Cuentan que su primera orden, nada más tomar posesión, fue el detonante de un marcaje implacable, de una persecución inmisericorde. Había indicado que los redactores saldrían a cubrir la noticia, lo que fuera información con bolígrafo y papel. Eso no gustó, claro, entre quienes ya lucían posiciones acomodaticias aparcando la profesionalidad en una pléyade de pluses personales que importaban mucho más que cualquier tratamiento de edición.
Y en ese no dejar pasar ni una encontraron facturas de un traje y de un bolso de marca. El plus de vestuario: lo podían tener locutores y locutoras pero la directora general que habría de acudir a reuniones, actos, recepciones y demás servidumbres del cargo, no podía permitírselo. Aunque fuera transparente su actuación, aunque ésta tuviera cobertura, aunque nada ocultara...
La sacrificaron, en algún caso con saña. Era de las mejores, si no la mejor; pero no se podía consentir que aquella “servidora del felipismo” -acaso la expresión más suave que pudieron dedicarle- luciera modelito y complementos a costa del erario público. Su excelente dirección cinematográfica en El crimen de Cuenca o Gary Cooper que estás en los cielos o El perro del hortelano y las innovaciones vanguardistas que intentó llevar a cabo en RadioTelevisión Española, fueron incluso vituperadas. A Pilar Miró recordamos.
Algunos verdugos de entonces, tan sapientes y tan críticos, callaron luego cuando la televisión pública fue condenada judicialmente por sesgado tratamiento informativo o miraron para otro lado ante escándalos que probaban que aquel “felipismo” denostado sin reservas quedaba empequeñecido ante otros desmanes de la derecha conservadora. Y mantienen esa actitud más recientemente. Lo de siempre: la doble vara de medir: las exigencias más apremiantes ante todo aquello que huela a progresismo y la indiferencia o la indolencia, el dejar hacer o no tienen de qué quejarse porque ahora mandamos nosotros.
Los verdugos interpretan su papel. Inescrupuloso y desmemoriado. Predispuestos para la ejecución sin piedad en un caso; y en otro, pasivos o en estado de hibernación cuando gobiernan los míos. Lo peor es cuando expiden carnés de ética o se llenan la boca defendiendo valores de pluralismo y objetividad. O cuando les da por socializar las pérdidas ahora que descubren que los suyos también hacen mala gestión o manipulan con descaro y cometen tropelías e irregularidades.
Los verdugos saben diferenciar -un decir- entre héroes y villanos. Callan cuando les interesa. Por eso no son justos y se descubren solos. Basta tan sólo con refrescarles la memoria. Aunque la suerte les siga sonriendo. Y Pilar Miró que estás en los cielos se carcajee.
Y en ese no dejar pasar ni una encontraron facturas de un traje y de un bolso de marca. El plus de vestuario: lo podían tener locutores y locutoras pero la directora general que habría de acudir a reuniones, actos, recepciones y demás servidumbres del cargo, no podía permitírselo. Aunque fuera transparente su actuación, aunque ésta tuviera cobertura, aunque nada ocultara...
La sacrificaron, en algún caso con saña. Era de las mejores, si no la mejor; pero no se podía consentir que aquella “servidora del felipismo” -acaso la expresión más suave que pudieron dedicarle- luciera modelito y complementos a costa del erario público. Su excelente dirección cinematográfica en El crimen de Cuenca o Gary Cooper que estás en los cielos o El perro del hortelano y las innovaciones vanguardistas que intentó llevar a cabo en RadioTelevisión Española, fueron incluso vituperadas. A Pilar Miró recordamos.
Algunos verdugos de entonces, tan sapientes y tan críticos, callaron luego cuando la televisión pública fue condenada judicialmente por sesgado tratamiento informativo o miraron para otro lado ante escándalos que probaban que aquel “felipismo” denostado sin reservas quedaba empequeñecido ante otros desmanes de la derecha conservadora. Y mantienen esa actitud más recientemente. Lo de siempre: la doble vara de medir: las exigencias más apremiantes ante todo aquello que huela a progresismo y la indiferencia o la indolencia, el dejar hacer o no tienen de qué quejarse porque ahora mandamos nosotros.
Los verdugos interpretan su papel. Inescrupuloso y desmemoriado. Predispuestos para la ejecución sin piedad en un caso; y en otro, pasivos o en estado de hibernación cuando gobiernan los míos. Lo peor es cuando expiden carnés de ética o se llenan la boca defendiendo valores de pluralismo y objetividad. O cuando les da por socializar las pérdidas ahora que descubren que los suyos también hacen mala gestión o manipulan con descaro y cometen tropelías e irregularidades.
Los verdugos saben diferenciar -un decir- entre héroes y villanos. Callan cuando les interesa. Por eso no son justos y se descubren solos. Basta tan sólo con refrescarles la memoria. Aunque la suerte les siga sonriendo. Y Pilar Miró que estás en los cielos se carcajee.
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