lunes, 21 de septiembre de 2015

LA GESTIÓN DEL DESTINO

“El interés del turismo no es que vengan más turistas, que haya más alojamiento, que los hoteles ganen más dinero, que los taxis vayan más llenos… El interés del turismo para un territorio es que contribuya a la generación de riqueza y empleo en el mismo y, en última instancia, a la mejora de su calidad de vida”, ha dicho el profesor de la Universidad de Jaén y presidente de la Asociación Española de Expertos Científicos en Turismo (AECIT), Juan Ignacio Pulido.
            Las apreciaciones de Pulido tienen un inestimable valor justo cuando la industria turística ha de afrontar una etapa caracterizada por las innovaciones y las estrategias apropiadas, en las que, por cierto, la gestión del destino se convierte en objetivo primordial. Estas reflexiones derivan de la publicación de dos libros editados por la AECIT, coincidente con su vigésimo aniversario. Sus títulos: “Veinte años de la actividad turística en España” y “Veinte retos para el turismo en España”. Las notorias transformaciones experimentadas por el sector en los últimos tiempos significan, a juicio de algunos expertos, los antecedentes de una revolución que va a llegar más temprano que tarde: la implementación de nuevas tecnologías seguirá produciendo cambios y será decisiva para procesar convenientemente las tendencias y, si nos apuran, hasta las crisis.
            Gestionar el destino. Es complicado pero en ello tienen que esmerarse los sectores público y privado, condenados a entenderse, aunque suene manido y tópico. Todas las recetas parten de una premisa: planificación. Por tanto, primer gran consenso que se requiere en el entendimiento antedicho. Para el profesor Pulido, poco menos que se trata de una asignatura pendiente. “Es un ámbito -apunta- en el que ha habido bastantes lagunas en las últimas décadas. En mi opinión, la gestión del destino subyace en el fondo de todo, de la sostenibilidad, del turismo colaborativo, de la participación de los ciudadanos. Es el impacto económico y ambiental que genera el turismo”.
            Gestionar el destino comporta riesgos y no acertar equivale a estancamientos, obsolescencia y pérdida de competitividad. Si un destino turístico es el principal sostén de su economía productiva, hay que planificar primero y ejecutar después. Hay que ser sensibles para corresponder a las exigencias de los visitantes. En el destino cohabitan administraciones, empresas, entidades, servicios, es decir, todo tipo de actores. “Hay que tener en cuenta -dice Juan Ignacio Pulido- que el turista no viaja para dormir en un hotel ni para subirse a un avión. Lo hace para disfrutar de experiencias únicas”.
            Y así volvemos al principio. Hay que evitar el cortoplacismo o el interés coyuntural. Ya lo hemos escrito con anterioridad: no importa solo la cantidad. Algunos presumen de récords o se obsesionan con el incremento de las visitas. Pero hay que preguntarse si las personas que habitan en un determinado destino están percibiendo los supuestos beneficios. Igual la calidad de las prestaciones va menguando, los atractivos se deterioran, los ingresos se reducen y las condiciones en laborales son más precarias.
            El profesor Pulido lo explicita muy bien en su análisis: “No es un éxito que venga un millón de personas más; es un éxito que la gente viva un millón  de veces mejor”. A ver si hacemos caso.


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