Ahora que la sensación de desánimo imperante en el Puerto de la Cruz amenaza con no dejar eclosionar una controversia en principio suscitada por el anuncio del presidente del Cabildo Insular consistente en destinar el inmueble del antiguo hotel y casino Taoro a sede del Instituto Volcanológico de Canarias, la publicación de un libro que desmenuza el papel del turismo en la historia de la ciudad a través de sus protagonistas no sólo viene a llenar un hueco sino a quebrar una tendencia de esclerotización resignada e indolencia contagiosa que debe preocuparnos a todos. Otra vez el rigor de la historia para hacernos reflexionar y corregir, para avanzar e incursionar con solidez fundamentada en adversas circunstancias económicas que obligan a un ejercicio de imaginación e iniciativa.
Llama la atención, en efecto, que apenas hayan brotado un par de testimonios con respecto a la primera determinación, sobre todo cuando existen antecedentes relativos a la restitución del uso residencial turístico que tuvo originariamente el Taoro desde finales del siglo XIX. En el contexto de tales antecedentes hay también informes técnicos que avalan el intento de cualificar la oferta alojativa del Puerto de la Cruz para incentivar los atractivos como destino turístico. Parecía que, independientemente de los matices y de las demoras para afrontar el proyecto, aquella era la finalidad -en una operación similar a la del hotel “Mencey” según defendimos en su día- pero ya cabe colocarla entre signos de interrogación. Mientras tanto, recordemos que el edificio sigue vacío, desaprovechado y en fase de deterioro natural.
Seguro que el debate -si lo hubiera- ocuparía un lugar en la historia del turismo de la localidad portuense. De situaciones similares, de decisiones y frustraciones, de querencias, realizaciones, errores, logros, ideas, visiones, sueños y entretelas, de razones y sinrazones, escriben Nicolás González Lemus y Melecio Hernández Pérez en El turismo en la historia del Puerto de la Cruz a través de sus protagonistas, volumen que, prologado por el ingeniero Isidodro Sánchez García y editado por la Escuela Universitaria de Turismo Iriarte, será presentado esta tarde en el ayuntamiento de la ciudad turística, en un acto que bendice un insigne hijo del pueblo, Juan Cruz Ruiz.
Era ésta una obra necesaria. La indeclinable vocación turística del municipio y su trayectoria, contrastada en distintos ciclos históricos, venían reclamando un estudio riguroso que salvara tópicos y lugares comunes y desglosara la importancia de un sector productivo en el devenir de la ciudad. Los autores lo firman con la autoridad que les confiere la investigación, el estudio, la sensibilidad y el amor por lo portuense. Aportan, además, capacidad analítica y amenidad descriptiva de modo que el volumen se convierte no sólo en una fuente de consulta sino en un relato indispensable para entender el ayer, el presente y el futuro de una ciudad llamada a superar, en cualquier caso, el proceso de decadencia que la afecta.
Ha quedado inacabada la lectura de sus veintiún capítulos, una conclusión y quinientas cuarenta y dos páginas, lo que deja abiertas las puertas de otras apreciaciones futuras, puede incluso que aclaratorias, pero puede afirmarse que Nicolás González y Melecio Hernández hacen un interpretación muy lograda -y en buena medida, crítica- de la formación y evolución del primer centro turístico de Canarias, surgido entre bondades climáticas, encantos naturales e idiosincrasia pluralista y tolerante, aún en los tiempos más difíciles. Promotores y emprendedores privados y cargos públicos e institucionales que volcaron sus afanes, conscientes de la importancia de un sector que avanzaba con una brújula de competitividad en cierta parte desconocida, hicieron cuanto estuvo a su alcance para mantener al Puerto en la vanguardia del concierto de las ciudades turísticas españolas, curiosamente más apreciada en el exterior que en las propias islas y por sus propios agentes sociales y habitantes.
La incorporación de documentos y actas, de cuadros estadísticos, de ilustraciones inéditas y de síntesis de acontecimientos como la I Asamblea Turística de Canarias, los festivales de la canción y de cine, completan y hacen aún más ameno el trabajo de los autores que se han esmerado, incluso, para esbozar un mensaje optimista con vistas al futuro. El Puerto de la Cruz, en efecto, sigue disponiendo de potencialidades y fortalezas que merecen ser procesadas para revitalizar su oferta. El volumen de González y Hernández, una aportación fundamental a la historia local, así lo confirma.
Llama la atención, en efecto, que apenas hayan brotado un par de testimonios con respecto a la primera determinación, sobre todo cuando existen antecedentes relativos a la restitución del uso residencial turístico que tuvo originariamente el Taoro desde finales del siglo XIX. En el contexto de tales antecedentes hay también informes técnicos que avalan el intento de cualificar la oferta alojativa del Puerto de la Cruz para incentivar los atractivos como destino turístico. Parecía que, independientemente de los matices y de las demoras para afrontar el proyecto, aquella era la finalidad -en una operación similar a la del hotel “Mencey” según defendimos en su día- pero ya cabe colocarla entre signos de interrogación. Mientras tanto, recordemos que el edificio sigue vacío, desaprovechado y en fase de deterioro natural.
Seguro que el debate -si lo hubiera- ocuparía un lugar en la historia del turismo de la localidad portuense. De situaciones similares, de decisiones y frustraciones, de querencias, realizaciones, errores, logros, ideas, visiones, sueños y entretelas, de razones y sinrazones, escriben Nicolás González Lemus y Melecio Hernández Pérez en El turismo en la historia del Puerto de la Cruz a través de sus protagonistas, volumen que, prologado por el ingeniero Isidodro Sánchez García y editado por la Escuela Universitaria de Turismo Iriarte, será presentado esta tarde en el ayuntamiento de la ciudad turística, en un acto que bendice un insigne hijo del pueblo, Juan Cruz Ruiz.
Era ésta una obra necesaria. La indeclinable vocación turística del municipio y su trayectoria, contrastada en distintos ciclos históricos, venían reclamando un estudio riguroso que salvara tópicos y lugares comunes y desglosara la importancia de un sector productivo en el devenir de la ciudad. Los autores lo firman con la autoridad que les confiere la investigación, el estudio, la sensibilidad y el amor por lo portuense. Aportan, además, capacidad analítica y amenidad descriptiva de modo que el volumen se convierte no sólo en una fuente de consulta sino en un relato indispensable para entender el ayer, el presente y el futuro de una ciudad llamada a superar, en cualquier caso, el proceso de decadencia que la afecta.
Ha quedado inacabada la lectura de sus veintiún capítulos, una conclusión y quinientas cuarenta y dos páginas, lo que deja abiertas las puertas de otras apreciaciones futuras, puede incluso que aclaratorias, pero puede afirmarse que Nicolás González y Melecio Hernández hacen un interpretación muy lograda -y en buena medida, crítica- de la formación y evolución del primer centro turístico de Canarias, surgido entre bondades climáticas, encantos naturales e idiosincrasia pluralista y tolerante, aún en los tiempos más difíciles. Promotores y emprendedores privados y cargos públicos e institucionales que volcaron sus afanes, conscientes de la importancia de un sector que avanzaba con una brújula de competitividad en cierta parte desconocida, hicieron cuanto estuvo a su alcance para mantener al Puerto en la vanguardia del concierto de las ciudades turísticas españolas, curiosamente más apreciada en el exterior que en las propias islas y por sus propios agentes sociales y habitantes.
La incorporación de documentos y actas, de cuadros estadísticos, de ilustraciones inéditas y de síntesis de acontecimientos como la I Asamblea Turística de Canarias, los festivales de la canción y de cine, completan y hacen aún más ameno el trabajo de los autores que se han esmerado, incluso, para esbozar un mensaje optimista con vistas al futuro. El Puerto de la Cruz, en efecto, sigue disponiendo de potencialidades y fortalezas que merecen ser procesadas para revitalizar su oferta. El volumen de González y Hernández, una aportación fundamental a la historia local, así lo confirma.
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