jueves, 3 de septiembre de 2009

TRAS LA CAÍDA

El despacho de agencia, fechado en Barcelona, daba cuenta de una de esas noticias curiosas: un peatón fallece tras caerle encima el cuerpo de una mujer suicida que se había arrojado desde un octavo piso. La mujer falleció en el acto, mientras que el peatón, de origen ucranio, resultó malherido y moriría poco después en el hospital donde fue ingresado.
Ya es mala suerte, ya: ir tranquilamente por la vía pública y recibir un impacto mortal. Estamos expuestos a cualquier accidente. Es tremendo.
El despacho refrescó un episodio similar ocurrido en el Puerto de la Cruz hace unos cuantos años. En las inmediaciones del refugio pesquero, dos amigos, sentados en banco, protegidos a su vez por un laurel de indias, hacían lo que habitualmente: disfrutar de la brisa marina mientras fumaban sus últimos cigarros del día.
De pronto, les cayó encima el cuerpo de una mujer. La caída, parece que desde una quinta planta, quedó amortiguada por las ramas del laurel. Pero ellos sufrieron las consecuencias, tal es así que fueron ingresados durante un tiempo en establecimientos clínicos y sufrieron heridas que dejaron secuelas. Pero Julián y Gilberto, los perjudicados, pudieron contarlo: lo hacían con humor variable, según la intensidad de los dolores que les ocasionó el impacto. Es más, hasta eludiendo las connotaciones de las causas de la caída de la mujer que resultó ilesa.
Pero el suceso les marcó y hoy, ya con Gilberto ausente, es recordado, con más gracia y desenfado que otra cosa.
Todo lo contrario de lo ocurrido en Barcelona. Lamentablemente, allí, en el lugar de los hechos, no había árbol que amortiguara.

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