viernes, 15 de marzo de 2024

Encono, también en pantalla

 

Los acontecimientos más recientes en la historia de este país ponen, negro sobre blanco, que ni el periodismo escapa a ese fragor contencioso caracterizado por el mal humor, a lo que ahora se llama polarización y por ese encono galopante que incide negativamente en las relaciones humanas y hace más difícil el pluralismo y la convivencia. Si hasta no hace mucho el género tertuliano terminó cansando en el medio radiofónico, convertido en un vocerío a veces ininteligible –auspiciado por los propios intervinientes que, simplemente, no respetaban el turno de palabra, gritaban o insultaban-  el cual disgustaba a los radioescuchas y les invitaba a cambiar de sintonía, el fenómeno se está contagiando al medio televisivo, donde periodistas conductores asumen un protagonismo que a menudo pasa por llevar la contraria a los invitados y rebaten o tratan de hacer valer sus posiciones e ideas –a veces con afirmaciones o criterios altisonantes- sino de rebatirles, simplemente porque las respuestas les parecen inconvincentes o no les gustan puesto que no se ajustan a sus pensamientos o preferencias. Al paso que vamos, difícilmente será difícil mantener este tipo de programas. De hecho, algunos rostros han dejado de aparecer con regularidad, se supone porque han terminado contrariados, por mucho que rindan culto al hieratismo y eliminen todo tipo de gestualidad. Y prefieren no enfadarse ni romper relaciones: creen que lo mejor es retirarse sin estridencias, lo que en los guiones de teatro aparecía como ‘mutis por el foro’. El periodista siempre tiene razón, a poco que la defienda con un mínimo de solvencia. A fin de cuentas, difícilmente será replicado o rebatido.

No es bueno, en cualquier caso, enfrentarse. Lucir públicamente la discrepancia está al alcance de unos pocos, los más bregados y los más tolerantes, que no solo deben estar armados de paciencia sino ser conscientes de que, a menudo, los escenarios son desfavorables, los cuales van a compartir con representantes de distinta ideología o con moderadores que tienen un criterio diferente al que se quiere defender o exponer y son diestros en el uso de la oratoria. Mantener las formas, por tanto, es primordial. Quedar bien, independientemente de la destreza dialéctica y del dominio de los argumentarios, empieza justamente con mantener la mesura, sonreír de vez en cuando, no descomponerse ni gestualmente y tratar de persuadir con respuestas claras, exactas y directas o con argumentos que influyan en el moderador de modo tal que este aprecie –aunque no los explicite- valores discursivos y de presencia ante las cámaras aunque no coseche allí mismo los aplausos y los parabienes que ya llegarán por otras vías.

El caso es que no debe imperar esa tendencia. Podemos entender que las diatribas políticas se multipliquen, porque hay auténticos especialistas o expertos en suscitarlas, pero no deben proliferar y hacer perder los modales en foros mediáticos, máxime si son visibles. Hay que comportarse con aplomo, tratando de no ceder al ‘y tú más’, tan característico en debates y discusiones de distinta consideración. Lo contrario es abonar el terreno para quienes van a empezar criticando el bajo nivel y contribuir al descrédito de la política y el consiguiente desapego de cada vez más amplios sectores de la ciudadanía.

 

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