Que se sepa, por ahora, no hay debate. Y no porque los futbolistas hayan adoptado alguna decisión al respecto. El premio, por ganar el Mundial, era de seiscientos mil euros, cien millones traducidos en pesetas. Cuando se conoció el importe de la prima, parecía una exageracíón, pero el asunto quedó ahí, aparcado, a la espera de los resultados y de los avances de la selección española.
Ahora que el título ya está en el país y los jugadores disfrutan de su descanso, habrá que preguntarse qué pasará con tan suculento premio. No es para ponerse en plan moralistas pero es curioso que no se alcen voces, las mismas de quienes critican sin piedad a buena parte de la clase política, las mismas que han insistido para que en tiempos de penurias dé un ejemplo de reducción de salarios, las mismas para que se acaben supuestos privilegios, esas mismas, decíamos, permanezcan silenciosas por ahora, trocando la valentía que esgrimen en los otros supuestos en asentimiento llevadero.
Argumentos tienen: profesionales bien pagados y tiempos de penurias, los principales e irrebatibles. Nadie discute que no tengan derecho a una prima. La cuantía es materia opinable. Pero que de los propios jugadores debió partir ya alguna iniciativa sobre reducción del importe o de donación de una parte del mismo a obras sociales, tampoco hay duda.
Ese sí que es un planteamiento ético que, además, hubiera elevado el nivel de simpatía y afecto que los futbolistas han sabido ganarse con un ejemplar comportamiento deportivo, acreedor de reconocimiento en nuestro país y allende las fronteras. Todo ese entusiasmo popular se hubiera acentuado si el ingreso extra, previamente anunciado por la Real Federación Española de Fútbol, hubiera tenido esa consideración.
Hasta donde sabemos, no ha ocurrido así. Alguien a nuestro lado comenta sin mucha convicción que el plantel sí ha promovido algo pero sobre el particular de los derechos de imagen que corresponden al sinfín de anuncios publicitarios. De confirmarse, estaríamos ante un gesto plausible que vendría a ratificar la sensibilidad que algunos profesionales del balón ya han acreditado con aportaciones personales en campañas orientadas a causas delicadas o a los más desfavorecidos. Tales iniciativas han aumentado la estima y la admiración por esos jugadores que llevan su imagen para motivar e ilusionar.
Pero en la España donde algunos -con interés político, evidentemente- se han abierto las carnes reclamando austeridad y contención del gasto público, donde son frecuentes las críticas en el sentido de que tal dinero o tal partida se podría dedicar a paliar otros estados de necesidad más apremiantes, nada se sabe de los seiscientos mil euros, cien millones de pesetas de las de antes, que cada uno de los veintitrés integrantes del seleccionado español percibirá por haber ganado el campeonato.
No es por fastidiar, desde luego, pero entre tanto silencio cómplice y reprobable, alguien debería decir algo. ¿O es que el espíritu crítico sólo está para los políticos?
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