El
socialismo canario está a punto de materializar su conquista del
poder político como no lo había saboreado desde 1983. Pendiente de
lo que ocurra con el Cabildo de Tenerife, los excelentes resultados
del pasado 26 de mayo le catapultaron hacia una coyuntura histórica
cargada de exigencias: tiene que corresponder a un considerable
depósito de confianza, mejor dicho, a la oportunidad concedida por
una sociedad que demostró estar bastante harta de lo que había y ha
preferido ensayar con otras fórmulas a la espera de una mejor
gestión de los recursos y de la solución de las cuestiones que
siguen condicionando el futuro de las islas.
¿Sabrá,
podrá dar el socialismo canario una respuesta adecuada? Desde
luego, tendrá que ser consciente del nuevo escenario político en
que se va a desenvolver. Y eso comporta una visión bien asentada en
estrategias pragmáticas, consensuadas y favorecedoras del progreso
social. Canarias, donde los juegos de poder se libran sin escrúpulos
y a menudo con fiereza, necesita estabilidad para avanzar con
decisión y firmeza, de la forma más cohesionada posible, hacia
horizontes donde se palpen el crecimiento y la sostenibilidad, donde
la igualdad deje de ser un concepto para malabares retóricos y donde
los desequilibrios se reduzcan para contrastar que todo es posible a
poco que se proponga con voluntad y emprendimiento.
En
ese marco, los socialistas canarios, con la presidencia de un
gobierno autonómico compartido y sustentado en bases ideológicas
progresistas, con un notable peso cabildicio y municipal para
extender las ramificaciones del poder político, habrán de afrontar
el nuevo ciclo conscientes de que hay mucho por tejer y por hacer.
Desde luego, si se entretiene en discordias de perra chica, incluidas
las internas, el porvenir es complicado y habrá servido de muy poco
el depósito que ha recibido de la sociedad canaria.
Son
otras miras, desde luego. Hay que vertebrarla: es una necesidad
comparable con la de mediados los años años ochenta del pasado
siglo. Superar los insularismos -y sus derivados interiores- es una
asignatura troncal. Se necesitan más canarios de las siete islas, o
lo que es igual, superar viejas rencillas, viejos recelos y complejos
pleitistas. El socialismo canario, con una notable implantación en
la sociedad insular, sin grandes ataduras económico-empresariales
que le condicionen, puede y debe afrontar ese proceso con valentía y
con fundamentos que robustezcan su identidad.
Esta
presencia en ciudades, pueblos, municipios y barrios es sinónimo de
implantación en los estamentos sociales cuyas nuevas pautas de
funcionamiento, favorecidas por redes sociales y desarrollo de nuevas
teconologías, han de impulsar los canales de participación
política. Difícilmente podrá hablarse de una democracia dinámica
y cualificada si no se activan adecuadamente los resortes
disponibles. En ese sentido, el fomento y la continuidad de la
actividad orgánica -tan solo con que los cargos públicos den cuenta
de su actuación hay suficiente- resulta determinante para minimizar
los descontentos y las conjeturas. Y las conspiraciones intestinas.
Volver a ver las Casa del Pueblo y las sedes de las agrupaciones
cerradas, sin una mísera charla o sin una reunión periódica de las
ejecutivas, volverá a ser desolador. Si hay nueva política,
efectivamente, que se demuestre con otros hechos y con otros niveles
de transparencia y participación. ¿Cómo quieren hablar de
autocrítica si no se favorecen aquéllas? Por cierto, y por enésima
vez, que aprovechen para conceder a la formación individual y
colectiva el rango que enriquezca e ilustre la captación y el
desempeño de militantes. Que se preocupen, empezando por la base.
Seguro que así se evitarían escenas, declaraciones públicas y
comportamientos fruto del desconocimiento.
El
socialismo canario sabe que en su nuevo contrato debe abogar por un
marco de relaciones con agentes sociales, fluido, abierto, respetuoso
de los respectivos ámbitos pero partícipes de necesidades comunes.
Así podrá cultivar la confianza que ha recibido para labrar esa
respuesta que la ciudadanía espera. Que el poder no se desborde: hay
que administrarlo convenientemente pues enemigos, recelos y
adversidades no le van a faltar.
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