viernes, 5 de julio de 2019

DESASOSIEGO

Pues todos, facherío incluido, teníamos la percepción de que hubo un partido ganador indiscutible en las últimas elecciones legislativas y que era cuestión de negociar para ver qué mayoría parlamentaria podía alcanzarse con el fin de superar la investidura y posteriormente conformar el ejecutivo. También asumimos que era consecuente no mover ficha hasta que un mes después se conociesen los resultados de comicios autonómicos y locales, por aquello de ir encajando las piezas y contrastar las posibles sinergias que surgieran para concertar la gobernabilidad de las instituciones.
Creíamos en eso pero ha ido pasando el tiempo y el asunto parece estancado. La investidura de Pedro Sánchez se demora en demasía, hay una especie de parálisis y la gente empieza a mosquearse, entre otras cosas, porque ya se ha hartado de las diatribas entre políticos y porque comprueba que, con tacticismos y subterfugios, asidos a posiciones irreductibles, no hay manera de ceder y avanzar, de prestar un servicio a la ciudadanía y hacer que la maquinaria funcione, que eso, a fin de cuentas, es lo que interesa y lo que de verdad importa. Es como si se hubieran puesto de acuerdo para aprobar las asignaturas de gobernabilidad más cercanas y dejar para después del verano la la que corresponde al Estado.
Así las cosas, entre personalismos exagerados, llevar al límite los plazos constitucionales y aferrarse a negativas radicales, aunque sean difíciles de explicar -acaso tan solo para agradar a los propios-, el caso es que se ha llegado a un punto en el que se combinan perplejidad y hastío, por no decir enfado. Es el desasoiego propio de aquellas situaciones de difícil digestión, en las que se quiere pero no se puede, se debe pero cuál será el coste, ¿será valorado un acto de responsabilidad? Que hay un bloqueo político, es evidente. Pero salirse de ahí, ahora mismo, con las cartas que están sobre la mesa, es bastante complejo. Ta es así, que vuelve a hablarse de nuevas elecciones. A lo peor es que nos hemos contagiado de algunas democracias europeas en las que la cita posterior a las urnas no aportó más luz que una arimética para ir entreteniéndose mientras el país tira con un gobierno en funciones a la espera de encontrar una alternativa a ese bloqueo, en el fondo una auténtica crisis , justo en la que podrán querrer convivir algunos políticos pero no el conjunto de los ciudadanos. Adiós contrato social...
No es de extrañar entonces que la última entrega del Centro de Iniciativas Sociológicas (CIS) revele que los españoles se impacienten y desvelen su enfado con los políticos por esta falta de empatía, de flexibilidad y de capacidad para alcanzar acuerdos que ya será cómo funcionan. Los políticos son el segundo problema en el ánimo de los españoles, justo después del desempleo. Los niveles de inquietud social son los más altos desde 1985. Con un 32,1 %, cuatro puntos más que el anterior registro del CIS, hace un mes, el dato debe ser tenido muy en cuenta por los líderes políticos y los estados mayores de los partidos. A todas esas personas, el incumplimiento de ofertas o propósitos de campaña probablemente les traiga sin cuidado. Lo que les importa de verdad es que haya problemas sociales sin resolver y demandas sin poder ser atendidas. Que el legislativo siga sin empezar a cumplir con sus funciones esenciales. Que la economía, pese a algunos datos favorables, tiene rumbo incierto.
No es de extrañar, por tanto, ese desasosiego en la opinión pública y que haya rebrotado la desafección hacia la política, que puede interesar a unos cuantos, desde luego, pero no es un factor que cualifique la convivencia democrática. Un proceso de desconfianza política es lo peor que puede suceder en un país que quiere estabilidad después de haber pasado por las urnas y de verse sacudido por una ola de corrupción política reprobable. Un país con derecho a no padecer tanto desasoiego.

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