Hasta 1962, hasta ahí llega la memoria personal del Campeonato Mundial de Fútbol. Como cualquier otro chiquillo, próximo a cumplir entonces diez años, este deporte ya empezaba a interesar y a apasionar. Coleccionábamos cromos e íbamos directamente a las páginas de deportes de los periódicos, en tanto que escuchábamos la inolvidable “RadioGaceta de los Deportes” y veíamos los escasos resúmenes que ofrecía la televisión en blanco y negro.
Y de Chile, donde DiStéfano no pudo jugar con la selección española, conservamos el recuerdo de la consagración de Pelé y la bronca de un partido entre Italia y Chile. La bronca mereció un titular eterno “La batalla de Santiago”. Pudimos seguir algunas transmisiones radiofónicas, con el gran Matías Prats y con Martín Navas haciéndonos imaginar remates, despejes, paradas… en fin, la evolución del juego que, a través de las ondas, tenía enormes encantos. Escartín publicó “lo de Chile fue así”.
Cuatro años después, llegó la cita de Inglaterra. Ya era la época en que memorizábamos y recitábamos las alineaciones, bajo el esquema del 3-2-5. Intentamos hacer un periódico doméstico. Televisión Española, aún en blanco y negro, ofrecía los partidos en diferido, muy tarde. Nos rendíamos en el descanso, pensando en las clases del día siguiente. Un nuevo fracaso de España. Sólo la victoria sobre Suiza, con goles agónicos de Amancio y Sanchís. Fue el Mundial de Eusebio y de Bobby Charlton. A Pelé lo liquidaron búlgaros y portugueses. Ganaron los ingleses, con un gol muy polémico que concedió un linier soviético. Conservamos el nuevo libro de Escartín, “El Mundial defensivo”.
Y así podríamos ir desgranando los recuerdos de cada convocatoria. Porque el Mundial fue un acontecimiento que interesó siempre. Y no sólo por el juego, los marcadores, las figuras, los técnicos y la clasificación final sino por la dimensión económica y sociológica que iba cobrando. Félix, Carlos Alberto, Brito, Piazza; Clodoaldo, Everaldo; Jair, Gersson, Tostao, Pelé y Rivelino. Otra alineación memorizada, la de Brasil, “la sinfonía fantástica” de México 70.
El penal a Cruyff a los dos minutos en la final de Alemania; la dictadura argentina dándole el tinte patriótico al éxito de la albiceleste dirigida por Menotti; el fiasco español del 82, después de uno de los partidos más bonitos que recordamos aquel año, el Italia-Brasil del desaparecido campo “Sarriá”, en Barcelona; la “mano de Dios”, cuatro años más tarde; después, en Italia, DiStéfano, comentarista de TVE, con una de sus más célebres sentencias: “Para no ver ese penalty, hay que trabajar en la ONCE”; la aventura en Estados Unidos, para incrementar la popularidad del fútbol, cuando Brasil ganó en la tanda de penalties y cuando el colombiano Andrés Escobar fue asesinado al regresar a su país; y el gran éxito de Francia en su país, en 1998, con dos goles de un auténtico astro, Zinedine Zidane, la dulzura de la miel, futbolísticamente hablando.
Ya en el siglo XXI, en 2002, Corea del Sur y Japón organizaron conjuntamente el campeonato, el de las nuevas tecnologías, el la inversión multimillonaria (el costo fue superior a los 4.500 millones de dólares) y el un Ronaldo consagrado que elevó a Brasil a la condición de pentacampeón. Y, finalmente, la cita de Alemania, aquella final de Berlín donde el gran Zidane perdió los papeles y cabeceó al italiano Materazzi dejando a la orgullosa Francia en inferioridad, aunque la contienda no se resolvió hasta la tanta de penalties.
Retazos, chispazos de la memoria justo en la fecha en que se inicia una nueva edición del Mundial, por primera vez en el continente africano. Y donde por primera vez, España acude con la condición de favorita. Ojalá que los peligros de la euforia desmedida no influyan en un equipo serio y homogéneo que ensambló Luis Aragonés y continuó Vicente del Bosque, en medio de una imponente racha de resultados positivos.
Es verdad que nunca antes se vivió un clima tan expectante en torno a la selección española popularmente conocida por “la roja”. Aquella conquista de la Eurocopa, aquel clima en las calles y plazas de toda España, revalorizó el fútbol de la selección. Cada una de sus citas, desde entonces, está revestida de un ambiente extraordinario, hasta en los amistosos. Una España que aglutina, que concentra, que no es interpretada por separado, por la aportación de los clubes.
Y una España que deslumbra, con un juego preciso de toque y desmarque que es admirado y reconocido por los técnicos y la prensa de otros países. A ver hasta dónde llega. Porque para muchos, ésta es la gran oportunidad: ahora o nunca.
Que aguanten las señoras contrariadas y los profanos. Desde hoy y hasta julio, pase lo que pase, rueda el balón con interés general. Ya está aquí, ¡paren! ¡Viva el Mundial! ¡Viva el fútbol!
Y de Chile, donde DiStéfano no pudo jugar con la selección española, conservamos el recuerdo de la consagración de Pelé y la bronca de un partido entre Italia y Chile. La bronca mereció un titular eterno “La batalla de Santiago”. Pudimos seguir algunas transmisiones radiofónicas, con el gran Matías Prats y con Martín Navas haciéndonos imaginar remates, despejes, paradas… en fin, la evolución del juego que, a través de las ondas, tenía enormes encantos. Escartín publicó “lo de Chile fue así”.
Cuatro años después, llegó la cita de Inglaterra. Ya era la época en que memorizábamos y recitábamos las alineaciones, bajo el esquema del 3-2-5. Intentamos hacer un periódico doméstico. Televisión Española, aún en blanco y negro, ofrecía los partidos en diferido, muy tarde. Nos rendíamos en el descanso, pensando en las clases del día siguiente. Un nuevo fracaso de España. Sólo la victoria sobre Suiza, con goles agónicos de Amancio y Sanchís. Fue el Mundial de Eusebio y de Bobby Charlton. A Pelé lo liquidaron búlgaros y portugueses. Ganaron los ingleses, con un gol muy polémico que concedió un linier soviético. Conservamos el nuevo libro de Escartín, “El Mundial defensivo”.
Y así podríamos ir desgranando los recuerdos de cada convocatoria. Porque el Mundial fue un acontecimiento que interesó siempre. Y no sólo por el juego, los marcadores, las figuras, los técnicos y la clasificación final sino por la dimensión económica y sociológica que iba cobrando. Félix, Carlos Alberto, Brito, Piazza; Clodoaldo, Everaldo; Jair, Gersson, Tostao, Pelé y Rivelino. Otra alineación memorizada, la de Brasil, “la sinfonía fantástica” de México 70.
El penal a Cruyff a los dos minutos en la final de Alemania; la dictadura argentina dándole el tinte patriótico al éxito de la albiceleste dirigida por Menotti; el fiasco español del 82, después de uno de los partidos más bonitos que recordamos aquel año, el Italia-Brasil del desaparecido campo “Sarriá”, en Barcelona; la “mano de Dios”, cuatro años más tarde; después, en Italia, DiStéfano, comentarista de TVE, con una de sus más célebres sentencias: “Para no ver ese penalty, hay que trabajar en la ONCE”; la aventura en Estados Unidos, para incrementar la popularidad del fútbol, cuando Brasil ganó en la tanda de penalties y cuando el colombiano Andrés Escobar fue asesinado al regresar a su país; y el gran éxito de Francia en su país, en 1998, con dos goles de un auténtico astro, Zinedine Zidane, la dulzura de la miel, futbolísticamente hablando.
Ya en el siglo XXI, en 2002, Corea del Sur y Japón organizaron conjuntamente el campeonato, el de las nuevas tecnologías, el la inversión multimillonaria (el costo fue superior a los 4.500 millones de dólares) y el un Ronaldo consagrado que elevó a Brasil a la condición de pentacampeón. Y, finalmente, la cita de Alemania, aquella final de Berlín donde el gran Zidane perdió los papeles y cabeceó al italiano Materazzi dejando a la orgullosa Francia en inferioridad, aunque la contienda no se resolvió hasta la tanta de penalties.
Retazos, chispazos de la memoria justo en la fecha en que se inicia una nueva edición del Mundial, por primera vez en el continente africano. Y donde por primera vez, España acude con la condición de favorita. Ojalá que los peligros de la euforia desmedida no influyan en un equipo serio y homogéneo que ensambló Luis Aragonés y continuó Vicente del Bosque, en medio de una imponente racha de resultados positivos.
Es verdad que nunca antes se vivió un clima tan expectante en torno a la selección española popularmente conocida por “la roja”. Aquella conquista de la Eurocopa, aquel clima en las calles y plazas de toda España, revalorizó el fútbol de la selección. Cada una de sus citas, desde entonces, está revestida de un ambiente extraordinario, hasta en los amistosos. Una España que aglutina, que concentra, que no es interpretada por separado, por la aportación de los clubes.
Y una España que deslumbra, con un juego preciso de toque y desmarque que es admirado y reconocido por los técnicos y la prensa de otros países. A ver hasta dónde llega. Porque para muchos, ésta es la gran oportunidad: ahora o nunca.
Que aguanten las señoras contrariadas y los profanos. Desde hoy y hasta julio, pase lo que pase, rueda el balón con interés general. Ya está aquí, ¡paren! ¡Viva el Mundial! ¡Viva el fútbol!
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