Se
han cumplido dos años del presente mandato municipal y no parece que
exista mucho entusiasmo para presentar balances. El Puerto de la Cruz
no es una excepción y la mitad del ciclo se cruza sin alardes. Ni
gobierno ni oposición están muy dados a prodigarse, unos con logros
para hacer propaganda y otros con ánimo fiscalizador bastante
menguado. Cuando se vengan a dar cuenta, dentro de poco, ya contarán
el tiempo que resta: entre compromisos políticos, celebraciones de
obligado cumplimiento y fiestas de guardar, 2019 aparecerá en el
horizonte y todo cobrará ritmo de apremio, el que marcan ciertas
necesidades y las voluntades que saltan de la renovación a la
reelección, pasando por frustraciones, discrepancias, luchas,
afanes, especies y maledicencias de la vida municipal. La política
local sigue inalterable en algunas cosas características, con su
carga de murria, con vocación rutinaria, sin que haya variables de
gran fuste o de elevada consideración.
Tras
dos años, llama la atención que aún no se conozca el contenido de
la alianza política que permitió a Lope Afonso (PP) acceder a la
alcaldía. No es la primera vez que sucede: ya en el pasado, en
pactos de las mismas organizaciones políticas (Partido Popular y
Coalición Canaria) en el ámbito local, se dio la misma
circunstancia. A estas alturas, cuando se supone que la transparencia
es una exigencia, deberían haber intentado, al menos, una
presentación o un texto de mínimos. De hecho, Afonso anunció en un
pleno que se haría público el documento. O no lo han redactado o no
hace falta. Siquiera para salvar las formas, para evitar que se
dijera que lo único que importaba era asegurarse el reparto de las
concejalías y de las retribuciones. A pesar de ello, bastante bien
han escapado: no ha habido gran repercusión en ese ámbito. Se ve
que al ciudadano le importan más otras cosas, no lo que se quiere
hacer con su municipio, su forma de gobernarlo y cómo administrar
sus recursos. En ese sentido, la parsimonia y la indolencia de los
portuenses empiezan a ser clamorosas.
No
hubo censura, por cierto, como revoloteó su fantasma durante unos
cuantos meses del primer año. Hasta en eso ha salido beneficiada la
actual alianza gubernamental. Pese al costo interno que ha
significado para Coalición Canaria,si bien quedaron despejadas las
incógnitas a raíz de la ruptura de su alianza con los socialistas
en el Gobierno autónomo. El camino allanado para quienes se oponían
a un pacto de otro signo, acaso motivados por diferencias políticas
y personales inducidas desde dentro y desde fuera, hasta alcanzar
niveles de incompatibilidad. Pero el antecedente desde el punto de de
vista de funcionamiento partidista no es nada bueno. Aunque,
respetando -como siempre hacemos- la vida interna de las
organizaciones políticas, ese es otro debate del que quizá un día
nos ocupemos.
Tampoco
hay presupuesto. No vale con decir que otros muchos ayuntamientos
están igual o que se está a la espera de algunas determinaciones de
otras instancias para preparar las cuentas públicas, mejor
entendido, las cuentas de todos. Algunos ajustes para ir cancelando
préstamos u operaciones de tesorería han valido, según se ha
explicado, para ir aliviando las obligaciones financieras, pero no
sabemos hasta qué punto inciden en la deuda estructural, sobre todo
si, por otra parte, aumentan las dosis de clientelismo para el
Capitulo I y el gasto descontrolado en ciertos capítulos
presupuestarios. Otros ayuntamientos canarios y españoles también
se han congratulado de reducciones de los saldos de la deuda pública;
habrán operado en direcciones similares. Falta ahora que se nos diga
cuáles son las medidas para evitar caer en situaciones similares a
medio y largo plazo o en hipotecas y en qué notarán los ciudadanos
esas mejoras. ¿Rebajarán el IBI, por ejemplo?
Hay
una curiosa doble sensación experimentada al cabo de dos años: por
un lado, la mayoría de las actuaciones que el gobierno local ha
acometido han sido fruto del concurso de otras administraciones
pública, especialmente, del Cabildo Insular. Nadie puede negar la
sensibilidad de esta institución, principalmente, de su presidente.
Nada que objetar, entonces, a la que puede ser una buena y fructífera
relación. Son muchísimos los ciudadanos que se quejan, entre
complejos y victimismos, de abandono e insensibilidad por parte de
gobernantes de otras instituciones, a los que también se culpa de
los atrasos o de los desfases apreciados en la ciudad frente a otras
localidades que se han desarrollado, cuando menos, a otro ritmo.
Quizá, por fin, se dieron cuenta en el Cabildo de que llegó el
momento de acreditar lo contrario, de ahí que se haya volcado. Bien
es verdad que aún se esperan soluciones en asuntos tales como la
estación de guaguas o la piscina deportiva municipal. Del proyecto
el puerto del Puerto, ya no se habla tanto, acaso para impedir más
confusión o más escepticismo.
Por
otro lado, está la inquietud demostrada por amplios sectores de
población que, principalmente en redes sociales, ha criticado
desidias y estampas múltiples de falta de mantenimiento o diligencia
y ha apremiado soluciones, con fotos que prueban y juicios críticos
que ponen en evidencia sus razones. Esto no entra en contradicción
con alguna idea expresada anteriormente: la preocupación por lo más
próximo, por lo cotidiano, por lo transitado a diario, es muy
superior a debates políticos que parecen dejar a sus protagonistas o
promotores, aunque sea sobre cuestiones básicas o elementales. Es
positivo que los ciudadanos reaccionen y cuando vean que las
situaciones de abandono y desarreglos se prolongan, expresen sus
quejas y sus demandas. Que lo hagan, además, con educación y
corrección, en medio de tanta difamación y de tanto insulto como
circulan impunemente, es de agradecer.
Que
no se engañen quienes crean que los golpes de imagen, los titulares
mediáticos favorables y algunas actuaciones efectistas -saludadas
con alarde propagandístico digno de mejor causa- han ido propiciando
una mejor impresión y un clima político de mayor simpatía o
condescendecia. Que no se engañen -aunque todo eso sirva de base
para una proyección individualizada o de avances positivos en la
gestión- porque el malestar ciudadano existe y no parece que remita.
Especialmente en barrios donde, salvo excepciones como el arreglo de
la calle Tegueste, en Punta Brava, las carencias y los problemas de
mantenimiento se han ido agudizando.
Otra
cosa es que el malestar vaya acompañado de una impresión escéptica,
es decir, de no ver alternativa. Pero eso, junto a cuestiones de las
que también hay que ocuparse, es materia de otra entrega.
(Continuará)
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