Es inevitable escribir de la gran decepción que ha significado la derrota española ante Suiza. Después de llevar semanas y semanas envueltos en la más triunfalista espiral que se recuerda, el cuadro helvético hizo morder a España el polvo de un tropiezo que obliga, ciñéndonos a la aritmética resultadista, a ganar los dos encuentros siguientes, ante Honduras y Chile, para acceder a la siguiente ronda.
Euforia desmedida, exceso de confianza... En el Mundial, estos pecados suelen tener penitencia de derrota dolorosa. España tuvo la posesión pero no remató lo suficiente y careció de fluidez para desbordar el bien ordenado muro suizo. Ni siquiera cuando Del Bosque tiró de los jóvenes, y de Torres, para poblar el área y abrir la defensiva de Suiza, el conjunto español mejoró su producción ofensiva.
Y así Suiza propinó una cura de humildad, expresión con la que un rotativo español anuncia el revés en su portada. Sin figuras, sin individualidades sobresalientes. Sólo orden, firmeza y disciplina táctica. España había ganado en los anuncios publicitarios, en los comentarios triunfalistas, en los teoremas que saltan por los aires en cuanto vayas en desventaja, en la controversia de las primas millonarias... En una emisora de radio, terminaron echando la culpa al presidente del Gobierno. ¡Lo que hay que oír!
Demasiada evanescencia en una España que tuvo la posesión, nada más. Hasta la fortuna fue esquiva con aquel trallazo de Alonso devuelto por el travesaño. Luego, para Suiza fue la oportunidad más clara. A medida que pasaban los minutos, se mascaba el fiasco. Cuando éste se consumó, la realidad abofeteó la creencia de superioridad, el que hasta ese momento era crecido ánimo español.
Si de las derrotas se aprende -eso dicen, siquiera a modo de consuelo-, la cosechada por España ante Suiza debe servir, primero que nada, para que se bajen de la nube quienes llevan exprimiendo la teoría de que España iba a ganar el Mundial sin empezar a jugar. Quienes tienen que asumirlo son el técnico y los jugadores que ya habrán experimentado en carne propia que no caben más confianzas y que a Sudáfrica, como a cualquier Mundial, se va a trabajar, no importa que el rival de enfrente sea, sobre el papel, menos potente.
Un tropezón cualquiera da en una competición pero, cuidado, porque los de un Mundial se pagan caros. Es normal que no se hable tanto del juego como de las circunstancias que han envuelto la derrota ante Suiza. Puede que persevere la filosofía del toque pero cuando no está acompañada del gol, brotan las complicaciones y se juega a remolque.
Cura de humildad, pues. Ahora, a echar el resto ante Honduras y Chile. Jugando sobre el terreno. Ya veremos si suben de nuevo a las nubes.
Euforia desmedida, exceso de confianza... En el Mundial, estos pecados suelen tener penitencia de derrota dolorosa. España tuvo la posesión pero no remató lo suficiente y careció de fluidez para desbordar el bien ordenado muro suizo. Ni siquiera cuando Del Bosque tiró de los jóvenes, y de Torres, para poblar el área y abrir la defensiva de Suiza, el conjunto español mejoró su producción ofensiva.
Y así Suiza propinó una cura de humildad, expresión con la que un rotativo español anuncia el revés en su portada. Sin figuras, sin individualidades sobresalientes. Sólo orden, firmeza y disciplina táctica. España había ganado en los anuncios publicitarios, en los comentarios triunfalistas, en los teoremas que saltan por los aires en cuanto vayas en desventaja, en la controversia de las primas millonarias... En una emisora de radio, terminaron echando la culpa al presidente del Gobierno. ¡Lo que hay que oír!
Demasiada evanescencia en una España que tuvo la posesión, nada más. Hasta la fortuna fue esquiva con aquel trallazo de Alonso devuelto por el travesaño. Luego, para Suiza fue la oportunidad más clara. A medida que pasaban los minutos, se mascaba el fiasco. Cuando éste se consumó, la realidad abofeteó la creencia de superioridad, el que hasta ese momento era crecido ánimo español.
Si de las derrotas se aprende -eso dicen, siquiera a modo de consuelo-, la cosechada por España ante Suiza debe servir, primero que nada, para que se bajen de la nube quienes llevan exprimiendo la teoría de que España iba a ganar el Mundial sin empezar a jugar. Quienes tienen que asumirlo son el técnico y los jugadores que ya habrán experimentado en carne propia que no caben más confianzas y que a Sudáfrica, como a cualquier Mundial, se va a trabajar, no importa que el rival de enfrente sea, sobre el papel, menos potente.
Un tropezón cualquiera da en una competición pero, cuidado, porque los de un Mundial se pagan caros. Es normal que no se hable tanto del juego como de las circunstancias que han envuelto la derrota ante Suiza. Puede que persevere la filosofía del toque pero cuando no está acompañada del gol, brotan las complicaciones y se juega a remolque.
Cura de humildad, pues. Ahora, a echar el resto ante Honduras y Chile. Jugando sobre el terreno. Ya veremos si suben de nuevo a las nubes.
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