En el día después de la huelga convocada en el sector público, cuando ha pasado al terreno de la anécdota el choque de cifras, los dirigentes de las centrales sindicales están obligados a reflexionar. Lo estaban antes del paro, cuando debían percibir las nítidas señales de un rechazo social alentadas por la derecha y por agentes que jamás han querido saber de sindicalismo; pero ahora, con los resultados en la mano, mucho más.
Porque tales resultados, la respuesta a la convocatoria, no ha sido especialmente favorable. En términos generales. Y si se trataba de un ensayo para afrontar luego un paro general, a imagen y semejanza de los planteados en los tiempos gubernamentales de González y Aznar, pues no salió bien, sencillamente. Y con ese ambiente, arriesgarse a la convocatoria es arriesgar mucho.
Porque no parece que la gente esté por la labor. De hecho, es como que se acumulan los testimonios de trabajadores que no se sumaron porque no están dispuestos a descuentos en nómina, tal como están las cosas y tales son las necesidades de estos tiempos en que, por fin, se va generando una cierta cultura de evitar despilfarros y de vivir con los pies en la tierra y en la depresión que nos afecta a todos.
La protesta sindical, supuestamente, era sinónimo de expresión de malestar. Pero esta expresión no cuenta con un gran respaldo social. El papel de las centrales sindicales se ha visto cuestionado a lo largo de los últimos tiempos. Muchas personas se han olvidado de que ese papel fue determinante en el pasado en momentos sociohistóricos decisivos. Y de la aportación que han hecho para consolidar la democracia. Después, hay un cliché que ha ido cobrando consistencia: liberados, subvenciones, desestabilizadores, escasas conciencia sociolaboral, enchufismo, aprovechamiento, desvirtuamiento de identidades y finalidades...
Sobre todo ello han de reflexionar los dirigentes sindicales, colocados en una posición incómoda y necesitados de recuperar credibilidad para seguir desempeñando el papel que les asigna la Constitución. Más debate interno, más formación, más autoexigencia, corrección de vicios... recetas para dar el salto que se requiere.
Eso, o tener que aguantar a dirigentes del Partido Popular, subidos al carro del descontento para proclamar sin sonrojarse que ahí están ellos ¡para defender a los trabajadores! o para manifestar su deseo de participar en la huelga tras pasarse meses exigiendo al Gobierno medidas para frenar el exceso de gasto público.
En un país de paradojas y contrasentidos, con estas experiencias, en pleno siglo XXI, la reflexión sindicalista es un deber ético y cívico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario