sábado, 10 de junio de 2017

UNA TARDE EN EL CLUB DE LECTURA

Escogimos un título, Un hombre soltero, novela publicada en 1964. Los componentes del Club de Lectura, en La Ranilla Espacio Cultural, aceptaron e intercambiaron sus apreciaciones en una amena tarde, ya con temperaturas veraniegas. Una experiencia participativa muy interesante. Hicimos, antes de sumarnos al coloquio, la siguiente introducción:

Todos hemos dado por hecho que ahora es un adverbio de tiempo. Sin embargo, en las primeras páginas de este libro, George Falconer, el protagonista, el personaje creado por Christopher Isherwood, define ahora como “una admonición gélida”, es decir, una amonestación o una reconvención muy fría.

Es la primera de las confesiones que se aprecian en una descripción intimista, abierta y empática hasta adivinar la franqueza de un homosexual de más de cincuenta años cuya vida se ve sacudida por el inesperado fallecimiento de su pareja. Una confesión que opera como un anticipo de la descripción que hará sobre su propia existencia. Y es una confesión valiente. Tengamos en cuenta que Un hombre soltero se publica en 1964, ambientada en la conocida como 'crisis de los misiles', en la Cuba ya castrista, aquellos días en los que el mundo contuvo la respiración.

Las circunstancias son desfavorables, la animadversión es severa. El senador Mc Carthy consideraba a los gays elementos subversivos (término que, para otros menesteres, también utilizó el régimen franquista) y les persiguió por entender que, poco menos, eran elementos activos de una estrategia conspirativa de los comunistas urdida para desestabilizar los Estados Unidos en plena Guerra Fría. Alguna crítica es despiadada con las consecuencias de esta persecución: la infiltración de agentes del FBI en organizaciones que hoy aglutinaría la LGBT; los despidos masivos de funcionarios homosexuales que acarrearon la pérdida de sus puestos de trabajo, de sus hogares y de sus familias; e incluso el suicidio tras no poder soportar la tremenda presión social.

Hay que situarse en ese contexto para interpretar el temor de George que se siente acosado por sus vecinos, compañeros y hasta por sus alumnos debido a su orientación sexual. Pero hay otro miedo: en realidad, lo que va sintiendo es pavor íntimo a medida que experimenta las consecuencias de la soledad sobrevenida tras la muerte de su compañero sentimental o pareja. Ese es el reto, el ahora qué de la admonición gélida: cómo afrontar la incertidumbre de una vida en soledad.

Si bien, conforme avanza el relato, observamos que el terror de Falconer, al igual que el resto de la población estadounidense, es infundado. En realidad, no existe una amenaza real, tangible y presente, sino un riesgo potencial fundamentado en los prejuicios de la experiencia que condiciona las decisiones, limitando la capacidad para actuar de forma diferente o tener un pensamiento propio. De ahí que el protagonista se escandalice con el sistema educativo universitario, “equiparándolo con una cadena de montaje, pues todos los estudiantes concluyen sus estudios con la aspiración de obtener un trabajo fijo, comprarse una casa, casarse y tener hijos”. No obstante, George es un hombre de rutina, de comportamiento automático en el que cuerpo y mente funcionan de forma independiente para garantizar su supervivencia como individuo en la sociedad.

Entonces, va aflorando una paradoja. Prejuicios y temores, sí; pero el profesor ama la vida, en su barrio, en sus clases, en sus reflexiones internas y en sus relaciones con otras personas. Sabe de la soledad y hasta de injusticias pero ama la vida. He ahí otra de las virtudes de la descripción que es sinónimo de un relato sincero y esperanzador.

En una de las críticas a Un hombre soltero, puede leerse que se trata de una novela que, “a pesar de su aparente simplicidad, representa una lectura enriquecedora para el lector por la sutileza de su prosa, repleta de escenas ambiguas con múltiples interpretaciones; la sobriedad de sus personajes, repletos de matices para reflexionar acerca de la soledad humana, el amor dependiente o la obsesión por al pasado ante la incertidumbre que representa el futuro en nuestras vidas; la crítica inherente a los prejuicios sociales y el uso del miedo como recurso para manipular a las masas en distintos niveles; la ironía del humor británico, especialmente en el desenlace del relato…”.

George Falconer hace auténticos esfuerzos por sobreponerse a la pérdida de su pareja. Ese es, aún inconscientemente, su estímulo vitalista. No quiere estar preso de los recuerdos, aunque el peso de éstos le condiciona. Dice el autor norteamericano Edmund White, nominado en su día al Premio Pulitzer, que este libro “es una de las primeras y mejores novelas del moderno movimiento de liberación gay”.

Entonces, se explica, con el paso del tiempo, que “la aprobación del matrimonio homosexual en todo el territorio estadounidense solo es equiparable al fin de la segregación racial en las escuelas de aquel país. Un cambio histórico considerando la represión de este colectivo social hace apenas medio siglo”. Con libros como Un hombre soltero se entiende aquel contexto de lucha, de temores, de recelos, de injusticias, de oscuridades, de represión y de persecuciones.

¿Un canto de liberación?, nos preguntamos. Igual sí. Pero las interpretaciones son libres. Y es el turno de contrastarlas.

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