La
primera visión que uno conserva de Antonio Oliva Ávila es, cuando
siendo un niño con calzón largo, nos acercábamos al exterior de
las viejas casetas del campo El Peñón para pedirle la alineación
del infantil San Agustín, de Los Realejos. Aquel rostro serio de un
hombre amable y aspecto bonachón, de aquel entrenador que, con el
paso del tiempo, contrastamos que era un dechado de cordura,
predisposición y buenos modales.
Se
lo recordamos al terminar el acto de ayer en que fue descubierto un
rótulo que lleva su nombre en una vía del municipio donde nació,
Los Realejos: 'Peatonal Antonio Oliva Ávila'.
-Siempre
has estado con el fútbol de la base-, acertó a decir
entrecortadamente mientras no paraba de recibir abrazos efusivos y
felicitaciones, después de que una de sus hijas agradeciera con toda
sinceridad aquella prueba de gratitud.
Allí
estaban numerosos discípulos, aquellos que se formaron y se hicieron
futbolistas bajo la atenta mirada, la dirección y el seguimiento del
maestro Oliva, carpintero de oficio y entrenador vocacional,
especialmente para trabajar sin desmayo en las categorías
inferiores. No iban a faltar ni dejar de arropar a quien les había
enseñado a atarse las botas, a no calentarse con un error arbitral,
a controlar el balón con el exterior del pie, a cabecear con
eficiencia, a rematar de volea y a hacer un relevo en defensa o en
ataque. Un trotamundos del valle de La Orotava y del norte tinerfeño,
un hombre al que cuesta imaginar si alguna vez se enfadó o se
molestó, tal era y es su bonhomía. No debió pronunciar insulto
alguno desde los banquillos, no debió alterarse y si lo hizo fue de
tal modo que nadie se percató. Ni un grito ni un reproche ni una
descalificación.
Por
eso le aprecian tanto. En el fútbol, cuando estaba en activo; y
fuera del campo, cuando se caracterizó por el respeto que transmitía
y que se granjeó sin dobleces -se diría que era algo consustancial-
y la caballerosidad de la que hizo gala aquí, allá y acullá.
Antonio
Oliva Ávila (Los Realejos, 1936) ya tiene su paseo en la expansión
modernista de su pueblo, cerca de instalaciones deportivas además.
Su primer equipo fue el Oratorio Festivo de La Orotava. Después, el
inolvidable San Agustín, con el que nacía el preparador. Había
probado como árbitro auxiliar pero no era su camino. Después, el
juvenil Realejos. En 1965 se trasladó a La Vera. Quería ser
entrenador titulado e hizo kilómetros para completar su formación
en la capital tinerfeña. Muchos años después pudo acceder a los
programas y escuelas de formación de las categorías de base del
Athletic Club de Bilbao, cuando sus responsables proyectaron un
formidable trabajo en el ámbito de la U.D. Orotava, uno de los
equipos que dirigió, además del Vera, Realejos, Rambla, Icodense y,
por supuesto, el Longuera-Toscal, cuando el campo 'Antonio Yeoward'
era poco menos que un descampado entre las plataneras. Oliva, apoyado
por los fieles Alfonso Fernández y Santiago Palmero (q.e.p.d.), fue
todo un baluarte de un proyecto deportivo y social. A Francisco
Sánchez seguro que le hubiera encantado estar presente.
El
alcalde, Manuel Domíguez, ponderó su esfuerzo, casi cincuenta años
con juveniles e infantiles, remarcando dos valores de su personalidad
futbolística: pasión por el entrenamiento bien hecho y
responsabilidad deportiva, más allá de los resultados.
El
acuerdo del pleno de la corporación, adoptado por unanimidad -por
cierto: no costaba nada reseñar en su lectura que fue a iniciativa
del Grupo Municipal Socialista-, refleja la identificación y la
determinación de la representación institucional de todo un pueblo
en cuyo callejero figura desde ayer el peatonal 'Paseo Antonio Oliva
Ávila' con todos los honores.
Entre
aquellas peticiones aniñadas de alineaciones, al lado de una cancha
de tierra, y las emocionadas manifestaciones de gratitud, escuchadas
con emotividad, media... pues eso, toda una vida.
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