Aquel viejo principio, toda mala situación tiende a empeorar, parece cumplirse al leer unas apreciaciones del presidente de Ashotel, José Fernando Cabrera, relativas a la necesaria transformación de un destino turístico (Puerto de la Cruz) para seguir captando segmentos de mercados emisores como puede ser el británico.
No son nuevas las quejas de algunos sectores empresariales. Si aún en período de vacas gordas, si aún con índices de ocupación al noventa por ciento, podía constatarse malestar, contrariedad o manifestaciones de disgusto, es bastante lógico que, en plena recesión, se acentúen ese estado de ánimo y esos testimonios.
Ni siquiera el relevo generacional alteró esa proclividad de aquel empresariado dado a diagnósticos pesimistas y a críticas escasamente productivas. Estimular la iniciativa privada en busca de un papel más emprendedor, como nos ocupó durante años aún en el ejercicio de responsabilidades públicas, tratando de hacer ver, al mismo tiempo, que la pasividad o la excesiva supeditación al favor de las administraciones públicas para llevar a cabo, por ejemplo, acciones promocionales, podía resultar, a la larga, discutible y poco rentable, se convirtió en una dualidad mal entendida, hasta el punto de que se nos consideró -creemos que injusta y equivocadamente- poco menos que enemigos.
Admitidos, en coordenadas de recíproco respeto, los enfoques diferentes sobre las aristas de un mismo problema, estas recientes afirmaciones del presidente de Ashotel, ceñidas al ámbito concreto del Puerto de la Cruz, refrescan aquella idea expuesta a la misma organización en la segunda mitad de la década de los noventa y tratada de materializar en los primeros años del presente siglo: innovar y cualificar el producto turístico.
Eramos todos conscientes de la obsolescencia de la planta alojativa, de los destinos emergentes -aún en el mismo espacio geográfico- y hasta de la mala fama climática que, paradójicamente, los actores de la zona eran los primeros en publicitar. Se imponía, por tanto, una acción conjunta, pública y privada, orientada a la consecución de nuevas dotaciones y a la sostenibilidad de prestaciones y servicios que constituyeran, de por sí, el principal sostén de la fidelización, algo, por cierto, que ya no parece querer ser alentado con apreciaciones como las que nos ocupan.
De algún modo, este timbre de alarma que ha sonado desde la presidencia de la patronal hotelera confirma que no andábamos errados. Pero, acierto en el diagnóstico al margen y comoquiera que no ha habido grandes avances, se trata ahora de producir mensajes menos pesimistas (que den pie, incluso, a interpretaciones sesgadas de favorecimiento de intereses de otros polos turísticos) sobre la base de actuaciones fehacientes que reflejen una clara voluntad de mejorar, o si se quiere el original, de innovar y cualificar el producto turístico.
Máxime cuando el Puerto de la Cruz es un destino diferenciado, con una historia -equivalente a experiencia-, con unas peculiaridades y con unas potencialidades merecedoras de atención y hasta de mimo. Es difícil a estas alturas encontrar un modelo productivo alternativo, por lo que conviene no andarse con muchas discusiones más sino trabajar con denuedo en pos de aquellas consecuciones que revitalicen el destino.
Mensajes menos escépticos: fijarse que el mismo presidente de Ashotel, en su habitual línea de disconformidad, duda de las bondades del Plan FuturE de renovación turística. Pese a las insuficiencias, pudo aparecer más positivo y señalar, por ejemplo, que las aplicaciones deberían servir a este destino turístico como otro paso más en la tarea que se viene realizando para mantener o ganar cuotas de mercado, en definitiva, para hacerlo más competitivo.
Porque éste es el objetivo en una actividad cada vez más compleja, en la que no bastan las acciones promocionales -cada vez más costosas, incluso en originalidad- y en la que, en tiempos de recesión, requiere de imaginación y energías en búsqueda de oportunidades que favorezcan una recuperación.
Queremos pensar que en esas se está. A pesar del escepticismo y de la crónica disconformidad.
No son nuevas las quejas de algunos sectores empresariales. Si aún en período de vacas gordas, si aún con índices de ocupación al noventa por ciento, podía constatarse malestar, contrariedad o manifestaciones de disgusto, es bastante lógico que, en plena recesión, se acentúen ese estado de ánimo y esos testimonios.
Ni siquiera el relevo generacional alteró esa proclividad de aquel empresariado dado a diagnósticos pesimistas y a críticas escasamente productivas. Estimular la iniciativa privada en busca de un papel más emprendedor, como nos ocupó durante años aún en el ejercicio de responsabilidades públicas, tratando de hacer ver, al mismo tiempo, que la pasividad o la excesiva supeditación al favor de las administraciones públicas para llevar a cabo, por ejemplo, acciones promocionales, podía resultar, a la larga, discutible y poco rentable, se convirtió en una dualidad mal entendida, hasta el punto de que se nos consideró -creemos que injusta y equivocadamente- poco menos que enemigos.
Admitidos, en coordenadas de recíproco respeto, los enfoques diferentes sobre las aristas de un mismo problema, estas recientes afirmaciones del presidente de Ashotel, ceñidas al ámbito concreto del Puerto de la Cruz, refrescan aquella idea expuesta a la misma organización en la segunda mitad de la década de los noventa y tratada de materializar en los primeros años del presente siglo: innovar y cualificar el producto turístico.
Eramos todos conscientes de la obsolescencia de la planta alojativa, de los destinos emergentes -aún en el mismo espacio geográfico- y hasta de la mala fama climática que, paradójicamente, los actores de la zona eran los primeros en publicitar. Se imponía, por tanto, una acción conjunta, pública y privada, orientada a la consecución de nuevas dotaciones y a la sostenibilidad de prestaciones y servicios que constituyeran, de por sí, el principal sostén de la fidelización, algo, por cierto, que ya no parece querer ser alentado con apreciaciones como las que nos ocupan.
De algún modo, este timbre de alarma que ha sonado desde la presidencia de la patronal hotelera confirma que no andábamos errados. Pero, acierto en el diagnóstico al margen y comoquiera que no ha habido grandes avances, se trata ahora de producir mensajes menos pesimistas (que den pie, incluso, a interpretaciones sesgadas de favorecimiento de intereses de otros polos turísticos) sobre la base de actuaciones fehacientes que reflejen una clara voluntad de mejorar, o si se quiere el original, de innovar y cualificar el producto turístico.
Máxime cuando el Puerto de la Cruz es un destino diferenciado, con una historia -equivalente a experiencia-, con unas peculiaridades y con unas potencialidades merecedoras de atención y hasta de mimo. Es difícil a estas alturas encontrar un modelo productivo alternativo, por lo que conviene no andarse con muchas discusiones más sino trabajar con denuedo en pos de aquellas consecuciones que revitalicen el destino.
Mensajes menos escépticos: fijarse que el mismo presidente de Ashotel, en su habitual línea de disconformidad, duda de las bondades del Plan FuturE de renovación turística. Pese a las insuficiencias, pudo aparecer más positivo y señalar, por ejemplo, que las aplicaciones deberían servir a este destino turístico como otro paso más en la tarea que se viene realizando para mantener o ganar cuotas de mercado, en definitiva, para hacerlo más competitivo.
Porque éste es el objetivo en una actividad cada vez más compleja, en la que no bastan las acciones promocionales -cada vez más costosas, incluso en originalidad- y en la que, en tiempos de recesión, requiere de imaginación y energías en búsqueda de oportunidades que favorezcan una recuperación.
Queremos pensar que en esas se está. A pesar del escepticismo y de la crónica disconformidad.
1 comentario:
So pena de ser reiterativo e incluso pesado, lamento tener que volver a decir "¡pero si llevamos años diciéndolo!". Ahora que parece que se nos va a hacer caso (ojalá) vuelve a asaltarme la idea de dónde estaríamos si se nos hubiera hecho caso hace diez años, o seis, o dos... De lo que estoy seguro es de que el día en el que el turismo se considere algo vital para la ciudad, comenzará una nueva era para el Puerto de la Cruz. ¿Lo veremos?
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