El
fallecimiento reciente de dos personajes futboleros nos devuelve por
unos momentos parte de aquel tiempo vinculado a la información
deportiva que ocupó nuestros primeros cometidos profesionales.
Algunas vivencias y no pocas anécdotas que estimularon nuestro
quehacer y reafirmaron la relación amistosa con los protagonistas y
las personas.
En
el Puerto de la Cruz dejó de existir Alejandro Regalado Marrero,
cocinero de profesión y luego vigilante de un centro educactivo.
Durante muchos años dedicó su tiempo libre al fútbol juvenil, era
uno de los habituales en El Peñón y entusiasta seguidor del Club
Deportivo Puerto Cruz. Ejerció como directivo pero lo suyo era
animar desde la grada o desde detrás de una de las porterías o
desde cualquier ángulo del campo a cuyo alrededor daba vueltas, como
forma de desahogar los nervios. Su voz llegó a ser inconfundible en
partidos de todas las categorías. Fue defensor a ultranza de uno de
los preparadores más populares del fútbol-base portuense, Pepe
Galindo.
Alejandro
patentó una frase para la historia:
-¡Cámbialo
ya, Diossss!
La
gritó en más de una ocasión, cuando apreciaba que el rendimiento
de algún futbolista estaba por debajo de lo que podía esperarse.
Seguramente, la habría dedicado en primer lugar a Fernando Cova, uno
de los mejores entrenadores en la historia del club portuense.
Aquella forma de decirla se contagió: fueron muchísimos sus
seguidores o sus repitientes pero ninguno como Alejandro, a quien
cariñosamente apodaban 'Lerroux'. Fíjense cómo sería la frase que
terminó generando debate.
Otro
rasgo de Alejandro Regalado: sus camisas. La tensión que acumulaba
en los encuentros la desahogaba dando vueltas a los botones... hasta
que terminaban cayendo, claro. Eso obligó a su esposa y familiares a
cambiarlas por otros cierres, como los hilados, o por polos con
cuello sin abotonar.
En
San Sebastián de La Gomera, falleció Cirilo Rodríguez Mesa,
conductor durante décadas de la Delegación o Dirección Insular del Gobierno, socio propietario del
Club Náutico de La Gomera y árbitro de fútbol. Un isleño hasta la
médula, un hombre parsimonioso y simpático con una peculiar forma de
hablar. Conocía las carreteras y las pistas forestales como nadie.
Escapó milagrosamente del incendio forestal que costó veinte vidas
en septiembre de 1984.
Su
papel de árbitro se vio salpicado en algunas ocasiones por
incidentes que hicieron temer por su integridad física. Un domingo
por la tarde, haciendo Tiempo de juego en
Radio Popular de Tenerife, desde Granadilla -creemos recordar- llega
la noticia a los estudios de las dificultades de un árbitro que hubo
de encerrarse en su vestuario mientras huía despavorido de las iras
de los jugadores locales y de un numeroso grupo de aficionados. Era
Cirilo Rodríguez, el hombre que se llamaba igual que aquel célebre
corresponsal de RadioTelevisión Española en New York. Eran los
tiempos en que no había móviles y las comunicaciones, por tanto,
especialmente con la viertente sur de la isla, eran complicadas.
Desde los estudios hicimos un llamamiento a la calma, en tanto que
nuestro corresponsal se acercaba al lugar de los hechos. Cuando
llega, en efecto, se encuentra con una pareja de la Guardia Civil que
custodiaba el vestuario arbitral y trataba de disuadir a los
indignados. Desde el teléfono de un domicilio cercano fue
transmitiendo pormenores de la situación, no sin tensión. Hasta que
apareció otra dotación de la Guardia Civil y pudo rescatar al trío
arbitral, sacándole por el interior de la vivienda desde donde
transmitía nuestro corresponsal.
No
sabemos cómo se las arregló pero lo cierto es que puso al teléfono
al “nazareno” -nunca mejor dicho- y este fue narrando, en
riguroso directo, lo que había sucedido y cómo logró ganar a la
carrera su vestuario para refugiarse. “He actuado conforme al
reglamento. He decidido tal como vi la jugada en el campo”, decía
entrecortadamente. Hasta que remató: “Yo no tengo culpa de que no
sepan el reglamento”.
Nos
reencontramos con Cirilo años después, ya en otros menesteres. Y
recordando siempre aquel episodio del que salió indemne y para el
que tuvo tiempo de relatarlo, escoltado por la Guardia Civil.
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