En uno de sus editoriales de esta semana, el periódico El Día escribe que el presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, "es un independentista encubierto por causa de las circunstancias y del puesto de responsabilidad que ocupa".
Cuidado, porque una cosa son las soflamas, los devaneos, los absurdos y las incongruencias y otra muy distinta atribuir al presidente del ejecutivo una condición política de esa naturaleza. Viene a decir que Rivero es un farsante, un impostor que ha tenido que prometer la Constitución y cumplirla y hacerla cumplir como norma fundamental del Estado, siquiera para guardar las formas. Ya saben: las circunstancias y el puesto de responsabilidad que ocupa. Casi nada eso de las circunstancias, voluntad popular incluida.
A estas alturas, ni Rivero ha desmentido públicamente esa atribución que le hace el periódico citado ni la oposición ha anunciado pregunta parlamentaria alguna para saber, al menos saber, si el presidente la comparte. Ni siquiera vale el socorrido y recurrente "eso no lo lee nadie".
No resten importancia al hecho -el primero que no debería es el propio presidente- pues son consideraciones que propician confusión. Hay una escalada incontrolada en la defensa del postulado soberanista: se sabe cómo empezó pero cómo va acabar. Ni siquiera esa licencia de cabe todo en la escalada sirve para justificar y callar, en otro ejercicio de indiferencia y desentendimiento.
No: el canario, el pueblo canario tiene derecho a saber lo que es su presidente. No tiene que presumir de españolidad -para eso está su señora esposa- pero sí parece obligado a atajar o despejar alguna atribución periodística que trasciende un análisis o un juicio de valor político. Es más: si el periódico lo afirma tan rotundamente como lo ha hecho, es que algún fundamento tendrá, aunque luego introduzca esos inefables matices.
En la política canaria, tan denostada, tan necesitada de rigor y coherencia, de discursos creíbles, de planteamientos sensatos, el presidente del Gobierno autónomo no puede ser objeto de juegos y elucubraciones independentistas. El propio presidente no debería prestarse, por lo que no sobraría, en este caso, un desmentido igual de rotundo.
Tanta indiferencia, desde luego, desde todos los flancos, da que pensar.
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