lunes, 12 de octubre de 2009

PAISAJE TRAS LA CENSURA

Consumada la censura en el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, cabe exponer algunas consideraciones, fruto de la legitimidad que proporciona la convivencia vecinal y de la observación y seguimiento a cierta distancia, voluntariamente autoimpuesta, de las circunstancias y acontecimientos en torno a ese trance que se ha saldado con el retorno de Marcos Brito a la alcaldía y con la reedición de la alianza política entre Coalición Canaria y el Partido Popular.
Muchas personas, portuenses y de otras localidades, se han sentido avergonzadas -más que escandalizadas- con imágenes, informaciones y gráficas que no sólo revelan tensión y que traducen la crispación que desde hace unos años sacude el cotidiano desenvolvimiento de los portuenses, sino que pudieran ser interpretadas como un comportamiento público que abochorna. Encontrarse a vecinos y amigos, reconocer rostros metidos en un ambiente de refriega, como si de figurantes se tratara, no es gratificante, desde luego.
Pero no es la principal esa actitud que se cuestiona. Al menos, durante la sesión. En el fondo, parece lo natural. Por muy comedida que haya sido la ambientación previa y hasta por muy punzantes que resultaren algunas intervenciones, se diría que es la exteriorización de unos sentimientos, una suerte de catarsis en la que se registran desde el dolor por una pérdida hasta la ansiedad por derribar y disfrutar de las mieles de una victoria política. Son sensaciones en muchos casos incontroladas porque en situaciones así no todos pueden mantener el temple y la compostura. Aunque tengan antecedentes. Pero hay quien sigue viendo en estos episodios una especie de circo o de pugilato.
Los portuenses no somos así, lo aseguro (y perdón por la primera persona). Terminado el pleno, liquidados los afanes de unos por acceder al poder y la legítima defensa de otros como primera baza para intentar recuperarlo, se supone que se agota todo ese clima enrarecido y tirante. Puede que la ciudad -sin que ello sea necesariamente nocivo- padezca una excesiva politización. Si fuera ideológica, nada que temer, pero puede presumirse que son otros los factores que alientan aquélla. Y eso es lo malo: que el virus del encono -y hay verdaderos especialistas en administrarlo- inocule hasta extremos que dejen entrever un cierto clima ‘guerracivilista’.
Pero, de verdad, no somos así. Siempre hubo respeto y tolerancia entre los portuenses, incluso durante el franquismo que uno conoció. El turismo contribuyó a ello. En foros y conversaciones populares, en polémicas periodísticas, en círculos de distinta naturaleza, en los colegios, las diferencias -que las había- se sobrellevaban de una manera no sólo (como se diría hoy) políticamente correcta sino con elegancia. En una población poco numerosa, donde todos más o menos se conocían, las procedencias y las familias se sabían con asombrosa exactitud, por lo que se aceptaban y toleraban aún cuando, sotto voce, esto es, en voz baja, casi en secreto, pudieran hablar de la cáscara amarga o de algún episodio turbio que no se correspondía con la auténtica personalidad del individuo.
Esto es lo que debe preocupar en el paisaje después de la censura. Sosegados los ánimos, la legítima y democrática pugna política debe desarrollarse en las coordenadas más normales, con arreglo a las reglas del juego. Lástima que algunos abusen de ellas. Pero es la ciudadanía la que espera uno y muchos actos de generosidad, la que aguarda señales y expresiones de respeto para restituir el prestigio institucional y para lograr que las discrepancias sólo fortalezcan la salud del civismo democrático. El civismo y la cultura democrática, precisamente para no dañar o seguir mermando la credibilidad de quienes ejercen la representación popular.
Todos están obligados a hacerlo. La ciudad, metida en una difícil encrucijada de revitalización como destino turístico, necesita de mayores dosis de quietud y estabilidad por parte de sus dirigentes políticos. La población espera hechos y realizaciones una vez alcanzado el cenit de las rupturas. Recuperar valores, generar confianza, discutir con madurez, cultivar señas de identidad, defender sin reservas los intereses generales del municipio…
Se puede hacer. Es mucho lo que está en juego.

2 comentarios:

Jesús Hernández dijo...

Es mucho lo que se juega. Es mucho lo que nos jugamos Salvador.

Hay personajillos que nunca debieron estar y siguen ahí tratando de hacer de su impostor y trasnochado interés personal el interés del Puerto.

No hay nada más que situarse en la carretera de Las Arenas por unos minutos, para comprobar lo que nos va al Norte el futuro del Puerto.

Y, así, no se puede.

Mientras, el Cabildo, como siempre, gobierne quién gobierne en el Puerto, desentendiéndose de él.

Un saludo

Jesús

Unknown dijo...

Cierto clima 'guerracivilista', adecuada expresión que transmite lo que muchos sentimos...