Tenía
Gerardo Jorge Machín (Puerto Cabras, 1933-2017) un estilo sin igual
y una voz muy personal hasta hacerse inconfundible, aunque Juan Luis
Calero se encargó de hacer dudar a muchos radioyentes. Le conocimos
en 1991, cuando asumimos responsabilidades políticas informativas en
el segundo gobierno de Jerónimo Saavedra. Es frase hecha pero
rotunda verdad: se conocía la isla, Fuerteventura, al dedillo. No
había visita ni acontecimiento que se escapara de su cobertura
informativa. Pero también era de los que convertía en noticia el
asfaltado de un camino vecinal, cuando la sequía caracterizaba la
actualidad insular y había que cumplir con el informativo o enviar a
tiempo la crónica de folio y medio, al principio, por teléfono;
luego, por telex; después por fax. También por teleproceso, hasta
que la digitalización pudo con todo e hizo que la inmediatez se
adelantara. O sea, que Gerardo Jorge Machín conoció casi todos los
métodos de la comunicación periodística para mantener a Maxorata
conectada con el mundo, desde Diario de Las Palmas, Radio Nacional de
España, Radio Atlántico, La Provincia, El Eco de Canarias, la
agencia EFE y Televisión Española, que por todos esos sitios
transitó sin desmayo, siempre atento y serio, siempre cumplidor,
movido por los afanes informativos que le llevaron a ser distinguido
con la Medalla de Oro de Canarias. Fue también designado cronista
oficial de Fuerteventura por el Cabildo de la isla. Y el Ayuntamiento
de Puerto Cabras, como gustaba de decir (por eso respetamos su
criterio en la data del encabezado), le concedió la Medalla de Plata
del municipio. Fue también presidente de la Asociación de la Prensa
de Fuerteventura y Lanzarote.
Gerardo
Jorge Machín ejerció el periodismo de corresponsalía, ese que se
practica con tesón hasta convertirse en una tarea esencial en el
ámbito de la comunicación. El corresponsal, salvando los plenamente
profesionales de grandes medios, agencias o cadenas, era, sobre el
papel, una persona modesta, a menudo con otras ocupaciones laborales
pero que, por vocación y desenvolvimiento, era capaz de prestar unos
servicios extraordinarios para hacer llegar la información y hasta
para crear hábitos entre los destinatarios de sus mensajes. En el
corresponsal siempre hubo algo de romanticismo y ternura. En
cualquier caso, debía superar el handicap de localismo que, con
mayor o menor justicia, le estaba atribuido. Cuando ya estaba
consolidado, era respetado y empezó a formar parte de cierta grey
que accedía a actos públicos y se codeaba en ciertos círculos.
Jorge
Machín, el hombre de voz inconfundible, ofició de celoso guardián
informativo. Periodismo de corresponsalía, ese tan difícil de
englobar y tan exigente a la vez, lo ejerció con solvencia. Es
natural que en Maxorata y allí donde trabajó lloren su pérdida.
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