sábado, 26 de septiembre de 2015

CIEN DÍAS PORTUENSES

Cien días no es tiempo para balances, todo lo más para advertir tendencias o valorar gestos. Es el período que, de forma tácita, se suele establecer para contrastar los planteamientos y la coherencia de quienes acceden al gobierno después de un triunfo electoral o de una alianza política.
         Es curioso (y hasta paradójico) el caso del Puerto de la Cruz -primera vez que analizamos la realidad municipal después de las elecciones de mayo- porque se arranca de algo inexistente o desconocido: se ignoran los términos o, al menos, no hay documento firmado para saber siquiera las intenciones de quienes se unieron (PP+CC) para impedir que gobernara el partido ganador de los comicios (PSOE). Lo lógico es que los ciudadanos sepan cómo van a ser gobernados, cuáles son las prioridades, cómo evolucionan las cuentas públicas, qué modelo de desarrollo urbanístico, a qué destinarán los recursos de todos, qué solución se dará a concesiones administrativas, cuáles son las iniciativas en los barrios, qué fórmula seguirán para la prestación de servicios, hasta dónde influirán en la gestión cotidiana agentes y grupos ajenos, cuál es la solución para problemas como el de la ocupación de la vía pública, qué suerte correrán la Universidad Popular o el Museo Arqueológico… Habrán sido cien días intensos –calificación del propio alcalde, Lope Afonso- pero dudosamente productivos en cuestiones básicas y apremiantes.
         Se supone que estas materias, y algunas otras, deberían haber formado parte de un proyecto o de un programa político que se estudia, se debate y se racionaliza su viabilidad. No ha ocurrido, luego ya se parte de una carencia sustantiva. Carencia que, a su vez, pone en solfa los principios de transparencia y claridad tan pregonados antes de los comicios y tan exigidos no solo por ley sino por voluntad popular que quiere saberlo prácticamente todo. Así las cosas, es inevitable que los críticos interpreten que el pacto -legítimo, sin duda- es una mera suma de intereses políticos y componentes concebida para repartirse áreas y competencias, fijar retribuciones y poco más.    
         Luego brota otra contradicción. Y es que gobiernan -por tanto son bastante más que cien días- los mismos que lo hicieron en el mandato anterior (2011-15) y que habían ganado una moción de censura en octubre de 2009. La inexistencia de bases documentales para gobernar ya se produjo entonces, lo que significa que ha transcurrido un tiempo razonable como para haber dedicado tiempo a pensar en un programa de mínimos, plasmado en un documento sometido al conocimiento de la corporación y la ciudadanía portuense. No lo habrán considerado importante ni básico siquiera. Está claro que eso vulnera fundamentos esenciales de la democracia y merma su calidad misma.
         Entonces, careciendo de algo elemental es difícil evaluar y ponderar más allá de las buenas intenciones y de la condescendencia que hay que tener con quienes se estrenan en el ejercicio de las responsabilidades públicas y van compensando la bisoñez y la inexperiencia con empeño y actividad constante, haciendo caso -dicho sea de paso- a las inquietudes y demandas ciudadanas reflejadas en las redes sociales.  Los primeros tres meses del mandato van dejando una impresión de más de lo mismo, aunque no puede negarse que haya disminuido la crispación política -a eso ha contribuido decisivamente también la oposición- y la sensación de que se necesita algo más para superar la etapa de decadencia que afecta al destino turístico.
         Sigue habiendo actuaciones pendientes de impulsar y materializar pero no se sabe qué quieren hacer. Los retrasos son  muy perjudiciales para la imagen de la ciudad.  Menos mal que las relaciones interinstitucionales parecen gozar de buen trato por las partes pero hay que ser más sensibles con el funcionamiento del Consorcio de Rehabilitación. El oscurantismo con las concesiones administrativas -alimentado por los recelos derivados de un reparto competencial no muy meditado- es inaceptable.
         El Puerto, en definitiva, anquilosado y como que necesitado de un revulsivo para salir de tan desesperanzado trance. Así pasen otros cien días.


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