miércoles, 20 de marzo de 2024

¿Quién mató al cartero?

 

Misterio perpetuo, crimen perfecto… Gregorio Dorta Martín trata aquí, en este relato novelado, de dar una respuesta a la gran pregunta, ¿Quién mató al cartero?, quién asesinó a Manuel Cabrera Mesa, el popular Manolito el cartero, un personaje del Puerto de la Cruz, conocido en todos los barrios, en todos los rincones y todos los ambientes de la ciudad donde era apreciado por su desparpajo y su espontaneidad.

 

Le agradecemos al autor la oportunidad de haberlo prologado, el relato, y de acompañarles en este acto de presentación cuyo primer atractivo es el título, porque sigue siendo una pregunta sin respuesta. Por consiguiente, un enigma sin resolver después que hayan transcurrido más de tres décadas desde aquella noche de diciembre de 1992, cuando el frío envolvía la proverbial quietud de la ciudad solo alterada por los gritos y las exclamaciones ante los televisores, donde transmitían un inusual encuentro de fútbol entre el Tenerife y el todopoderoso Milan entrenado por Fabio Capello, después entrenador del Real Madrid.

 

¿Qué ocurrió aquella noche? Porque también se vio quebrada por el estallido del disparo de una pistola que acabó con la vida de Manolito. Allí, en el interior del edificio de Correos y Telégrafos, acabó su vida: los goles de aquel encuentro importaron poco –en realidad, nada- mientras una interrogante empezó a repetirse de forma incesante: ¿Quién mató al cartero?

 

Esa es la interrogante que aún rebota y que da título a un relato que se esperaba siquiera para aproximarnos a una respuesta. Desde entonces, desde aquella amarga y fatídica noche, el misterio y la incertidumbre rodean un hecho luctuoso, con muchas incógnitas aún por despejar. El autor hace un acercamiento a su resolución treinta y dos años después, con una recopilación de testimonios que acercan a la reconstrucción de las últimas horas de la vida de aquel funcionario público.

 

La editorial Autopublicar.es lo incluye en su colección ‘Libros para el infinito’, con un diseño de portada de Jorge Herreros y la ilustración forense de la misma a cargo de Sergio Hugo Castro, cortesía del criminólogo Félix Ríos, el relato de Dorta va enhebrando sus pasos, va reconstruyendo los hechos que antecedieron al disparo, al impacto… y a las escenas que sucedieron, con su reguero difícilmente perceptible de estupor, desconcierto y confusión. Hasta tres veces dispararon sobre el cuerpo de la víctima de aquel suceso inexplicable que esconde –y posiblemente, esconderá para siempre- unos cuantos enigmas.

 

En el almacén de la memoria personal se amontonan los recuerdos de aquel personaje popular, un tanto aventurero, desenfadado, al que gustaban los hechos llamativos y las historias que, más o menos verosímiles, circulaban en una ciudad pequeña a la que su vocación turística y los extranjeros no arrebataron –más bien al contrario- los cuentos y las historias que, casi siempre deformadas o exageradas, engrosaron el imaginario colectivo, un concepto de ciencias sociales acuñado en 1960 por el filósofo y sociólogo francés Edgard Morin, alusivo al conjunto de mitos y símbolos que, en cada momento, funcionan, efectivamente, como de “mente” social colectiva.

 

Permitan que aquí aluda a un popular personaje portuense, Gilberto Hernández Linares, amigo personal del funcionario asesinado, a quien gustaban todas estas historias llenas de audacia, misterios, enigmas e hipótesis que abonan las apreciaciones anteriores. Gilberto hubiera sido un excelente crítico de este relato porque le hubiera encontrado imperfecciones y porque él se hubiera imaginado acaso escenarios y conductas diferentes.

 

Y sabido es que el Puerto de la Cruz es muy dado a alimentar las representaciones fantasiosas de la realidad que, como recoge “Wikipedia, la enciclopedia libre” en el universo digital, llegan a trascender las mismas circunstancias que se han producido en el mundo real hasta adquirir las fuerza y el atractivo del mito, convirtiéndose a veces, en los iconos de toda una etapa en la historia de un pueblo.

 

Es significativo que, como la visión de estos "imaginario entidad" es a menudo "cruz", en el sentido de que son percibidos y aceptados como patrimonio común, independientemente de las directrices religiosas, sociopolíticas y culturales de las personas que forman parte de la comunidad.

 

Por supuesto, un papel cada vez más importante en la formación y la reelaboración de la imaginación colectiva es desempeñado por los modernos medios de comunicación, que hacen accesible, global, tanto la información como las imágenes. Sobra decir que las redes sociales han contribuido decisivamente a la difusión de mensajes e informaciones de todo tipo, a menudo cimentadas en falsedades. En consecuencia, el tamaño de las comunidades que pueden compartir un patrimonio común simbólico es cada vez más grande, y el concepto de "pueblo" es sustituido gradualmente por el de la aldea global.

 

En el prólogo de la narración de Dorta Martín, escribimos que en las primeras semanas de pesquisas e investigaciones –y de habladurías, por qué no decirlo para hacer efectivo lo del imaginario- cobró cierto peso aquella teoría que circuló como justificante de lo ocurrido: el cartero Cabrera Mesa reconoció la voz del asaltante y hasta identificó su mirada, supuestamente captándola, dos hechos que elevaron el posibilismo del esclarecimiento de lo acontecido. Pero, seguramente, no debieron pasar de una conjetura más. Absolutamente indemostrable.

A la narración no le faltan elementos que acentúan las interrogantes. Los sospechosos –entre ellos, una mujer de origen escandinavo-, la adquisición de dos vehículos utilitarios, un botín de cuatrocientas mil pesetas de la época, dos bolas de crack en posesión de un vecino, una joven que coincidió con el presunto autor en el momento de su huida, la elaboración de una ilustración gráfica hecha por el médico forense, un dictamen sobre el curso de los proyectiles que interesaron el cuerpo de la víctima, unas cuerdas olvidadas, el examen de las huellas dactilares y hasta una discusión en los calabozos policiales… Los elementos se van sucediendo para alimentar, sobre todo, las dudas. Y para sustanciar, en fin, un hecho inextricable.

 

Al cabo de treinta dos años, cuando este libro ve la luz, numerosas siguen siendo las incógnitas. A estas alturas, son muchos los que nos preguntamos ¿Quién mató al cartero? Las páginas que siguen no contienen la respuesta pero nos acercan y devuelven a la actualidad las interioridades conocidas de un caso que ha prescrito, para frustración de familiares, compañeros… y posiblemente de los miembros de los cuerpos policiales actuantes.

 

Un misterio perpetuo, un crimen perfecto.

Un suceso auténticamente misterioso.

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