miércoles, 21 de junio de 2017

PERSONAJES FUTBOLEROS

El fallecimiento reciente de dos personajes futboleros nos devuelve por unos momentos parte de aquel tiempo vinculado a la información deportiva que ocupó nuestros primeros cometidos profesionales. Algunas vivencias y no pocas anécdotas que estimularon nuestro quehacer y reafirmaron la relación amistosa con los protagonistas y las personas.

En el Puerto de la Cruz dejó de existir Alejandro Regalado Marrero, cocinero de profesión y luego vigilante de un centro educactivo. Durante muchos años dedicó su tiempo libre al fútbol juvenil, era uno de los habituales en El Peñón y entusiasta seguidor del Club Deportivo Puerto Cruz. Ejerció como directivo pero lo suyo era animar desde la grada o desde detrás de una de las porterías o desde cualquier ángulo del campo a cuyo alrededor daba vueltas, como forma de desahogar los nervios. Su voz llegó a ser inconfundible en partidos de todas las categorías. Fue defensor a ultranza de uno de los preparadores más populares del fútbol-base portuense, Pepe Galindo.

Alejandro patentó una frase para la historia:
-¡Cámbialo ya, Diossss!
La gritó en más de una ocasión, cuando apreciaba que el rendimiento de algún futbolista estaba por debajo de lo que podía esperarse. Seguramente, la habría dedicado en primer lugar a Fernando Cova, uno de los mejores entrenadores en la historia del club portuense. Aquella forma de decirla se contagió: fueron muchísimos sus seguidores o sus repitientes pero ninguno como Alejandro, a quien cariñosamente apodaban 'Lerroux'. Fíjense cómo sería la frase que terminó generando debate.

Otro rasgo de Alejandro Regalado: sus camisas. La tensión que acumulaba en los encuentros la desahogaba dando vueltas a los botones... hasta que terminaban cayendo, claro. Eso obligó a su esposa y familiares a cambiarlas por otros cierres, como los hilados, o por polos con cuello sin abotonar.

En San Sebastián de La Gomera, falleció Cirilo Rodríguez Mesa, conductor durante décadas de la Delegación o Dirección Insular del Gobierno, socio propietario del Club Náutico de La Gomera y árbitro de fútbol. Un isleño hasta la médula, un hombre parsimonioso y simpático con una peculiar forma de hablar. Conocía las carreteras y las pistas forestales como nadie. Escapó milagrosamente del incendio forestal que costó veinte vidas en septiembre de 1984.

Su papel de árbitro se vio salpicado en algunas ocasiones por incidentes que hicieron temer por su integridad física. Un domingo por la tarde, haciendo Tiempo de juego en Radio Popular de Tenerife, desde Granadilla -creemos recordar- llega la noticia a los estudios de las dificultades de un árbitro que hubo de encerrarse en su vestuario mientras huía despavorido de las iras de los jugadores locales y de un numeroso grupo de aficionados. Era Cirilo Rodríguez, el hombre que se llamaba igual que aquel célebre corresponsal de RadioTelevisión Española en New York. Eran los tiempos en que no había móviles y las comunicaciones, por tanto, especialmente con la viertente sur de la isla, eran complicadas. Desde los estudios hicimos un llamamiento a la calma, en tanto que nuestro corresponsal se acercaba al lugar de los hechos. Cuando llega, en efecto, se encuentra con una pareja de la Guardia Civil que custodiaba el vestuario arbitral y trataba de disuadir a los indignados. Desde el teléfono de un domicilio cercano fue transmitiendo pormenores de la situación, no sin tensión. Hasta que apareció otra dotación de la Guardia Civil y pudo rescatar al trío arbitral, sacándole por el interior de la vivienda desde donde transmitía nuestro corresponsal.

No sabemos cómo se las arregló pero lo cierto es que puso al teléfono al “nazareno” -nunca mejor dicho- y este fue narrando, en riguroso directo, lo que había sucedido y cómo logró ganar a la carrera su vestuario para refugiarse. “He actuado conforme al reglamento. He decidido tal como vi la jugada en el campo”, decía entrecortadamente. Hasta que remató: “Yo no tengo culpa de que no sepan el reglamento”.

Nos reencontramos con Cirilo años después, ya en otros menesteres. Y recordando siempre aquel episodio del que salió indemne y para el que tuvo tiempo de relatarlo, escoltado por la Guardia Civil.

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