Dimiten como diputados César Antonio Molina, Jordi Sevilla y Pedro Solbes, ministros que fueron de gobiernos presididos por José Luis Rodríguez Zapatero.
Hay quien se extraña y ve en la decisión señales de todo que aumentan el desconcierto en el partido gubernamental.
Las lecturas políticas de la renuncia a un cargo son múltiples y variadas, sobre todo cuando el sujeto activo no explicita las causas. No es el caso. Y es curioso, porque en un país donde hay una queja generalizada de que no se conjuga el verbo dimitir, cuando alguien lo hace, en seguida se especula y hasta se reprocha la decisión.
Pero, en el fondo, lo que hay es un acto volitivo, una determinación personal que hay que respetar y que se puede entender en los casos que nos ocupan. Cumplieron su ciclo en política, alcanzaron la altura máxima a la que podrían aspirar y sienten ganas de seguir siendo útiles, aportando su experiencia, al margen del escaño, al margen de la política.
Es saludable. No tienen que demostrar nada pero quieren probar que hay vida más allá de la política o al margen de la política. Su currículum personal ha quedado enriquecido con su rango ministerial. A alguno, como Solbes, se le recordará como el auténtico hacedor de políticas económicas. Y aquí, en Canarias, como promotor de decisiones esenciales para las islas en el marco de la Unión Europea, donde también desarrolló, por cierto, su carrera política.
Renuncian a a ser diputados. Quieren otra actividad. Es legítimo. Ya la política les decía o les motivaba poco. Se marchan, además, en silencio, sin estridencias. Como hay que hacerlo.
Que les vaya bonito.
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