas y del escritor en el acto de presentación (Liceo Taoro, La Orotava, viernes 14) del primer libro de relatos de Dorta, Las zonas comunes (Franz Ediciones 2020). “Un libro sobre la escritura y sobre la soledad, la existencial”, define el autor, en pleno diálogo, cuando una plétora de conceptos, matices y sugerencias, hizo más amena y reflexiva la sesión.
Nicolás Dorta (Guía de Isora, 1978), periodista y escritor, que ahora ejerce como profesor de Filosofía en un instituto de secundaria de Lanzarote, transitó por Diario de Avisos y las agencias Efe y Europa Press, donde dejó un sello propio que vislumbraba aventuras y realizaciones literarias. Edita su propio blog, titulado ´Música en el coche’. “Cualquier noticia la reportajeaba”, dijo de él Agustín González, hoy vicedirector del decano. No satisfecho, añadió que “en sus crónicas había siempre un plus de calidad literaria. Se trata, pues, de alguien que es mucho más que un buen periodista”.
Alguien que toca la batería y al que apasiona la música. Como a Cruz Ruiz le gusta entrevistar a los escritores, le animó a confesarse. Tanto, que titubeó cuando el escritor y editor portuense interrogó “por lo que no te he preguntado”. Cruz, atraído cuando recibió el original, dijo que la escritura de Dorta está hecha de agua salada, “con un verbo potente que impulsa esa escritura, lo que me lleva a pensar que, con los textos recientes de otros autores, algo se está moviendo en la tradición literaria de nuestro lenguaje”.
El autor de Las zonas comunes aceptó los envites para admitir que carece de argumentos. “Pero hay una mirada, parte de una idea, de un flash, es de un arranque que luego tiene su continuidad, pero sin planificar”. Porque Dorta escribe sobre la marcha. Y revela un ejemplo de su inclinación por el lenguaje sintetizado: “He nacido en el fin del mundo. Fíjense qué frase. Sobre ella estoy escribiendo ahora”.
El influjo periodístico en su quehacer se plasma en su inconformismo permanente. “Escribir es sugerir. Y lo que no dices, lo dejas ahí. En esa labor, se corrige constantemente.”. De ahí al perfeccionismo no hay más que un paso. Se nota en los relatos que se suceden con algo más que curiosidad, lo siguiente. Él mismo dice que en el libro hay huellas y sombras, pero no es esencialmente autobiográfico.
“Me interesa la imposibilidad de cambiar, esa es una situación que me atrae, saber por qué sucede”, desgrana Nicolás Dorta que admite que “hay que ser valiente para escribir cosas que te influyen”. Es uno de los rasgos de la obra que “va de gente que se sostiene en la vida”. Por eso ausculta su interior y relata elementos vitalistas, construyendo un análisis propio de un territorio que se descubre diariamente. Los cinco relatos del libro han sido escritos –y perfeccionados- a lo largo de los últimos años. Prioriza a los personajes, acaso para sostener la trama, cualquier trama.
Y, para acabar, puso sobre la marcha la ausencia de la portuense Olivia Molina Espinosa, recientemente fallecida: “Ella hubiera estado aquí”. La evocó. Aunque ya esté lejos de Las zonas comunes, un título imprescindible de nuestra literatura.
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