Vaya suplicio, vaya calvario, para los ciudadanos y para los propios componentes de la corporación, el presente mandato municipal en Santa Cruz de Tenerife. Qué de sucesos, qué de episodios, qué de hechos insólitos para caracterizar un ciclo poco productivo, políticamente hablando, y para señalarlo como uno de los más convulsos desde la recuperación de la democracia. Cualquier guionista estaría encantado con el material que ha ido brotando y los historiadores, cuando se refieran a este mandato 2007-11, tendrán que interpretar no pocas claves de inestabilidad interna sino de manejos que, aderezados con unas cuantas perlas dialécticas de varios protagonistas, han terminado por hacer del consistorio capitalino el circense más difícil todavía.
A modo de pinceladas de trazo grueso: está lo del Plan General -aunque ya late la sensación de que se apagan los ecos- y está la jungla inextricable de Las Teresitas, uno de los pleitos más densos y enrevesados que se recuerda en la historia judicial de la Comunidad Autónoma. Está lo del mamotreto y el ya célebre doble auto judicial. Tenemos aquella alianza política de Coalición Canaria y Partido Popular, quebrada cuando Angel Llanos se empeñó en subir su cotización de aspirante, para desazón de los suyos propios y de los socios gubernamentales. Alianza reeditada, por cierto, de modo que se hizo corta la travesía del desierto cuya dignidad salvó Alfonso Soriano. Está lo de Luz Reverón y aquel extraño viaje de trabajo circulando por la red y las redes de ciudadanía, adjuntas las facturas. Tenemos a la oposición socialista fragmentaria en tres y dejando pasar otra oportunidad histórica casi servida en bandeja; y a Ciudadanos interpretando una dualidad política sólo concebible allí donde se ha instalado el surrealismo.
Y si todo esto pareciera insuficiente, no se preocupen que el empeño por enriquecer el anecdotario es merecedor también de una mención. Claro que, después, cada quien lo evaluará como prefiera: elevando el nivel crítico para intentar demostrar la personalidad y los conocimientos de los protagonistas o tomándoselo a chacota, que es una buena manera de despachar todas estas naderías en el análisis de la cotidianeidad política.
Aquel ilustrativo diálogo de Luz Reverón y Cristina Tavío a cuenta de los sebadales (“una ola que te revuelca y sales arañada”, dijo la primera; “muchas veces se han hundido barcos de pesca para generar sebadales”, replicó Tavío), dejó pasó a la ocurrencia de la edil Esther Sarrautte cuando no detectó las siglas ONG en la relación de quienes habían solicitado locales. Por no olvidarnos de aquel “español que intervino y el tonicazo que le doy” (Hilario Rodríguez dixit), en una irreflexiva reacción acreedora de disculpas sensatas en un cargo público.
Y como remate reciente de los barbarismos que adornan todos estos desempeños, el de Cristina Tavío, a propósito de la peculiar justificación de gastos en la asignación corporativa a su grupo político: “¿Insinúa usted que tenemos un Bill Gates?”, preguntó ella en directo a Carmelo Rivero, confundiendo (¿un problema de ‘pronuncieision’?) el atún del Watergate con el betún de los sistemas operativos del cofundador de Microsoft que igual se ha metido a espiar y nosotros aquí, sin enterarnos.
Lo dicho: vaya suplicio, vaya calvario. Como si de rivalizar en despropósitos se tratara. Más de un sufrido contribuyente estará consolándose: ya queda menos.
A modo de pinceladas de trazo grueso: está lo del Plan General -aunque ya late la sensación de que se apagan los ecos- y está la jungla inextricable de Las Teresitas, uno de los pleitos más densos y enrevesados que se recuerda en la historia judicial de la Comunidad Autónoma. Está lo del mamotreto y el ya célebre doble auto judicial. Tenemos aquella alianza política de Coalición Canaria y Partido Popular, quebrada cuando Angel Llanos se empeñó en subir su cotización de aspirante, para desazón de los suyos propios y de los socios gubernamentales. Alianza reeditada, por cierto, de modo que se hizo corta la travesía del desierto cuya dignidad salvó Alfonso Soriano. Está lo de Luz Reverón y aquel extraño viaje de trabajo circulando por la red y las redes de ciudadanía, adjuntas las facturas. Tenemos a la oposición socialista fragmentaria en tres y dejando pasar otra oportunidad histórica casi servida en bandeja; y a Ciudadanos interpretando una dualidad política sólo concebible allí donde se ha instalado el surrealismo.
Y si todo esto pareciera insuficiente, no se preocupen que el empeño por enriquecer el anecdotario es merecedor también de una mención. Claro que, después, cada quien lo evaluará como prefiera: elevando el nivel crítico para intentar demostrar la personalidad y los conocimientos de los protagonistas o tomándoselo a chacota, que es una buena manera de despachar todas estas naderías en el análisis de la cotidianeidad política.
Aquel ilustrativo diálogo de Luz Reverón y Cristina Tavío a cuenta de los sebadales (“una ola que te revuelca y sales arañada”, dijo la primera; “muchas veces se han hundido barcos de pesca para generar sebadales”, replicó Tavío), dejó pasó a la ocurrencia de la edil Esther Sarrautte cuando no detectó las siglas ONG en la relación de quienes habían solicitado locales. Por no olvidarnos de aquel “español que intervino y el tonicazo que le doy” (Hilario Rodríguez dixit), en una irreflexiva reacción acreedora de disculpas sensatas en un cargo público.
Y como remate reciente de los barbarismos que adornan todos estos desempeños, el de Cristina Tavío, a propósito de la peculiar justificación de gastos en la asignación corporativa a su grupo político: “¿Insinúa usted que tenemos un Bill Gates?”, preguntó ella en directo a Carmelo Rivero, confundiendo (¿un problema de ‘pronuncieision’?) el atún del Watergate con el betún de los sistemas operativos del cofundador de Microsoft que igual se ha metido a espiar y nosotros aquí, sin enterarnos.
Lo dicho: vaya suplicio, vaya calvario. Como si de rivalizar en despropósitos se tratara. Más de un sufrido contribuyente estará consolándose: ya queda menos.
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