La dinastía de los Torres (Puerto de la Cruz, Santa Úrsula, Venezuela, familia numerosa y longeva) sufrió ayer una sensible pérdida con el fallecimiento de Mario, un destacado profesional de la cocina y de la enología que se caracterizó por la innovación y la creatividad gestronómica y vitivinícola que supo granjearse el respeto y el reconocimiento de los ámbitos respectivos.
Porque Mario, en efecto, no fue un ‘chief’ cualquiera. Él no se conformaba con elaborar personalmente los platos tradicionales o darles un mínimo toque especial para que parecieran distintos. Se trabajaba las cosas, las probaba, las estudiaba. Experimentaba pero lo hacía con seguridad. Hasta que daba con el maridaje y con el sabor que pretendía.
Lo mismo ocurría con el vino. Puso sello propio, Terral, a su producción, ganadora de premios. Pero eso era lo de menos: lo que importaba era que el cliente se llevara una grata impresión, que se marchara animado para repetir. Cuando salía una nueva añada, llamaba personalmente a catadores y expertos para que le asesoraran y redondeara el buqué (galicismo de ‘bouquet’, ‘aroma’, en castellano, el que adquiere el vino durante el proceso de envejecimiento. Recordamos verle cumplir estrictamente los cánones: agitar fuertemente la copa y dejarla reposar para percibir con nitidez ese aroma.
Torres visitaba ferias y asistía a convocatorias, de modo que estaba al día. Y hablaba con propiedad cuando se abría algún debate de gastronomía entre entendidos. Frecuentaba los mercados y mercadillos de la isla.
Gran defensor del producto canario, hizo célebres algunas especialidades que mantuvo en la carta sin restar espacio a las creaciones. Porque quiso hacer una cocina creativa, capaz de entusiasmar a cualquier paladar por muy exigente que fuese. Él mismo se ponía al frente de los fogones cuando sabía que había clientes a los que gustaban las exquisiteces. Su toque era reconocido en garbanzas con pulpo, huevos estrellados, puntas de solomillo con champiñones, calamares rellenos, tollos, el cochino canario, las papas... en fin, cualquier cosa que se propusiera. En cierta ocasión sirvió un sorbete de hierba y todo el restaurante brindó con gozo y aplausos.
Múltiples reconocimientos en su trayectoria profesional, entre los que sobresale el premio a la Mejor Cocina Canaria, otorgado por Diario de Avisos en 2004, en ocasión de sus decimonovenos Premios de Gastronomía.
Torres dejó huella de su arte culinario en establecimientos de postín, en Santa Úrsula, en ‘Los Corales’ –de honda tradición familiar-, después ‘El calderito de la abuela’, y también ‘La bodeguita de enfrente’. También en el Puerto de la Cruz, ‘Marisquería Mario’ y ‘Bodega Mario’, en la popular calle Corales, cerca de San Telmo. Hasta llegar a ‘Donde Mario’, restaurante que cuidó con mimo y con notable espíritu de superación. Desde el primero de los citados patrocinó un espacio radiofónico referido a los partidos en casa del C.D. Tenerife.
Mario Torres, víctima de una penosa enfermedad, luchó con denuedo hasta el último instante. A su familia y personas allegadas dirigió un conmovedor mensaje telefónico antes de fallecer. Le recordaremos por su esmero. Fue, sencillamente, la excelencia del ‘chief’.
1 comentario:
Muchas gracias Salvador. Muy merecidas esas palabras tuyas. Abrazo!
Publicar un comentario