El partido se desmadejó en apenas un minuto y España terminó ganándolo, pese a lucir el peor juego desde que se inició el campeonato. Todo estaba confuso y todo era desconcertante: podía pasar cualquier cosa, que marcara Paraguay, por ejemplo, para empezar a descuartizar el sueño. O que Villa consolidara su matrimonio con el gol en alguna de las esporádicas acciones atacantes de los españoles.
Ocurrió lo segundo tras el minuto de sobresaltos que echaba mucha pimienta al pote de la emoción y de la tensión. Las repeticiones evidenciaron que Piqué -‘Piquenbauer’, porque su progresión y su estilo nos hacen recordar al ‘kaiser’ alemán- agarró, y muy bien, al atacante paraguayo Cardozo dentro del área. El árbitro guatemalteco decretó el penalty que, lanzado por el propio Cardozo, devolvió al mejor Casillas, en una parada que resultaría determinante para la suerte del choque.
El siguiente ataque hispano, una pugna entre Villa y Alcaraz, acabó también en una falta máxima. Tiró Xabi Alonso y anotó pero Batres ordenó repetir, no se sabe muy bien por qué. El nuevo lanzamiento del jugador español, que cambió la orientación del disparo, fue adivinado por Justo Villar que despejó y echó el resto derribando a Fábregas, penalty fragante, más claro que el anterior, pero que pareció mucho para el juez Batres.
Aquella locura debía acabar con un acto o una maniobra de sensatez. Hasta entonces, España y Paraguay rivalizaban en desaciertos, actuaron con una tensión de principiantes, recelando y sin proyectarse hacia el marco contrario. España no tuvo frescura, sus mediocampistas, hasta mal escalonados, lo que nunca, se movieron sin soltura y lo poco que producían se diluía pues Villa estaba bien sujeto y Torres no se desmarcaba. Ni espacios ni remates pues para la escuadra española que no superaba a la guaraní ni siquiera en posesión.
Paraguay hizo el partido que le convenía. A ver, Martino, su entrenador, tenía bien aprendido que se trata de impedir el toque y el fútbol control de los españoles. Sus jugadores, bien aleccionados, tuvieron sentido de la anticipación y lucieron la garra de quienes se sabían en una cita histórica. Pero la contumacia en su carencia resolutiva, las evidentes limitaciones atacantes, quedaron de relieve. Sus delanteros se marcharon de Sudáfrica en blanco: los goles anteriores que les llevaron a cuartos fueron obra de centrocampistas.
España había mejorado con la entrada de Fábregas y creció hasta anímicamente con el gol de Villa, jugó un poco mejor, maniobró con más propiedad, la que puede esperarse. El gol que pudo haber sido de Pedro pero un poste rechazó su envío. La fortuna es para quien está en racha en el casino mundialista. El balón de Villa llegó a tocar en los dos palos antes de traspasar la línea de meta.
Después, Iker demostró que no hay Carbonero que le aleje de su cometido y con dos paradas exquisitas salvó el empate. Adiós, por cierto, a muchos fantasmas que parecían desear lo peor al meta y a su novia periodista. Paraguay quería pero no podía. Martino lo intentó con todo, hasta con Roque Santacruz, pero la firmeza defensiva española, apuntalada por Marchena, fue patente.
Total, que a ritmo de vuvuzelas y de nervios desatados -hay que ver el nivel que han alcanzado en este sentido los comentaristas de radio y televisión-, España hizo un logro histórico y mantiene enamorado a un país que sigue soñando, aunque juegue mal, aunque gane de forma agónica.
Espera Alemania cuyo rulo aplasta a cuantos rivales aparezcan. Menos la Serbia de Antic. A los otros, les despacha de cuatro en cuatro goles. La mejor y más eficaz producción germana -frente a la Argentina del abatido Maradona- contrastó con la más inestable y discontínua de las lucidas por España.
Eso: quedaron emplazados para la reválida o la revancha de la Eurocopa.
Ocurrió lo segundo tras el minuto de sobresaltos que echaba mucha pimienta al pote de la emoción y de la tensión. Las repeticiones evidenciaron que Piqué -‘Piquenbauer’, porque su progresión y su estilo nos hacen recordar al ‘kaiser’ alemán- agarró, y muy bien, al atacante paraguayo Cardozo dentro del área. El árbitro guatemalteco decretó el penalty que, lanzado por el propio Cardozo, devolvió al mejor Casillas, en una parada que resultaría determinante para la suerte del choque.
El siguiente ataque hispano, una pugna entre Villa y Alcaraz, acabó también en una falta máxima. Tiró Xabi Alonso y anotó pero Batres ordenó repetir, no se sabe muy bien por qué. El nuevo lanzamiento del jugador español, que cambió la orientación del disparo, fue adivinado por Justo Villar que despejó y echó el resto derribando a Fábregas, penalty fragante, más claro que el anterior, pero que pareció mucho para el juez Batres.
Aquella locura debía acabar con un acto o una maniobra de sensatez. Hasta entonces, España y Paraguay rivalizaban en desaciertos, actuaron con una tensión de principiantes, recelando y sin proyectarse hacia el marco contrario. España no tuvo frescura, sus mediocampistas, hasta mal escalonados, lo que nunca, se movieron sin soltura y lo poco que producían se diluía pues Villa estaba bien sujeto y Torres no se desmarcaba. Ni espacios ni remates pues para la escuadra española que no superaba a la guaraní ni siquiera en posesión.
Paraguay hizo el partido que le convenía. A ver, Martino, su entrenador, tenía bien aprendido que se trata de impedir el toque y el fútbol control de los españoles. Sus jugadores, bien aleccionados, tuvieron sentido de la anticipación y lucieron la garra de quienes se sabían en una cita histórica. Pero la contumacia en su carencia resolutiva, las evidentes limitaciones atacantes, quedaron de relieve. Sus delanteros se marcharon de Sudáfrica en blanco: los goles anteriores que les llevaron a cuartos fueron obra de centrocampistas.
España había mejorado con la entrada de Fábregas y creció hasta anímicamente con el gol de Villa, jugó un poco mejor, maniobró con más propiedad, la que puede esperarse. El gol que pudo haber sido de Pedro pero un poste rechazó su envío. La fortuna es para quien está en racha en el casino mundialista. El balón de Villa llegó a tocar en los dos palos antes de traspasar la línea de meta.
Después, Iker demostró que no hay Carbonero que le aleje de su cometido y con dos paradas exquisitas salvó el empate. Adiós, por cierto, a muchos fantasmas que parecían desear lo peor al meta y a su novia periodista. Paraguay quería pero no podía. Martino lo intentó con todo, hasta con Roque Santacruz, pero la firmeza defensiva española, apuntalada por Marchena, fue patente.
Total, que a ritmo de vuvuzelas y de nervios desatados -hay que ver el nivel que han alcanzado en este sentido los comentaristas de radio y televisión-, España hizo un logro histórico y mantiene enamorado a un país que sigue soñando, aunque juegue mal, aunque gane de forma agónica.
Espera Alemania cuyo rulo aplasta a cuantos rivales aparezcan. Menos la Serbia de Antic. A los otros, les despacha de cuatro en cuatro goles. La mejor y más eficaz producción germana -frente a la Argentina del abatido Maradona- contrastó con la más inestable y discontínua de las lucidas por España.
Eso: quedaron emplazados para la reválida o la revancha de la Eurocopa.
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