Destapada la trama corrupta del Partido Popular (PP), ahora que el sumario no es secreto y ya se conocen detalles concretos, no sólo del 'modus operandi' sino hasta del comportamiento de los implicados, habrá que reconocer el trabajo profesional de los redactores de la cadena SER que ayer dieron toda una lección y en el breve espacio de unas horas fueron capaces de condensar aspectos relevantes del funcionamiento de la trama hasta culminar con la prolija síntesis de 'Hora 25', una nueva lección de periodismo radiofónico.
La democracia de este país le debe mucho a la SER y su tratamiento informativo del "Caso Gürtel" es la penúltima contribución al robustecimiento del derecho a la información, a la transparencia, a la libertad de expresión misma. La cadena, sus profesionales, han dado un ejemplo de destreza y calidad profesional. Se explica así el por qué de un liderazgo permanente en las mediciones de audiencia. Un aplauso, sí señor.
La cuestión de fondo: los dirigentes del Partido Popular ya no pueden mirar para otro lado. Es muy grave la situación. Y un partido político que ha tenido experiencia gubernamental y aspira a recobrar cuotas de poder y que se ve manchado por este escándalo que no es bueno, obviamente, para la democracia, tiene que dar algún tipo de respuesta que en nada se parezca a las tangentes que encuentra su presidente, Mariano Rajoy, cada vez que brotan las noticias que ponen de manifiesto que no soplan vientos favorables.
De lo que se va conociendo del sumario se desprende claramente que han ido 'cantando' los detenidos e interrogados. Lo han hecho por instinto de supervivencia, seguramente. Algún día, cuando se profundice en la investigación, se sabrá.
Desde hace muchos años sostenemos la teoría de que lo peor para la derecha (principalmente en núcleos de población pequeños donde las relaciones son más directas y donde se conocen más fácilmente las cirunstancias que concurren) es que quienés están en la pomada se conocen las artes buenas y malas de todos. Conocen sus odios y sus filias, sus debilidades, sus aspiraciones... Se lo van contando unos a otros. Y claro, cuando la cuerda se rompe por algún lado, cuando surge alguna discrepancia y se produce el distanciamiento, entonces es cuando se exterioriza el peor talante, las descalificaciones, los deseos de revancha...
Entonces, no son de extrañar ni las formas ni las expresiones que se van conociendo (Una de ellas, por ejemplo, que causa hasta gracia, es la pretensión del presidente de la Generalitat valenciana de sacarse una foto con Obama. Quien recibe el encargo termina confesando que no ve la hora de jubilarse pues está harto de los políticos y sus caprichos).
Quede para otro momento el análisis de las repercusiones de asuntos tan graves como la financiación irregular de una organización política, que es de lo que se trata. Para ahora, hay que decir que lo ocurrido al Partido Popular, donde hay gente honesta y capacitada, por descontado, no es bueno ni para el propio partido ni para el sistema democrático español.
La credibilidad hay que ganársela en un pulso que late no sólo con proyectos y programas políticos, con una adecuada política de personal y con decisiones de calado, sino con determinaciones internas que pueden ser dolorosas pero que no hay más remedio que afrontar si no se quiere perder del todo la credibilidad.
Porque si ésta merma, malo, muy malo. Hasta los más profanos en política, aquellos que tengan un vago conocimiento de lo que está ocurriendo en el interior del PP, podrán establecer la duda básica: caramba, si así administran los recursos de su casa, ¿qué harán con la de todos si se les otorga la confianza?
Lo dicho: no se puede seguir mirando para otro lado, dando respuestas inconsecuentes o tratando de minimizar el impacto a base de naderías. Claro que lo tiene que estar pasando mal Mariano Rajoy. Pero sobre él, en un funcionamiento democrático elemental, recae la responsabilidad principal y la necesidad de tomar la iniciativa para buscar salidas si es que quedan.
Un dirigente de su talla no puede argumentar la aplicación de la indiferencia cuando es su partido el que se ve afectado por los comportamientos presuntamente delictivos de quienes pertenecen a la organización o tienen algún vínculo con ella. Ya no es un medio de comunicación hostil que persigue, ya no es la veterana voz discrepante, ya no es la obsesión de unos pocos: es algo tan serio como la financiación de la organización lo que se pone en tela de juicio, algo esencial en la salud del funcionamiento del sistema.
Y ante eso, respuestas. Las demandan las bases, aunque sea discreta y disciplinadamente, los votantes y la sociedad misma.
De momento, sigue el viacrucis.
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