viernes, 16 de junio de 2017

CAOS VENEZOLANO

De nuevo Venezuela en el foco de atención. Situación insostenible la de aquel país, siempre tan presente en la memoria y en los sentimientos. Huida hacia adelante y a la desesperada de un régimen totalitario que ha encontrado el subterfugio de una asamblea constituyente para intentar perpetuarse, aunque eso signifique mandar a hacer gárgaras a la mismísima revolución, calificada en su momento 'bonita'. Un autogolpe con artificiales vestimentas de legalidad. Otra prueba de su fracaso.
Gloria al bravo pueblo”, que la resistencia en la calle lanza e identifica, si se nos permite la adaptación de los primeros versos del himno nacional. Más de dos meses soportando con estoicismo y gallardía la coerción y la represión de los cuerpos armados y hasta de colectivos paramilitares. Resistencia, sí; pero sangre y vidas -más de sesenta, algunas jovencísimas- como sacrificio, allí donde claman libertad. Resistencia en manifiesta desigualdad, en inferioridad evidente.
Casi dos horas diarias dedicamos al seguimiento de la crisis venezolana. Las manifestaciones y las protestas, prácticamente a diario, pueden verse en directo. El Gobierno, tan esmerado en controlar los medios de comunicación, ha perdido la batalla de las redes sociales, donde transmiten en directo episodios y sucesos de violencia que avergüenzan en pleno siglo XXI, cuando se upone que hay que dialogar y auspiciar soluciones, aún desde la discrepancia. Hay que agradecer a quienes, aún con audacia y riesgo, graban desde la calle o desde balcones y tras los frágiles cristales los saltos, los bloqueos, las manifestaciones y ahora, la moda de los plantones. Ver imágenes de la plaza de La Candelaria, en pleno centro de Caracas, tan entrañable para la diáspora canaria, donde se libra casi cada día una batalla campal, es para deprimirse. Esas imágenes en redes sociales o canales de Internet permiten apreciar la dimensión y la gravedad de esta crisis. De no existir o de no haber sido difundidas, no seríamos conscientes del alcance de este auténtico desastre, la palabra más repetida para resumir la situación.
Fractura social, abastecimientos casi imposibles, colas hasta el desespero, hambre, temor, inseguridad, centros hospitalarios cerrados o colapsados, saqueos... Crisis de institucionalidad, con una Fiscal General denunciando públicamente amenazas ¡del Gobierno que la nombró!; con el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) acusando al Ejecutivo de crímenes de lesa humanidad; con un poder judicial servil hasta límites insospechados; con los responsables eclesiásticos clamando ante sus superiores y ante quien quiera escucharles; con una inflación al galope tendido sin una medida que la ataje; con una Asamblea Legislativa arrinconada y desposeída pero que resiste como si fuera El Álamo; con un progresivo aislamiento internacional; con sedes judiciales violentadas y obligadas a ser trasladadas; con una productividad económica poco competitiva...
No es el apocalipsis sino Venezuela, un país tan al borde del precipicio que ni siquiera la que parece ser solución extrema, la prueba de unas elecciones democráticas, es garantía de normalización. Muchos años han de pasar, en efecto, para que cicatricen las heridas y el país se recupere.
Gloria al bravo pueblo”...

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