"La democracia es aburrida", dijo en cierta ocasión Felipe González, cuando intentaba dar carta de normalidad a algunos hechos noticiosos que, debidamente amplificados en ciertos medios, intentaban alterarla.
En Canarias, tanta inestabilidad, tanto comportamiento anómalo, tanta corrupción, tanto surrealismo político, tanta contradicción, han terminado venciendo y adquiriendo patente de todo vale, o da igual, porque no va a pasar nada, no va a haber repercusiones. La política en Canarias es una prolongada línea de "sin novedad, señora baronesa". Hemos terminado conviviendo con todo eso, y con mucho más, sin que pase nada.
Es cierto que algunos se han empeñado en que así sea, para no ser molestados, para hacer antipática la política a los ojos de la mayoría, para alejarla, para no motivar mayor interés que un par de comentarios jocosos y unas tertulias audiovisuales que se evaporan a un clic.
Eso termina desvirtuando la democracia o hace que la calidad de ésta vaya menguando. Cada vez interesa menos el funcionamiento de las instituciones, es lo preocupante.
Y de vez en cuando, al brotar algún escándalo, como el más reciente del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, pues a esperar que escampe, aunque bien avanzado julio, algunos tendrán que estrujarse las meninges para salir del trance. Vaya mandato, por cierto, el del consistorio santacrucero: entre Plan General, rupturas, reediciones de alianza, relevos y facturas que causan estupefacción, sólo puede cogerse por el lado negativo.
Pero ya ven: normalidad, no pasa nada. Se convive con todo eso. Vaya vaya con la democracia aburrida.
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