Escogimos
un título, Un hombre soltero, novela
publicada en 1964. Los componentes del Club de Lectura, en La Ranilla
Espacio Cultural, aceptaron e intercambiaron sus apreciaciones en una
amena tarde, ya con temperaturas veraniegas. Una experiencia
participativa muy interesante. Hicimos, antes de sumarnos al
coloquio, la siguiente introducción:
Todos
hemos dado por hecho que ahora es un adverbio de tiempo. Sin embargo,
en las primeras páginas de este libro, George Falconer, el
protagonista, el personaje creado por Christopher Isherwood, define
ahora como “una admonición gélida”, es decir, una amonestación
o una reconvención muy fría.
Es
la primera de las confesiones que se aprecian en una descripción
intimista, abierta y empática hasta adivinar la franqueza de un
homosexual de más de cincuenta años cuya vida se ve sacudida por el
inesperado fallecimiento de su pareja. Una confesión que opera como
un anticipo de la descripción que hará sobre su propia existencia.
Y es una confesión valiente. Tengamos en cuenta que Un hombre
soltero se publica en 1964,
ambientada en la conocida como 'crisis de los misiles', en la Cuba ya
castrista, aquellos días en los que el mundo contuvo la respiración.
Las
circunstancias son desfavorables, la animadversión es severa. El
senador Mc Carthy consideraba a los gays elementos subversivos
(término que, para otros menesteres, también utilizó el régimen
franquista) y les persiguió por entender que, poco menos, eran
elementos activos de una estrategia conspirativa de los comunistas
urdida para desestabilizar los Estados Unidos en plena Guerra Fría.
Alguna crítica es despiadada con las consecuencias de esta
persecución: la infiltración de agentes del FBI en organizaciones
que hoy aglutinaría la LGBT; los despidos masivos de funcionarios
homosexuales que acarrearon la pérdida de sus puestos de trabajo, de
sus hogares y de sus familias; e incluso el suicidio tras no poder
soportar la tremenda presión social.
Hay
que situarse en ese contexto para interpretar el temor de George que
se siente acosado por sus vecinos, compañeros y hasta por sus
alumnos debido a su orientación sexual. Pero hay otro miedo: en
realidad, lo que va sintiendo es pavor íntimo a medida que
experimenta las consecuencias de la soledad sobrevenida tras la
muerte de su compañero sentimental o pareja. Ese es el reto, el
ahora qué de la admonición gélida: cómo afrontar la incertidumbre
de una vida en soledad.
Si
bien, conforme avanza el relato, observamos que el terror de
Falconer, al igual que el resto de la población estadounidense, es
infundado. En realidad, no existe una amenaza real, tangible y
presente, sino un riesgo potencial fundamentado en los prejuicios de
la experiencia que condiciona las decisiones, limitando la capacidad
para actuar de forma diferente o tener un pensamiento propio. De ahí
que el protagonista se escandalice con el sistema educativo
universitario, “equiparándolo con una cadena de montaje, pues
todos los estudiantes concluyen sus estudios con la aspiración de
obtener un trabajo fijo, comprarse una casa, casarse y tener hijos”.
No obstante, George es un hombre de rutina, de comportamiento
automático en el que cuerpo y mente funcionan de forma independiente
para garantizar su supervivencia como individuo en la sociedad.
Entonces,
va aflorando una paradoja. Prejuicios y temores, sí; pero el
profesor ama la vida, en su barrio, en sus clases, en sus reflexiones
internas y en sus relaciones con otras personas. Sabe de la soledad y
hasta de injusticias pero ama la vida. He ahí otra de las virtudes
de la descripción que es sinónimo de un relato sincero y
esperanzador.
En
una de las críticas a Un hombre soltero, puede leerse que se
trata de una novela que, “a pesar de su aparente simplicidad,
representa una lectura enriquecedora para el lector por la sutileza
de su prosa, repleta de escenas ambiguas con múltiples
interpretaciones; la sobriedad de sus personajes, repletos de matices
para reflexionar acerca de la soledad humana, el amor dependiente o
la obsesión por al pasado ante la incertidumbre que representa el
futuro en nuestras vidas; la crítica inherente a los prejuicios
sociales y el uso del miedo como recurso para manipular a las masas
en distintos niveles; la ironía del humor británico, especialmente
en el desenlace del relato…”.
George
Falconer hace auténticos esfuerzos por sobreponerse a la pérdida de
su pareja. Ese es, aún inconscientemente, su estímulo vitalista. No
quiere estar preso de los recuerdos, aunque el peso de éstos le
condiciona. Dice el autor norteamericano Edmund White, nominado en su
día al Premio Pulitzer, que este libro “es una de las primeras y
mejores novelas del moderno movimiento de liberación gay”.
Entonces,
se explica, con el paso del tiempo, que “la aprobación del
matrimonio homosexual en todo el territorio estadounidense solo es
equiparable al fin de la segregación racial en las escuelas de aquel
país. Un cambio histórico considerando la represión de este
colectivo social hace apenas medio siglo”. Con libros como Un
hombre soltero se entiende aquel
contexto de lucha, de temores, de recelos, de injusticias, de
oscuridades, de represión y de persecuciones.
¿Un
canto de liberación?, nos preguntamos. Igual sí. Pero las
interpretaciones son libres. Y es el turno de contrastarlas.
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